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– De verdad que no he estado allí -dijo Von Seeckt-. En cambio, Gullick y los demás hombres de su confianza iban a menudo a Dulce. Algo cambió este año. Ellos cambiaron.

Kelly intuyó que había algo más.

– ¿Cambiaron? ¿Cómo cambiaron? -preguntó.

– Empezaron a actuar de una forma irracional -contestó Von Seeckt-. En Majic12 siempre nos sometimos a mucho secretismo. Y, como dice el capitán Turcotte, Dulce lleva muchos años existiendo. Sin embargo, algo ahora es distinto. Esa urgencia por hacer volar la nave nodriza. ¿Para qué tanta prisa? Incluso para entrar en ella. Durante muchos años no pudimos pasar del revestimiento, pasamos décadas intentándolo y de repente ellos extraen una muestra, ensayan una nueva técnica y lo consiguen. También está la rapidez con que aprendieron a manejar los mandos y el instrumental. Parece que supieran más de lo que deberían.

– ¿Es posible que por fin hayan podido descifrar la runa superior? -preguntó Nabinger-. Esto explicaría, en parte, la situación.

– En parte, sí -corroboró Von Seeckt-. Pero no creo que hayan descifrado el código y, aunque lo hayan hecho, eso no explica por qué actúan de un modo tan extraño y con tanta prisa. -Von Seeckt levantó sus manos-. No lo entiendo.

– ¿Sabe dónde se encuentra la instalación? -preguntó Turcotte.

– No exactamente. En las afueras de la ciudad de Dulce. Recuerdo una gran montaña situada detrás de la ciudad y que íbamos por la montaña por un camino de piedras. Luego entrábamos en un túnel y todo estaba bajo tierra.

Turcotte se frotó la frente.

– Así que no sabe exactamente dónde está ni lo que ocurre ahí.

– No.

Kelly miró por el retrovisor y cruzó una mirada con Turcotte, quien luego dijo:

– Bueno, pronto estaremos ahí y sabremos lo que ocurre y conseguiremos sacar a Johnny Simmons de ahí.

Kelly abrió la boca para decir algo pero la cerró. Volvió a fijar la vista en el camino y continuó conduciendo.

CERCANÍAS, DULCE, NUEVO MÉXICO

Johnny Simmons veía. No sabía desde cuándo, pero había empezado con un suave matiz gris que se infiltraba en la oscuridad que lo rodeaba. Luego la diferencia entre la luz y la oscuridad se hizo mayor y ya fue capaz de distinguir algunas formas que se movían en la periferia de su visión. No podía mover la cabeza ni los ojos.

Pero más adelante deseó que aquella ligera mejoría no hubiera ocurrido. Y es que había algo extraño en la formas que vislumbraba. Tenían forma humana, pero no lo eran y eso le asustaba. Todas las siluetas eran deformes: cabezas demasiado grandes, brazos demasiado largos, torsos demasiado cortos. Una vez creyó ver la forma de una mano, pero tenía seis dedos en lugar de cinco, y los dedos eran demasiado largos.

Johnny se concentró tanto en la vista que transcurrió un tiempo hasta que percibió otros cambios en su entorno. Había un olor en el aire. Un olor muy desagradable. Y podía oír algo, si bien parecía muy distante. Era un sonido seco, pero no mecánico. Parecía al chasquido que hacen algunos insectos.

Un gusto a cobre invadió la boca de Johnny y su mundo de nuevo se volvió negro. Pero esta vez podía oír sus propios chillidos, que sonaban como si fueran los de otra persona allí fuera. Pero el dolor estaba cerca.

Capítulo 25

CARRETERA 64, NOROESTE DE NUEVO MÉXICO. 79 horas.

La carretera rodeó un pequeño lago a la izquierda y luego pasó entre colinas cubiertas de árboles. Turcotte comprobó el mapa. Estaban cerca de Dulce. Según el mapa, la ciudad estaba al sur de la frontera con el Colorado, hundida entre el Parque Nacional de Carson y el Parque Nacional de Río Grande. El terreno era rocoso y montañoso, con grupos de abetos diseminados que adornaban los lados de la colina. Era el tipo de zona relativamente poco poblada donde al gobierno le gustaba situar sus instalaciones secretas.

La carretera describió un trayecto recto y ante ellos apareció una extensa panorámica. Von Seeckt se inclinó hacia adelante entre los asientos.

