Sin Scheuler, Terrent no podía saber la altura a la que se encontraba. Al abrir la escotilla se había quitado el visor propio. La energía iba volviendo muy lentamente.
– Mil quinientos metros -informó Quinn-. Sigue desacelerando.
– ¿Por qué no veo los F14 del Abraham Lincoln en la pantalla? -preguntó el general Gullick.
– Yo…, bueno… -Los dedos de Quinn volaron sobre el tablero.
En la pantalla se dibujó un grupo de pequeñas siluetas de avión que se encaminaban hacia un círculo naranja el cual indicaba el lugar donde el caza Fu anterior se había hundido en el océano. Los símbolos del duende y del Aurora también se encaminaban hacia allí.
– ¡Creo que lo he conseguido! -exclamó Terrent. Había pulsado la palanca de altura tanto como era posible y podía sentir que la potencia volvía. -¡Lo conseguiré! ¡Lo conse…
– ¡Ha caído! -dijo Quinn en voz baja-. El agitador número tres ha caído. Toda la telemetría se ha cortado.
– Asegúrese de que el equipo de rescate de Nightscape tiene la posición exacta a partir de la última lectura -ordenó Gullick-. ¿Tiempo para la interceptación del duende por parte de los Tomcats?
Quinn se quedó mirando al general GuUick durante unos segundos y luego se volvió hacia su terminal.
– Seis minutos.
– No veo qué conseguiremos con la interceptación -protestó el almirante Coakley -. Lo hemos intentado dos veces. Está sobre el océano. Incluso si abatiésemos el duende, no sería…
– Yo soy quien está al mando -dijo en un silbido el general Gullick-. No se atreva nunca más…
– El duende ha desaparecido, señor -anunció Quinn-. Se ha hundido.
Capítulo 19
Los datos eran muy complejos y muchos no se encontraban en el archivo histórico. Contó por lo menos seis tipos distintos de naves atmosféricas y sólo dos de ellas estaban catalogadas. Por otra parte, las dos veces anteriores no se había despertado por una acción de ese tipo. Sin embargo, este nuevo acontecimiento constituía una amenaza porque estaba vinculado al lugar donde se encontraba la nave nodriza.
Se diversificó una energía valiosa y el procesador principal aumentó al cuarenta por ciento de capacidad para poder evaluar las entradas masivas que se habían producido en aquel planeta en la última vuelta del planeta alrededor de su estrella. Había habido conflictos, pero eso no era su asunto. En este caso había en juego cuestiones más importantes.
Capítulo 20
CERCANÍAS DE DULCE, NUEVO MÉXICO. 93 horas, 30 minutos.
Le habían introducido algo en los brazos y en los muslos. Johnny Simmons sintió también tubos entre las piernas; eran sondas colocadas en todos sus orificios. También tenía un dispositivo en la parte derecha de la boca que emitía un ligero vaho. Otro tubo salía por el lado izquierdo de la boca y eso le permitía respirar. Había algo sobre su rostro que lo obligaba a tener los ojos cerrados y le obstruía la nariz. Aparte de eso, Simmons no sabía cuál era su situación. Esos descubrimientos los había hecho durante las breves pausas que había entre los períodos de dolor intenso.
Supuso que por lo menos uno de los tubos que llevaba era suero. No sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero le parecía que toda su existencia la había pasado en aquella oscuridad.
Si no hubiera sido por las agujas y los tubos, Johnny se habría creído muerto, y su alma, enviada al infierno. Pero aquello era un infierno en vida, una vida física.
Notó un sabor a cobre en la boca. No se molestó en esperar el dolor. Su boca se abrió y chilló en silencio.
Capítulo 21
ZONA DE MISILES DE WHITE SANDS, NUEVO MÉXICO. 93 horas, 30 minutos.
