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– He visto fotografías de esas cosas -dijo Kelly-. ¿Cómo esa gente consiguió mover aquellos objetos tan grandes y pesados?

– Una buena pregunta -dijo Nabinger-. Hay varias teorías pero ninguna de ellas resulta del todo convincente.

– ¡Ah! -dijo Von Seeckt-. Tal vez nuestros antepasados de pelo rojo tengan algo que ver con ello. O quizá dejaron algo ahí que los nativos emplearon para mover las estatuas. Tal vez se hiciera por transporte antigravitatorio o magnético o quizá…

– ¿Hay alguna prueba de la existencia de ese guardián? -interrumpió Turcotte-. ¿Algo parecido a los agitadores o a la nave nodriza, o algo como lo que se encontró en la pirámide?

– No -Nabinger negó con la cabeza-, pero no se sabe tanto de la isla como a la gente le gustaría saber. No sabemos por qué se erigieron aquellas estatuas, ni tampoco cómo llegaron a ese lugar desde la costa. Hay muchas cosas ocultas acerca de la historia de la isla. Los arqueólogos todavía hacen hallazgos al explorarla. La isla es volcánica y está repleta de cavernas, como un panel de abejas.

Aquello llamó la atención de Turcotte.

– Así que es posible que todavía haya algo ahí.

– Tal vez el guardián todavía existe -sugirió Kelly.

– Espero que haya algo ahí abajo -indicó Turcotte mirando por encima del hombro de Scheuler en el visor táctico-, y digo esto porque creo que tenemos a alguien pegado en la cola. No creo que el general Gullick ya se haya dado por vencido.

Capítulo 33

ESPACIO AÉREO, OCÉANO PACÍFICO.

– Para que las cosas vayan mejor, tendrán que ir primero peor -dijo Turcotte.

– ¿Qué ocurre ahora? -preguntó Kelly.

– Nuestro enlace vía satélite indica que también tenemos compañía por arriba. Parece como si hubiera un grupo de interceptores esperando que entremos en su zona de peligro.

– ¿Y cuál es la parte buena? -preguntó Kelly.

– Bueno, que siempre antes de que algo vaya a peor, mejora -dijo Turcotte -. O eso o estás muerto.

– Una buena filosofía -dio ella para sí.

Un grupo de f16 del Abraham Lincoln esperaba en el Pacífico describiendo círculos por la ruta de vuelo prevista para el objetivo que había de seguirse. Eso fue así hasta que de repente surgieron pequeñas bolas incandescentes y todas las naves perdieron potencia en los motores.

El general Gullick cerró los ojos mientras escuchaba los informes de pánico de los pilotos cuando sus motores se incendiaban. Se quitó los auriculares y miró al piloto.

– ¿Hacia dónde nos dirigimos?

– He proyectado la ruta de vuelo del agitador número cuatro -informó el piloto. Señaló la pantalla con la cabeza. Una línea cruzaba recta desde su emplazamiento actual a más de mil seiscientos kilómetros al este de Colombia, dirección sur.

– ¿La Antártida? -preguntó Gullick-. No hay nada ahí.

– Mmm, de hecho, señor, ya lo he comprobado. Y hay una isla en esa ruta. La isla de Pascua.

– ¿La isla de Pascua? -repitió el general Gullick-. ¿Y qué cono es la isla de Pascua?

No esperó una respuesta. Inmediatamente se puso en comunicación por radio con el almirante al cargo de la fuerza operativa del Abraham Lincoln. De ahí surgió una discusión que duró cinco minutos puesto que las prioridades del almirante eran algo distintas a las de Gullick. El quería recuperar los aparatos hundidos. Finalmente llegaron a un acuerdo y la mayoría de la fuerzas operativas se dirigió hacia el sur a velocidad de ataque hacia la isla de Pascua, mientras varios destructores se quedaban detrás para recoger a las tripulaciones.

Turcotte vio que los puntos de las naves que esperaban desaparecieron de la pantalla. Sintió un nudo en el estómago a pesar de que aquello era algo, en apariencia, positivo.

– Dígame, profesor. Cuénteme más cosas sobre la isla de Pascua -dijo Turcotte.

