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»Se rumoreaban muchas cosas de Himmler y de los otros que se encontraban en los puestos importantes. Sobre cómo creían en cosas en que la mayoría de nosotros no creíamos. ¿Sabían que en el invierno del cuarenta y uno nuestras tropas fueron enviadas contra Rusia sin estar provistas del equipo adecuado contra el frío? Y no fue porque no dispusiésemos de ese material en los almacenes de Alemania, sino porque un vidente le dijo a Hitler que el invierno sería suave y él se lo creyó. Resultó ser uno de los más duros jamás registrados, y miles de soldados perecieron congelados únicamente debido a una visión.

»Así pues, mis colegas científicos vieron una tarea ridícula y enviaron al hombre más joven. Sin embargo, los hombres con los que trabajé para llevar a cabo esa misión no la creían ridícula. Tenían información que no compartieron conmigo. La seriedad con que me enviaron a llevar a cabo la misión era inequívoca. -Von Seeckt sonrió-. Yo mismo me puse muy serio cuando supe hacia dónde nos llevaba aquella misión: a El Cairo, tras las líneas enemigas. Me dijeron que debía estar preparado para encontrar y guardar algo que podría ser radiactivo.

»Fuimos en tren hasta el sur de Italia. Allí, un submarino nos condujo por el Mediterráneo hasta Tobruk, donde nos facilitaron camiones y guías locales. El Octavo Regimiento Británico estaba en una situación confusa y en retirada, así que infiltrarse en sus líneas y pasar a El Cairo no resultó tan difícil como temía, a pesar de que durante el trayecto se produjeron algunos contratiempos.

Turcotte tomó un sorbo de café, que ya estaba frío. La historia era interesante, pero no sabía de qué manera podría ayudarlos en la situación actual. Además, advertía que Kelly estaba muy molesta por las revelaciones que había hecho Von Seeckt sobre su pasado. Por su parte, a Turcotte no le hacia la menor gracia la conexión con las SS. Von Seeckt podía admitir lo que quisiera, pero eso no lo hacía mejor ante los ojos de Turcotte. La confesión no hace que un crimen desaparezca.

– El mayor Klein estaba al mando del grupo -prosiguió Von Seeckt-. No compartía su información con nosotros. Nos dirigimos a la orilla occidental del Nilo y entonces supimos cuál era nuestro destino: la gran pirámide. Todavía me sentí más confundido cuando penetramos por el túnel de la pirámide en medio de la noche, yo con mi detector de radiactividad. ¿Por qué estábamos allí?

»Fuimos bajando mientras Klein se dirigía una y otra vez a un hombre que llevaba un trozo de papel al que consultaba. El hombre señaló un punto, y Klein ordenó a sus hombres, un escuadrón de las tropas del desierto de las SS, que echaran abajo una pared. Nos colamos por una abertura hasta otro túnel que también iba hacia abajo. Todavía tuvimos que atravesar dos paredes más antes de acceder a una cámara.

– La cámara inferior -intervino Nabinger-. Donde yo encontré estas palabras.

– Donde usted encontró estas palabras -repitió Von Seeckt, al tiempo que por la carretera pasaba un camión cargado con ganado.

– ¿Qué encontró en la cámara? -preguntó Nabinger.

– Bajamos y rompimos las últimas paredes que llevaban a la cámara. Allí había un sarcófago intacto. Klein me ordenó utilizar mi aparato. Lo hice y me sorprendí al detectar un nivel elevado de radiación dentro de la cámara. No era peligroso para los humanos, pero aun así, no había razón para que hubiera radiactividad. Era mucho más elevada de lo que sería normal en el caso de una radiación de fondo. Klein no se inmutó. Tomó un pico y levantó la tapa.

»Al mirar por encima de su hombro me sorprendí. Allí dentro había una caja de metal negra. El metal estaba cuidadosamente labrado; no podía ser obra de los antiguos egipcios. Me preguntaba a mí mismo cómo habría llegado allí. No tuve tiempo para pensar más en ello. Klein me ordenó coger la caja, lo hice y la cargué en la mochila. Era muy grande, pero no excesivamente pesada. Tal vez unos dieciocho kilos. En aquella época yo era mucho más fuerte.

