A unos seis metros de donde había aparcado había unas puertas correderas incrustadas en la roca.
– Vamos.
Turcotte miró a las tres personas que lo seguían: Kelly, pequeña y robusta; Von Seeckt, apoyado en su bastón y Nabinger a la cola. Kelly le sonrió.
– Tú, que no tienes miedo, diriges.
Introdujo la tarjeta en la ranura del ascensor. Las puertas se abrieron. Entraron y Turcotte examinó los botones. Indicaban HP, garaje y subniveles numerados del 4 al 1.
– Diría que HP significa helipuerto. Probablemente tendrán uno en el lado de la montaña o incluso en la cima, sobre nosotros. ¿Alguna idea de adonde ir? -preguntó a Von Seeckt.
El anciano se encogió de hombros.
– La última vez que estuve aquí tenían escaleras, pero fuimos hacia abajo.
– Yo sugiero el nivel más inferior -propuso Kelly-. Cuanto mayor es el secreto, más abajo hay que ir.
– Muy científico -dijo en voz baja Turcotte.
Pulsó el subnivel 1. El ascensor descendió mientras las luces de la pared parpadeaban y se detuvo en el subnivel 2. Un mensaje apareció en el visor digitaclass="underline" «ACCESO A SUBNIVEL 1 LIMITADO SÓLO A PERSONAL AUTORIZADO. Es PRECISO TENER ACREDITACIÓN Q. ACCESO DUAL OBLIGATORIO. INSERTAR LLAVES DE ACCESO».
Turcotte observó las dos pequeñas aberturas destinadas a insertar un objeto redondo; una estaba junto debajo del visor digital y la otra en la pared más alejada. Se encontraban lo suficientemente apartadas para que una persona no pudiera accionar las dos llaves, igual que los sistemas de lanzamiento de ICBM.
– No tengo llaves para eso, y nuestro señor Spencer tampoco.
Turcotte pulsó el botón de abertura y las puertas se abrieron dejando ver un pequeño vestíbulo, otra puerta y un cartel aviso: «SUBNIVEL 2. SÓLO PERSONAL AUTORIZADO. AUTORIZACIÓN ROJA NECESARIA».
Justo debajo de la señal había una ranura para insertar la llave de acceso. Turcotte sacó la tarjeta que había cogido en la furgoneta. Era de color naranja.
– Todavía estamos debajo del margen de seguridad del señor Spencer -dijo. Dio un paso hacia adelante y buscó en la pequeña mochila que llevaba-. Pero creo que podremos solventar ese pequeño inconveniente. -Extrajo una pequeña caja negra.
– ¿Qué es eso? -preguntó Kelly.
– Algo que encontré en la camioneta. Allí tenían muchos tesoros. -Había una tarjeta de acceso conectada a la caja con varios cables. Turcotte la insertó en la ranura en la dirección opuesta a la que indicaba la flecha-. Lee el código de la puerta al revés, lo memoriza y luego invierte el código. Usé aparatos semejantes en otras misiones.
La insertó en la dirección adecuada y las dos puertas se abrieron dejando ver un guarda sentado en una recepción a unos diez pasos.
– ¡Oigan! -exclamó el guarda poniéndose de pie.
Turcotte dejó caer la caja y cogió la pistola paralizante, pero ésta quedó trabada en el bolsillo, por lo que desistió y avanzó. El guarda acababa de desenfundar su arma cuando Turcotte dio un salto con los pies hacia adelante en dirección a la mesa. El tacón de las botas golpeó el pecho del guarda y éste fue a parar contra la pared.
Turcotte había quedado de espaldas al guarda y, girándose bruscamente dio un golpe contra la cabeza del guarda dejándolo inconsciente. Se volvió hacia el escritorio y miró a la pantalla del ordenador que llevaba incorporado. Mostraba un esquema de habitaciones con etiquetas y luces verdes en cada uno de los pequeños compartimientos. Los demás se arremolinaron rápidamente alrededor.
– Archivos -dijo Turcotte mientras colocaba un dedo en una habitación. Miró a Nabinger y a Von Seeckt-. Todo suyo, señores. -Buscó en los bolsillos y sacó un arma paralizante-. Si encuentran a alguien, pueden usar esto. Basta con apuntar y darle al gatillo, el arma se encarga del resto. Tendrán cinco minutos. Luego tendrán que regresar aquí, hayan encontrado o no lo que buscaban.