– Hay dos grandes volcanes en la isla -informó Nabinger-. Rano Raraku al sureste y Rano Kao. Ambos tienen un lago en el cráter. En la falda del Raraku se encuentran las canteras donde se tallaban las estatuas de piedra y se esculpían en piedra dura. Ahí se han hallado algunas estatuas en varios estadios de creación. Los habitantes tallaban las estatuas tumbadas sobre la espalda. Luego continuaban tallando hasta llegar a la espina dorsal. A continuación las transportaban a sus emplazamientos, y las colocaban en una plataforma.

»Es importante resaltar -prosiguió- que la carretera principal que lleva de Raraku está flanqueada por estatuas, y hay quien piensa que era una ruta de procesión.

– ¿Para culto a las cabezas de fuego? -preguntó Kelly.

– Es posible. Hay quien piensa que, simplemente, las estatuas fueron abandonadas cuando la gente se levantó contra los sacerdotes que dirigían su construcción. Emplearon un número enorme, casi increíble de recursos para la creación y al desplazamiento de las estatuas. Seguro que afectó gravemente la economía de la isla, y la teoría es que posiblemente el pueblo se levantara en contra.

– Así que Raraku es el lugar donde hay que ir -interrumpió Turcotte.

– Tal vez -Nabinger se encogió de hombros-. Pero en el borde del otro volcán importante, el Rano Kao, a unos mil seiscientos metros de altura, es donde los antiguos habitantes erigieron la ciudad de Orongo, su ciudad sagrada. El lago del cráter tiene, por lo menos, un kilómetro y medio de diámetro. Delante de la orilla de Kao hay una pequeña isla llamada Moto Nui donde anidan unos pájaros, las golondrinas de mar. En la antigüedad, cada año, en septiembre, se celebraba la fiesta del hombrepájaro. Los hombres jóvenes saltaban desde la cima del volcán a los acantilados del mar, nadaban hasta Moto Nui, y cogían un huevo de golondrina de mar. El primero que llegaba se convertía en hombrepájaro del año.

– Muy bien, muy bien -dijo Turcotte frotándose la frente-. Tenían hombres pájaro. Tenían volcanes. Y grandes estatuas. Tenían una escritura extraña en tablas de madera. ¿Pero qué es lo que buscamos? ¿Hay algo extraño que indique la presencia del guardián?

– No.

– Entonces, ¿qué estamos…? -Turcotte dejó de hablar cuando el piloto exclamó:

– ¡Tenemos compañía!

Vieron que en el exterior seis cazas Fu escoltaban la nave.

– No me gusta esto -musitó Scheuler. Los cazas Fu no hacían ningún movimiento amenazador y, por lo contrario, se mantenían en posición mientras avanzaban hacia el sur.

– ¿A qué distancia estamos? -preguntó Turcotte.

– Llegada prevista de aterrizaje a la isla de Pascua en dos minutos.

Los cazas Fu iban más despacio y se acercaban a la nave, formando una caja.

– No creo que tengamos opción sobre qué mirar en la isla -dijo Kelly -. Creo que el guardián ya lo ha decidido por nosotros.

– Estamos bajando -anunció innecesariamente el capitán Scheuler, pues todos los que estaban en el aparato podían ver que la isla que había bajo sus pies se iba haciendo mayor. El agitador estaba siendo detenido por algún tipo de fuerza que había tomado el mando.

– Nos dirigimos al cráter de Rano Kao -indicó Nabinger, señalando la superficie lunar del lago situado en el centro de aquel volcán enorme.

– ¿Esta cosa es hermética? -preguntó Turcotte a Scheuler.

– Eso espero. -La respuesta fue optimista.

– ¡Agarraos bien! -exclamó Turcotte al ver que descendían por el borde del cráter.

Se precipitaron al interior del lago sin que se produjera una gran sacudida y luego se encontraron sumidos en la oscuridad total. Durante medio minuto reinó el silencio, era imposible saber el camino que estaban tomando. Un punto de luz brilló delante de ellos, ligeramente por encima. Su tamaño era cada vez mayor.

La luz filtrada por el agua era cada vez más brillante e intensa. De repente, salieron del agua y se encontraron en una gran caverna. El agitador se levantó por encima de la superficie del agua que cubría la mitad del suelo y se colocó sobre una roca seca que había en la otra mitad.