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Turcotte se quedó inmóvil, y los otros tres miembros de su grupo se mantuvieron detrás de él. El oficial de la metralleta estaba acompañado por el hombre del asiento delantero, ambos apuntando con sus pistolas a Turcotte.

– ¡No se mueva ni un centímetro! -ordenó el oficial.

– ¿Qué piensa hacer? ¿Dispararme? -dijo Turcotte mientras calibraba el arma paralizante-. Entonces, ¿para qué va a emplear eso? Nos tenéis que capturar vivos ¿no? -Dio otro paso hacia los dos hombres-. Ésas son vuestras órdenes ¿verdad?

– Quédese exactamente donde está. -El oficial apoyó la empuñadura del arma en el hombro.

– El general Gullick se cabreará mucho si nos coses a balazos -dijo Turcotte.

– El se cabreará, pero vosotros estaréis muertos -replicó el mayor centrando su visor en el pecho de Turcotte-. Me importa una mierda…

La boca del mayor se quedó a media frase y en su rostro se dibujó la sorpresa.

Turcotte disparó al conductor; la bala paralizante le dio en el pecho, y aquél cayó al suelo junto a su jefe. Turcotte miró hacia atrás. Kelly bajó lentamente el arma paralizante que había cogido al salir.

– Ya era hora -dijo Turcotte mientras hacía un gesto para que entrasen en la camioneta.

– La conversación era interesante -dijo Kelly-. Era tan… de machos

Ayudaron a subir a Von Seeckt y al confuso Nabinger en la parte trasera de la furgoneta. La calle estaba desierta.

– Tú conduces -dijo Turcotte, de pie entre la abertura de los dos asientos delanteros. -Quiero jugar un poco con los chismes de la parte de atrás.

– Próxima parada, Dulce -dijo Kelly mientras ponía en marcha la camioneta y partía dejando atrás el chirriar de los neumáticos.

EL CUBO.

– Señor, el jefe del equipo de Arizona informa que han perdido a los sujetos. -Por precaución, Quinn mantuvo los ojos bajos, clavados en la pantalla del ordenador.

Parecía que al general Gullick le bastaban tres horas de sueño para funcionar. Lucía un uniforme recién planchado; el final almidonado de la camisa de color azul que llevaba debajo de su americana color marino se le clavó contra el cuello al apartar su atención de los informes de la nave nodriza.

– ¿Perdido?

– Cuando el profesor Nabinger apareció, el equipo de Nightscape se dispuso a atrapar a todos los sujetos. -Quinn recitaba los hechos de forma monótona-. Parece que Turcotte estaba preparado. Empleó una granada de explosión y destello para desorientar al equipo de entrada. Luego, con las armas paralizantes del equipo de entrada él y los demás doblegaron al equipo de la camioneta y luego se marcharon con ella.

– ¿Tienen la furgoneta? -El general Gullick se reclinó en su butaca-. ¿Podemos seguir su pista?

Quinn cerró un momento los ojos. Aquel día había empezado muy mal y no parecía que fuera a mejorar dada la información que mostraba la pantalla.

– No, señor.

– ¿Me está usted diciendo que no disponemos de un detector en nuestros propios vehículos?

– No, señor.

– ¿Por qué no? -Gullick levantó la mano-. Olvídelo. Ya trataremos más tarde sobre esto. Envíe una orden para que se notifique su avistamiento a las autoridades locales. Déles una descripción de la camioneta y de la gente. -Levantó la vista hacia la pantalla grande situada en la parte frontal de la sala. En aquel momento se veía un mapa de los Estados Unidos-. Quiero saber hacia dónde van. Tenemos que impedir que acudan a la prensa. Avise al señor Kennedy para que tenga preparada a su gente en la zona para controlar las líneas telefónicas. Si tenemos el menor indicio de que Von Seeckt ha recurrido a alguien, quiero que Nightscape esté ahí. -Los ojos de Gullick resiguieron ávidamente el mapa-. Diga a todos los de Phoenix que permanezcan ahí. Quiero ver cubiertos también Tucson y Albuquerque. Se mantendrán alejados de los aeropuertos, así que los tendremos en tierra. Cuanto más tiempo estén por ahí fuera, mayor será el círculo.