Nabinger se orientó con el diagrama y miró hacia el pasillo.
– De acuerdo, Vámonos. -Y se marchó con Von Seeckt.
– Diría que tu amigo ha de estar en uno de esos dos lugares -dijo Turcotte señalando con el dedo. En uno se leía «ZONA DE MANTENIMIENTO», y en el otro, «LABORATORIO BIOLÓGICO».
– Laboratorio biológico -se aventuró Kelly.
Salieron corriendo en la dirección opuesta a la que habían tomado Von Seeckt y Nabinger. La zona estaba en silencio. Pasaron varias puertas con rótulos que indicaban nombres, sin duda, las oficinas de la gente que trabajaba durante el día.
– A la izquierda -dijo Kelly. Unas puertas dobles basculantes los esperaban al final de un pasillo corto. Se detuvieron y Kelly arqueó las cejas en señal de pregunta al oír que alguien tosía al otro lado.
– A la carga -susurró Turcotte.
– No tienes un gran repertorio de tácticas -respondió Kelly en voz baja.
Turcotte abrió de un golpe las puertas y entró. Una mujer mediana edad vestida con una bata blanca estaba inclinada sobre un objeto negro rectangular que le llegaba a la altura de1 pecho. Llevaba el pelo atado en un moño y miraba a través: unas gafas.
– ¿Quiénes son ustedes? -preguntó.
– ¿Johnny Simmons? -preguntó Turcotte.
– ¿Qué? -respondió la mujer, desviando luego los ojos hacia el objeto negro.
Turcotte avanzó hacia ella y miró hacia abajo. Parecía un ataúd de gran tamaño. Había un panel en la parte superior, y o era lo que la mujer había mirado.
– ¿Qué es esto? -preguntó.
– ¿Quiénes son ustedes? -La mujer los miró-. ¿Qué tan haciendo aquí?
Unos cuantos cables caían del techo y entraban en la parte superior de la caja negra. Algunos de los cables eran transparentes y por ellos corrían fluidos. Se dirigió hacia la mujer.
– Sáquelo de ahí.
– ¿Johnny está ahí? -dijo Kelly mirando fijamente la caja. Se acercó y tomó un portapapeles que colgaba de un clavo. Comprobó los papeles.
– Ahí hay alguien -dijo Turcotte-. Estos son tubos de ero. No sé qué llevan, pero ahí dentro hay alguien.
– Es Johnny -afirmó Kelly sujetando el portapapeles.
– Sáquelo de aquí-repitió Turcotte.
– No sé quiénes son ustedes -empezó a decir la mujer-, ro…
Turcotte desenfundó su Browning High Power Pulsó el gatillo con el pulgar.
– Tiene cinco segundos o le meteré una bala en su pierna izquierda.
La mujer se quedó mirándolo.
– No se atreverá.
– Lo hará -dijo Kelly-. Y si él no lo hace, lo haré yo. ¡Abra eso ahora mismo!
– Uno, dos, tres. -Turcotte bajó el cañón apuntando hacia la pierna de la mujer.
– ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! -La mujer levantó las manos-. Pero no puedo abrirlo así como así. El shock mataría el obj… -calló-, el paciente. Tengo que hacerlo de la forma apropiada.
– ¿Cuánto tiempo? -preguntó Turcotte.
– Quince minutos para…
– Hágalo en cinco.
En el otro extremo de aquel piso de las instalaciones, Von Seeckt y el profesor Nabinger se encontraban frente a un tesoro intelectual. Los archivos estaban a oscuras cuando abrieron la puerta. Cuando Nabinger encontró el pulsador de la luz, iluminó una sala llena de grandes archivadores. Al abrir los cajones encontraron fotografías. Los cajones estaban etiquetados con números que no significaban nada para ninguno de ambos. En el extremo de la habitación había una puerta acorazada con una pequeña ventana de cristal. Von Seeckt miró a su través.
– Ahí dentro están las tablas originales de piedra de la caverna de la nave nodriza -dijo-. Pero en estos archivos tiene que haber fotografías de ellas.
Nabinger ya estaba abriendo cajones.
– Aquí hay la misma runa superior del lugar de México que Slater me mostró -dijo Nabinger mostrando unas copias en papel satinado de veinticinco por cuarenta centímetros.