«Abandonamos la pirámide del mismo modo en que habíamos entrado. Fuimos hacia nuestros camiones y nos dirigimos hacia el oeste aprovechando que la oscuridad todavía ocultaba nuestros movimientos. Durante el día estuvimos escondidos en las dunas. Teníamos dos guías árabes que se habían quedado en los camiones para mostrarnos el camino y nos condujeron hacia el oeste.

»A la tercera noche nos tendieron una emboscada. -Von Seeckt se encogió de hombros-. No sé si fue deliberadamente. Los árabes trabajaban para quien más les pagara. No era raro que los mismos guías trabajasen para los dos bandos. Realmente no importa. El camión que iba delante recibió un impacto directo de un tanque británico. Las balas atravesaron las cubiertas de lona de la parte trasera del camión donde yo me encontraba. Salté encima de la caja para protegerla. Aquélla era mi tarea: proteger la caja. Klein estaba a mi lado. Sacó una granada, pero seguramente le dispararon antes de que pudiera tirarla puesto que, al hacerlo, cayó a mi lado. La aparté de mi lado y la tiré a la parte de atrás, a la arena y allí explotó. Aparecieron militares británicos por todas partes. Klein todavía estaba con vida. Intentó luchar pero le dispararon varias veces. A mí me cogieron, y también la caja.

– Klein no dejó caer aquella granada -interrumpió Turcotte.

– ¿Cómo dice? -Por un momento Von Seeckt se quedó fuera de su historia.

Desde la puerta Turcotte miraba la carretera, donde el camión de ganado era ya un punto que desaparecía en el horizonte.

– Klein tenía órdenes de matarlo a usted y destruir la caja.

– ¿Cómo puede saber eso? -preguntó Von Seeckt.

– Puede que ocurriera hace cincuenta años, pero hay muchas cosas que no cambian. Si no podían llevarse la caja con seguridad, no querían que el otro bando la consiguiera y se llevara además el conocimiento que usted tenía. Éste es el modo en que hubiera ido una misión como ésa. Los británicos hicieron lo mismo cuando enviaron especialistas a controlar los puntos de radar alemanes a lo largo de la costa francesa durante la guerra. Sus hombres tenían órdenes de matar a los especialistas antes de que fueran capturados por su conocimiento sobre los sistemas de radar británicos.

– ¿Sabe que después de tantos años no se me había ocurrido? -dijo Von Seeckt-.Y debería haberlo hecho después de todo lo que he visto desde entonces.

– Bueno, eso está muy bien -dijo Nabinger con impaciencia-, pero hasta ahora no es importante. Lo que importa es lo que había en la caja.

– La caja estaba sellada cuando la encontramos y Klein no me permitió abrirla. Como mi amigo el capitán Turcotte ha señalado tan acertadamente, Klein quería cumplir las normas a rajatabla. Así que los británicos nos cogieron, a mí y la caja, y nos sacaron de ahí rápidamente. Primero regresé al Cairo. Luego, en un avión… -Von Seeckt hizo una pausa-. Baste con decir que finalmente acabé en Inglaterra, en las manos del EOE.

– ¿EOE? -preguntó Nabinger.

– Ejecutivo de Operaciones Especiales -dijo Kelly.

– Así es -asintió Von Seeckt-. Me interrogaron y les dije lo que sabía, que no era mucho. Comprobaron también la caja para ver si era radiactiva. Tuvieron una lectura positiva. -Miró a Kelly y se dio cuenta de que su estado de ánimo cambiaba-. ¿Sabe algo del EOE?

– Como dije antes, mi padre estuvo en la OSS. La versión norteamericana del EOE.

– Esto es lo más curioso -dijo Von Seeckt frotándose la barba-. El EOE me cedió a la OSS. Por lo visto, la radiactividad era una especialidad norteamericana.

– ¿Los británicos tampoco abrieron la caja? -Nabinger se esforzaba por no perder la paciencia.

– No pudieron hacerlo -puntualizó Von Seeckt-. Así que, me enviaron a los Estados Unidos. La caja iba en el mismo avión. Al fin y al cabo, los británicos tenían una guerra en la que combatir y, por lo visto, había cosas más importantes que atender. Además, como luego se vería, la radiactividad era ciertamente la especialidad de los norteamericanos.