Quinn se decidió.

– Señor, hay algo más.

¿Sí?

– La fuerza operativa del Abraham Lincoln informa que es negativa la presencia del caza Fu. Han explorado con el escáner el fondo del océano en un área de veinte kilómetros a la redonda de donde cayó el primer caza y no han encontrado nada. El minisubmarino del USS Pigeon ha peinado el fondo y…

– Que permanezcan allí y que continúen buscando -ordenó Gullick.

– Sí, señor. -Quinn cerró la tapa de su ordenador portátil y luego volvió a abrirla con nerviosismo.

– Señor, mmm. -Se humedeció los labios.

– ¿Qué? -gruñó Gullick.

– Señor, es mi deber, mm, bueno… -Quinn se restregó las manos y sintió la protuberancia de su anillo West Point en la mano derecha. Aquellas preguntas llevaban demasiado tiempo-. Señor, esta misión va en una dirección que yo no acierto a comprender. Nuestro cometido consiste en trabajar en el equipo alienígena. No sé cómo Nightscape y…

– ¡Mayor Quinn! -gritó el general Gullick, golpeando con el puño sobre la mesa.

– ¿Sí, señor? -Quinn tragó saliva.

Gullick se puso en pie.

– Voy a tomar algo para desayunar y luego tengo que asistir a una reunión. Quiero que envíe un mensaje a todo nuestro personal de campo y también a todos los que trabajan con nosotros.

Gullick se inclinó sobre la mesa y acercó el rostro a treinta centímetros del de Quinn.

– Tenemos tres malditos días antes de hacer volar la nave nodriza. Estoy harto de oír hablar de errores, fallos y otras jodidas. Quiero respuestas y resultados. He dedicado mi vida y mi carrera a este proyecto. No voy a consentir que quede empañada o destruida por la incompetencia de otros. No quiero que se me cuestione. Nadie me debe cuestionar. ¿Ha quedado claro?

– Sí, señor.

Capítulo 23

RESERVA INDIA FORT APACHE, ARIZONA. 87 horas, 15 minutos.

– Creo que me quedaré aquí-dijo Nabinger.

Se habían detenido en una pequeña área de descanso de la autopista 60, en la altiplanicie del Colorado. Soplaba un viento fuerte del noroeste. Turcotte preparaba café instantáneo para todos en un microondas que había dentro de la camioneta, con las provisiones que había encontrado en un armario. Estaban sentados en las butacas del interior del vehículo pero con la puerta lateral abierta.

– Eso no podemos permitirlo -dijo Turcotte.

– ¡Éste es un país libre! -repuso Nabinger-. Puedo hacer lo que me parezca. Yo no planeé meterme en medio de una batalla.

– Nosotros tampoco -dio Kelly-, también nos hemos visto implicados. Aquí están ocurriendo más cosas de las que ninguno de nosotros puede adivinar.

– Yo sólo quería algunas respuestas -dijo Nabinger.

– Las tendrá -aseguró Kelly-. Pero si las quiere, tendrá que acompañarnos.

Nabinger no había reaccionado muy mal ante el hecho de haber sido prácticamente secuestrado y llevado en una camioneta. Kelly conocía a ese tipo de personas, pues había entrevistado a científicos como él. Muchas veces la conquista del conocimiento resultaba más importante que cualquier otra cosa que ocurriera alrededor, incluida la seguridad personal.

– Todo esto resulta increíble -dijo Nabinger. Miró a Von Seeckt-. Así que usted cree que este mensaje se refiere a la nave nodriza.

– Así es -asintió Von Seecht-. Creo que es un aviso para que no hagamos volar la nave nodriza. Creo que, sin duda, la «nave» es la nave nodriza y, francamente, yo me tomaría muy en serio lo de «nunca más», así como lo de «muerte a todos los seres vivientes».

– Si eso fuera cierto -razonó Nabinger-, significaría que los antiguos humanos fueron influidos por los alienígenas que abandonaron estas naves. Ello explicaría la cantidad de puntos en común en mitología y arqueología.

– Un momento -dijo Kelly-. Si esos escritos de la gran pirámide de Egipto se refieren a la nave nodriza y ésta fue abandonada en este continente, entonces seguramente habrá volado alguna vez.