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– Sí -respondió Von Seeckt desde la comodidad del sofá. La sala de estar del apartamento estaba a oscuras.

– ¿La dejó grabada en su buzón de voz?

– Sí

– ¿Y él dejó el primer mensaje en su buzón de voz? -insistió Turcotte.

– Sí

– Déjalo de una vez -dijo Kelly entre dientes, rebujada bajo una manta en una silla-. Pareces un fiscal. Ya hemos hablado de eso en el coche. ¿Hay algún problema?

Turcotte miró a través del centímetro que separaba la cortina y la ventana. Se había pasado allí la última hora, sin moverse mientras los otros dos dormían; el único signo de que estaba despierto era el parpadeo de sus ojos mientras observaba el exterior.

Hacía unos minutos había despertado a sus compañeros. Todavía estaba oscuro y en la calle no se movía nada bajo la luz de las farolas.

– Sí. Tenemos un problema.

Kelly apartó la manta y fue a encender la lámpara.

– No hagas eso -la voz de Turcotte dejó helada la mano en el interruptor.

– ¿Por qué?

– Si tengo que explicar todo lo que digo -repuso Turcotte volviendo la mirada hacia la habitación- vamos a cubrirnos de mierda cuando no haya tiempo para explicaciones. Me gustaría que te limitaras a hacer lo que digo cuando lo digo.

La ropa de Kelly estaba arrugada y no había tenido un sueño muy confortable en la silla.

– ¿Acaso nos encontramos en medio de una crisis sobre la cual no puedes explicar nada?

– No, por el momento -dijo Turcotte-. Os estoy preparando a los dos para cuando se produzca. Y eso -dijo señalando con su pulgar la ventana- se producirá en algún momento de la mañana.

– ¿Quién hay ahí fuera? -preguntó Von Seeckt levantándose del sofá e intentando arreglar su barba para que pareciera en orden.

– Hace menos de una hora, una camioneta atravesó la calle arriba y abajo -Turcotte señaló hacia la izquierda-, a unos sesenta metros. Durante quince minutos nadie se apeó. Luego salió un hombre, se dirigió hacia nuestro coche y colocó algo en la parte posterior derecha. Luego regresó, entró en la camioneta y ya no ha habido más movimiento. Imagino que han puesto vigilancia en la parte trasera del edificio.

– ¿A qué esperan? -preguntó Kelly, sacándose la manta de encima. Se puso en pie y empezó a recoger sus pocas pertenencias personales.

– Si han recibido los mensajes del buzón de voz de Von Seeckt, probablemente, lo mismo que nosotros. Están esperando a que Nabinger aparezca.

Kelly se quedó quieta al ver que Turcotte permanecía de pie, inmóvil.

– ¿Acaso habrán puesto vigilancia en este lugar tras secuestrar a Johnny?

– Tal vez -dijo Turcotte-. Pero esta camioneta no estaba ahí cuando llegamos por la noche. Cuando tú y yo salimos, examiné el lugar y no vi señales de que hubiera vigilancia. Creo que han aparecido en escena esta mañana. Esto me hace pensar que verificaron el sistema de buzón de voz del buen profesor.

– Sí-asintió Von Seeck-. Son capaces. He cometido un error ¿no?

– Sí. Y, por cierto, la próxima vez dígame lo que va a hacer antes de hacerlo. -Turcotte buscó en su chaqueta. Sacó una pistola, extrajo el cargador, lo comprobó y volvió a colocarlo y luego hizo deslizar una bala en la recámara.

– ¿Cuál es el plan? -preguntó Kelly.

– ¿Has leído el libro The Killer Angels? -preguntó Turcotte mientras se colocaba contra la pared y volvía a observar a través de la delgada rendija.

– ¿Aquel sobre la batalla de Gettysburg? -preguntó Kelly.

– Muy bien -dijo Turcotte, mirándola-. ¿Recuerdas qué hizo Chamberlain, del Veinte de Maine, cuando se encontraba en el flanco izquierdo de la línea de la Unión y a punto de quedarse sin municiones después de los ataques continuos de los confederados?

– Ordenó una carga -repuso Kelly.

– Eso es.

– ¿Vamos a hacer una carga?