– Allí. Aquella montaña de la izquierda -señaló-. Me acuerdo. La instalación se encuentra detrás de ella.

Una larga cadena de montañas se extendía de izquierda a derecha a unos dieciséis kilómetros por delante y terminaba en una cumbre levemente separada del cuerpo principal de la cadena.

– ¿Hacia dónde vamos? -preguntó Kelly.

– Continúa por la carretera -le indicó Turcotte-. Ya te diré dónde debes parar.

Cuando estuvieron más cerca, distinguieron la ciudad de Dulce al pie de la cadena de montañas. Era un conjunto de edificios esparcidos por el valle, que llegaban hasta la base de la montaña.

La carretera 64 pasaba por el lado sur del municipio, y Kelly mantuvo con cuidado la velocidad mientras la atravesaban. En cuanto hubieron dejado la ciudad atrás, Turcotte dijo que tomara una carretera de piedras y se detuviera.

– ¿Dice que la instalación se encuentra detrás de la montaña? -preguntó a Von Seeckt.

– Sí. Era de noche cuando vine y han pasado más de cincuenta años. Por aquel entonces no había mucha cosa. No recuerdo todos esos edificios.

– Bien -dijo Turcotte mirando hacia el norte-. Nos quedan unas dos horas de luz. Vamos a comprobar qué podemos ver desde la camioneta.

Señaló de nuevo la ciudad y Kelly se dirigió hacia allí.

Pasaron la señal que indicaba el comienzo de la ciudad y giraron a la derecha, pasando delante de la escuela elemental. Poco a poco la carretera iba ascendiendo. Al cabo de unos quinientos metros llegaron a la base de la sierra. Turcotte hizo que Kelly tomara las curvas que los conducían hacia la derecha. Era el único modo de que él pudiera observar la montaña. A la izquierda sólo veían el lado sur de la línea de la montaña.

Una cabeza de flecha con un número 2 en su interior indicó que había una carretera que llevaba al noreste. Las demás parecían ser calles de la zona residencial de la localidad. Kelly tomó la carretera señalada con la punta de flecha y empezaron a ascender por la ladera de la montaña. Luego otra señal les indicó que se encontraban en la reserva india de Jicarilla Apache. Un Ford Bronco de color blanco, con dos hombres sentados en el interior, los adelantó y Turcotte giró su cabeza para verlos pasar.

– Matrículas del gobierno -señaló.

– Bien -dijo Kelly.

– Probablemente sean de la instalación.

– No quisiera ahogaros la fiesta -dijo Kelly-. Pero por aquí se ven muchas matrículas del gobierno. Estamos en territorio federal, de hecho, en territorio indio, y la oficina para asuntos indios, que ayuda a gestionar las reservas, es federal.

– Pero podrían ser de la base -dijo Turcotte.

– ¡Ah! ¡El optimismo! -exclamó Kelly imitando el acento canadiense de Turcotte-. Me gusta eso.

– Allí. -Turcotte señaló a la derecha-. Párate aquí.

La carretera se dividía. A la derecha descendía hacia el valle. A la izquierda, una carretera de grava ancha y bien cuidada dibujaba una curva hacia la parte posterior de la base de la sierra y desaparecía.

– Está por ahí -anunció Turcotte con un tono seguro.

– ¿Por qué no hacia la derecha? -preguntó ella.

– Von Seeckt dijo que se encontraba detrás de la montaña. La derecha no va hacia atrás de la montaña. -Se volvió y miró hacia atrás-. ¿Es así? -Von Seeckt asintió-Creo que es hacia la izquierda -continuó Turcotte-. De hecho, desde que dejamos Phoenix, ésta es la mejor carretera de grava, y la más ancha que he visto. -Sonrió-. Aparte de la opinión de Von Seeckt, creo que la instalación está al final de esta carretera debido a esas pequeñas líneas sobre la carretera que parecen humo. -Señaló hacia la carretera de grava-. ¿Lo veis? ¿Allí y allí?

– Sí. ¿Qué son?

– Es polvo captado por un haz de rayos láser. Un coche baja por la carretera, el haz se interrumpe y envía una señal. Hay dos haces, de forma que pueden saber si un vehículo está entrando o saliendo según el orden en que se interrumpan los haces de luz. No creo que la oficina para asuntos indios salvaguarde la reserva de forma tan estricta, ¿no os parece?