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Gullick miraba el mapa del Área 51 e intentaba entender cada uno de los símbolos. Tenía tres amenazas: un hombre que se acercaba a la zona de ingeniería, el helicóptero que se aproximaba al interior y los vehículos que entraban desde el desierto. Era, sin duda, una acción coordinada y él no podía arriesgarse más. Incluso sin radio podía controlar todavía las cosas. Dio las órdenes en voz alta.

– Informen a los puntos antiaéreos de Landscape por línea de tierra de que se encuentran en un estado de libre de armas.

– Sí, señor.

– Avise al centro de ingeniería de la infiltración de un hombre en su posición. Tiene que detenerse con la sanción más alta.

– No tenemos línea de tierra con el centro de ingeniería -informó Quinn-. Su red de protección es la frecuencia de Nightscape. No podemos conectar con ellos.

– ¡Maldita sea! -bramó Gullick en su frustración.

Una exclamación de sorpresa resonó en el auricular de la doctora Duncan. Arriba, delante de la cabina, brilló una luz roja en el panel de control.

– ¡Lanzamiento de misil! -exclamó la teniente Hawerstaw-. ¡Maniobras de evasión! Hancock y Murphy, vigilad por detrás y preparaos si se trata de uno de los térmicos.

El Blackhawk se volvió sobre su lado izquierdo y luego adoptó de nuevo su posición. La doctora Duncan vio que los dos miembros de la tripulación de la parte trasera abrían las puertas de la nave y dejaban entrar aire frío. Llevaban unos arneses sobre sus cuerpos y se inclinaron fuera de la nave para mirar hacia abajo.

– Veo un lanzamiento -dijo Murphy-. En la posición horaria de las cuatro. Subiendo rápidamente.

Murphy sostuvo una bengala, la disparó hacia el exterior y hacia arriba con la esperanza de que el calor desviara el misil. Al mismo tiempo, Hawerstaw pulsó bruscamente los mandos hacia adelante y enseguida empezaron a perder algo de altura.

El misil pasó cerca del lado derecho del helicóptero y perdió el extremo exterior de las hojas de su rotor a menos tres metros.

– Esto es lo que se dice cerca -dijo Hawerstaw por el intercomunicador constatando algo obvio, mientras tiraba del paso de rotor y del mando y detenía el descenso casi sobre el suelo del desierto.

– Esto fue cerca -dijo la doctora Duncan mirando el suelo, a menos de seis metros por debajo.

– No creo que seamos bienvenidos aquí -dijo secamente Hawerstaw.

– Póngame con la radio de sus oficinas -indicó la doctora Duncan.

– Imposible -replicó Hawerstaw-. La frecuencia de Groom Lake está repleta de interferencias.

– ¡Alto! -exclamó una voz en la oscuridad a la derecha de Turcotte. Distinguió a una figura con gafas de visión nocturna y una metralleta que le apuntaba.

Como respuesta, Turcotte disparó dos veces, los dos tiros hacia abajo, de forma que hirió al hombre en las piernas y lo hizo caer. No había necesidad de más muertes. Se arrepentía de lo ocurrido en el laboratorio. Las circunstancias y la rabia habían movido su mano en aquella ocasión. Se precipitó sobre él, le quitó la metralleta Calicó y también las gafas.

– ¡Mierda! -dijo el hombre, mientras buscaba su arma. Turcotte le dio un golpe en la cabeza con el cañón de la Calicó y el hombre quedó inconsciente. Turcotte comprobó las heridas, ninguna arteria afectada. Rápidamente aplicó a cada muslo un vendaje para detener la hemorragia con la misma chaqueta de combate del hombre y luego continuó su camino.

Un helicóptero Little Bird AH6 sobrevolaba justo por encima de sus cabezas. Kelly pulsó el acelerador a fondo. Las luces del complejo estaban a poco menos de un kilómetro.

– Las puertas del hangar están cerradas -dijo Nabinger.

– ¿Qué piensas hacer?

– Sólo quiero salir de aquí de una sola pieza. Luego ya inventaré algo -respondió Kelly.