– Justo cuando la vayan a hacer ellos -asintió Turcotte, sonriendo-. Estarán muy confiados y pensarán que ellos llevan la iniciativa. El tiempo lo es todo.

– ¡Joder! -musitó el mayor a los demás hombres de la camioneta. Miró con enojo el sofisticado aparato de comunicaciones instalado en el vehículo y luego activó el micrófono que colgaba del techo.

– Roger, señor. ¿Algo más? Cambio.

– No la jodan. -La voz del general Gullick era inconfundible, incluso después de ser digitalizada y codificada y luego descodificada e interpretada por el instrumental-. Corto.

La radio enmudeció.

El mayor apartó de un golpe el micrófono y miró a los demás hombres.

– Esperaremos hasta que el otro objetivo se reúna en el apartamento. Hay que cogerlos con vida. A todos.

– Cuando el otro tipo llegue aquí ya será de día -dijo uno de los hombres en tono de protesta.

– Lo sé -repuso el mayor en un tono que no admitía discusión-. Lo arreglaré con la policía local y la mantendré fuera de la zona. -Levantó un objeto semejante a un arma sofisticada-. Recuerden, hay que cogerlos a todos con vida, utilicen sólo las armas paralizantes.

– ¿Y qué hay de Turcotte? -preguntó uno de los hombres-. Va a ser un problema.

– Es el objetivo prioritario cuando atravesemos la puerta. Con los demás resultará más fácil -dijo el mayor.

– No creo que Turcotte se tome la molestia de dejarnos a todos con vida -musitó uno de los hombres.

Pese a la larga noche, con una parada prolongada en DallasFort Worth International, el profesor Nabinger se sentía muy despierto y alerta cuando el taxi tomó la curva y apareció el edificio de apartamentos. En el aire había sólo un pequeño amago del amanecer por el este.

Tras sacar su maleta, Nabinger pagó al taxista. Dejó la maleta en la acera y, mientras buscaba el apartamento, se colocó bajo el brazo el maletín de piel con las fotografías que Slater le había dado. Dio un golpe en la puerta y esperó. La puerta pareció abrirse sola, porque allí no había nadie.

– ¿Hola? -dijo Nabinger.

– Entre. -Se oyó una voz de mujer que provenía del interior de la habitación a oscuras.

Nabinger dio un paso hacia adelante y un brazo de hombre que surgió por detrás de la puerta lo cogió por el cuello y lo condujo a la sala. La puerta se cerró tras él.

– Pero ¿qué…? -empezó a decir Nabinger.

– Silencio -ordenó Turcotte-. En unos segundos nos van a atacar. Vaya con ella. -En la mano llevaba una granada de explosión y destello que conservaba de la misión Nightscape. Retiró la lengüeta y se apoyó contra la puerta escuchando.

Kelly tomó a Nabinger del brazo y lo condujo a la esquina más alejada de la habitación, donde Von Seeckt estaba también esperando. Le dio un trozo de tela oscura tomado de las cortinas.

– Póngase esto en los ojos.

– ¿Para qué? -preguntó Nabinger.

– Hágalo y ya está.

La puerta explotó con el impacto de un ariete de mano y entraron unos hombres que buscaban a sus objetivos con la vista. Fueron recibidos por el enorme estruendo y el fulgor de una luz blanca que los cegó a todos por completo.

Turcotte se quitó la tela oscura que había sostenido para proteger sus ojos y se lanzó sobre los cuatro hombres dando golpes con los puños. En menos de un segundo dos de ellos quedaron inconscientes. Tomó un arma paralizante de una de las manos inertes y disparó a los otros dos con ella cuando intentaban recobrar sus sentidos.

– ¡Vámonos! -gritó Turcotte.

Kelly cogió a Nabinger y salieron corriendo por la puerta.

En la camioneta el mayor se quitó con rabia el auricular y lo lanzó contra la pared; todavía tenía los oídos taponados a causa de la transmisión de la granada de explosión y destello que había salido del apartamento a la calle.

– ¡Están saliendo! -exclamó el vigía en el asiento delantero de la camioneta.

El mayor abrió la puerta lateral y saltó a la calle con una metralleta con silenciador.