Lo primero que hizo el coronel Dickerson cuando su helicóptero de comando y control se dirigía a la baliza del personal del agitador número tres, fue ordenar a su ayudante de campo, el capitán Travers, que le quitara las águilas de plata del cuello y las sustituyera por dos estrellas. Lo hacía por si encontraban a cualquier militar. Los militares consideraban a los generales como dioses, y así era como Dickerson quería que su gente respondiera a sus órdenes aquella noche.
– Tiempo aproximado de llegada a la baliza, dos minutos -anunció el piloto del Blackhawk UH60 por el intercomunicador.
Dickerson miró por la ventana. Los otros tres Blackhawk iban detrás, desplegados en el cielo de la noche, con sus luces apagadas. Pulsó el botón de transmisión de su aparato de radio.
– Roller, aquí Hawk. Denme buenas noticias. Cambio.
La respuesta de su segundo al mando en el complejo principal de White Sands fue inmediata.
– Aquí Roller. Tengo a la gente en alerta. El oficial de guardia nos ha reunido para hacer un transporte. Tenemos dos camiones de plataforma baja que podemos utilizar y una grúa adecuada para lo que hemos de recuperar. Cambio.
– ¿Cuánto tiempo hace falta para sacarlos de la zona? Cambio.
– Una hora y media, como máximo. Cambio.
– Roger. Corto.
La voz del piloto se oyó en el intercomunicador en cuanto Dickerson cortó.
– Ahí está, señor.
Dickerson se inclinó hacia adelante y miró hacia fuera.
– Recójalo -ordenó
El Blackhawk bajó y aterrizó. El hombre en tierra estaba sentado sobre su paracaídas para impedir que se hinchara con el vaivén de las aspas del rotor. Los hombres descendieron de la parte trasera de la nave de Dickerson, se dirigieron corriendo hacia el capitán Scheuler y lo escoltaron hasta el helicóptero mientras ponían el paracaídas a buen recaudo.
Tan pronto como estuvo a bordo, Scheuler se colocó unos cascos.
– ¿Ha captado alguna señal del mayor Terrent? -preguntó.
– No -repuso Dickerson después de dar la orden al piloto de despegar-. Nosotros nos dirigimos hacia la señal del disco.
– Es posible que su equipo se dañara al salir del disco -dijo Scheuler.
Dickerson miró al piloto, éste le devolvió la mirada y luego se centró en pilotar. No había tiempo para contarle a Scheuler la leve ralentización de la caída del agitador número tres justo antes del impacto.
– ¿Tiempo estimado de llegada a la señal del disco? -preguntó Dickerson.
– Treinta segundos. -El piloto señaló con un dedo y dijo-: Allí está, señor. Mierda.
Dickerson oyó lo que dijo el copiloto en voz baja. Era un comentario bastante apropiado sobre el estado actual del agitador número tres. Tecleó en su aparato de radio.
– Roller, vamos a necesitar un tractor oruga y posiblemente también un aparato para mover la tierra. Cambio.
Su auxiliar de campo en la base principal estaba dispuesto.
– Roger.
El piloto dejó la nave suspendida en el aire, mientras el foco de búsqueda situado en la parte inferior del helicóptero examinaba de un lado a otro el lugar del impacto. El agitador número tres había caído de lado. Sólo se veía un extremo que sobresalía en el montículo de tierra contra el que había chocado. Dickerson, que conocía las dimensiones del disco, calculó que habría quedado enterrado por lo menos a unos seis metros.
– ¿Qué hay de la señal de la escotilla?-preguntó al capitán Travers.
– Nightscape Dos la tiene en pantalla y va hacia ella. Aproximadamente, a seis kilómetros y medio al suroeste de nuestra situación -respondió Travers.
Tenían que eliminar todas las piezas del aparato y el equipo. Siempre existía la posibilidad de que alguna de las personas contratadas para ayudar, como los conductores de los camiones de plataforma baja o el operador de la grúa, se fuera de la lengua, por lo que, cuanto menos pruebas físicas, tanto mejor.
– Aterricemos -ordenó Dickerson.