– El helicóptero todavía no ha sido abatido -informó Quinn-. Quienquiera que lo conduzca es muy bueno. Vuela por debajo del seguimiento de un radar de tierra. Todavía no podemos fiarnos del seguimiento de satélite a los puntos AA a causa de las interferencias.

– Lance el platillo de alerta -ordenó Gullick-. ¡Que obligue a bajar el helicóptero!

Hawerstaw miró fuera del parabrisas. Estaban pasando muchas cosas allí en tierra. Abajo veía vehículos que describían una especie de circo de luces. También había varios helicópteros en el aire. Uno de ellos se dirigía hacia ella.

– Tenemos compañía -anunció el teniente Jefferson.

Hawerstaw no respondió. Vio el AH6 acercarse directamente a ellos a una distancia de un kilómetro.

– Estamos a punto de colisionar -dijo Jefferson.

Ahora había quinientos metros entre las dos naves. El piloto del AH6 hacía intermitencias con sus faros.

– Creo que quiere que aterricemos -dijo Jefferson.

Hawerstaw se mantuvo en silencio con las manos bien firmes en los controles.

Lisa Duncan se revolvió en su asiento y miró hacia adelante mientras Jefferson volvía a hablar.

– ¡Uy! Deb, está… ¡Dios mío! -exclamó el copiloto cuando el AH6 llenó toda la vista delantera. En el último momento, al darse cuenta de que la colisión era inminente el otro helicóptero viró de golpe.

– Gallina -musitó Hawerstaw. Luego levantó la voz-. Estaré ahí en treinta segundos.

– Las puertas del hangar se están abriendo -exclamó Nabinger en cuanto vio un reflejo rojo delante de ellos. -Voy para allá -dijo Kelly.

– ¡Hey! -exclamó el sargento sentado dentro de un vehículo cuando vio por la puerta el morro de una metralleta.

– ¡Ve con cuidado con ese chisme!

– No, mejor será que vayas tú con cuidado -dijo Turcotte apuntando al vehículo. Miró el ordenador y los cables que salían de la caja negra conectados a ella.

– ¿Esto es para hacer explotar las cargas que abren el hangar dos?

El sargento sólo podía ver el extremo del morro, cuyo orificio negro parecía hacerse mayor cada segundo que lo miraba.

– Sí.

– Póngalo en marcha y active el programa de secuencia de disparo.

– ¡Mirad aquello! -exclamó Hawerstaw cuando colocó el Blackhawk a doscientos metros de la gran puerta que se estaba abriendo en la montaña. Una luz roja se desparramaba sobre el asfalto y un disco se mantenía suspendido. Avanzó en cuanto la puerta se abrió suficientemente.

– ¿Pero qué es eso?

– Gracias por traerme -dijo Duncan-. Es mejor que os quedéis aquí y esperéis a que las cosas se aclaren.

– Roger,-dijo Hawerstaw-. Bienvenida.

Duncan se quitó el casco y bajó del helicóptero. Volvió la cabeza cuando una camioneta frenó entre ella y el disco con gran ruido de neumáticos.

Turcotte miró la pantalla. Las cargas estaban listadas con orden y hora de inicio. Empezó a teclear deprisa.

Unos guardas armados salieron corriendo del hangar en cuanto el agitador se levantó sobre sus cabezas iluminando la escena que se desarrollaba debajo.

– Fuera del vehículo con los brazos en alto -ordenó uno de los hombres apuntando con su arma el parabrisas de la camioneta.

– Vamos -dijo Kelly-. Hicimos todo lo que pudimos. Esperemos haber dado suficiente tiempo a Turcotte para que haya acabado.

Abrió la puerta del conductor y bajó con Nabinger, este último con la tabla rongorongo y con su mochila. Von Seeckt bajó por detrás.

– ¡Boca abajo al suelo! -ordenó el hombre.

– ¡Esperen un momento! -exclamó una voz de mujer. Todos los ojos se clavaron en la figura que salía del helicóptero Blackhawk-. Soy la doctora Duncan. -Mostró su tarjeta de identificación-. Soy la asesora presidencial de Majic12.

El oficial de mayor rango en Nightscape se detuvo, confundido con aquella aparición repentina y aquel cambio en la cadena de comandancia. Los tres grupos se habían reunido en un círculo de diez metros delante de las puertas del hangar uno.