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Cuando se sintió completamente vestido para cualquier eventualidad que pudiera ocurrir, Turcotte se reunió con los demás hombres en las puertas del hangar. Eran veintidós hombres, y Prague parecía estar al mando.

– Esta noche vendrás conmigo, carnaza -anunció Prague señalando a Turcotte-. Harás lo que yo te diga. No hagas nada que no se te haya ordenado hacer. Vas a ver algunas cosas raras. No te preocupes. Está todo controlado.

«Si lo tenemos todo controlado, ¿para qué las armas?», se preguntó Turcotte, pero no dijo nada y miró lo que hacían los demás hombres en el exterior. Un helicóptero Blackhawk UH60, con las palas abatidas, ya había sido colocado en el primer C130. Dos helicópteros de ataque AH6, que los pilotos llamaban «pajaritos», se estaban cargando en el segundo avión. El AH6 era un helicóptero pequeño de cuatro plazas, con una mini metralleta montada en el patín derecho. Turcotte sólo conocía una unidad que emplease los AH6: la Fuerza Operativa 160, una unidad secreta de helicópteros del ejército.

– Equipo alfa, en marcha -ordenó Prague.

Cuatro hombres con paracaídas colgados en la espalda se encaminaron por el asfalto hacia un Osprey V22 que los esperaba y que hasta entonces había permanecido en la sombra, al abrigo de aquel gran hangar. Otra sorpresa. Turcotte había oído decir que el contrato gubernamental de los Osprey había expirado, pero esa máquina parecía muy operativa, especialmente cuando las grandes hélices empezaron a girar. Las hélices se hallaban al final de las alas, las cuales estaban dobladas hacia arriba, lo cual permitía al avión despegar como un helicóptero y luego, en cuanto las alas se doblaban hacia adelante, volar como un avión. El Osprey ya se estaba moviendo incluso antes de que la rampa posterior se hubiera cerrado y luego se elevó.

Turcotte sintió cómo le subía la adrenalina. El olor del carburante JP4, el gas de los motores de los aviones, el ruido, las armas… todo le invadía los sentidos y le devolvía recuerdos, algunos buenos, otros malos, pero todos ellos ciertamente excitantes.

– ¡En marcha! -ordenó Prague.

Turcotte siguió a los demás hombres a bordo del C130 que iba a la cabeza. En su interior habrían cabido perfectamente cuatro coches. A los lados del avión, había una fila de asientos abatibles de lona roja dirigida hacia dentro. El fuselaje del avión no estaba aislado y el ruido de los cuatro motores de turbohélice reverberaba en el interior con una vibración que hacía castañear los dientes. Unas ventanillas situadas a la altura del pecho, pequeñas y redondeadas, eran las únicas ventanas al mundo exterior. Turcotte observó que había varios paquetes de material fuertemente atados en la parte central de la nave de carga. A bordo había otros hombres, unos vestidos con monos grises, y otros, con el típico traje verde del ejército.

– Los de gris son los intelectuales -le chilló Prague al oído-. Nosotros somos sus canguros mientras ellos hacen su trabajo. Los de verde son pilotos de helicóptero.

La rampa del C130 se levantó lentamente y se cerró y se encendieron las luces rojas del interior para permitir a la tripulación la visión nocturna habitual. Turcotte miró el campo de aviación a través una de las ventanillas. Advirtió que el V22 ya estaba fuera del alcance de la vista. Se preguntó dónde saltarían aquellos cuatro hombres. Con el rabillo del ojo vio un objeto grande y redondo que se desplazaba a unos diez metros por encima de la zona de vuelo, entre ellos y la montaña. Turcotte pestañeó.

– ¿Qué cono…?

– Mantén la atención en el interior-ordenó Prague mientras lo cogía por el hombro-. ¿Tienes el equipo dispuesto?

Turcotte miró a su jefe y luego cerró los ojos. La imagen de lo que acababa de ver estaba todavía en su mente pero ésta ya la estaba cuestionando.

– Sí, señor.

– Bien. Como te dije, esta vez, por ser la primera, tendrás que aguantarme. Y no dejes que nada de lo que veas te sorprenda.

El avión dio una sacudida y luego empezó a moverse más lentamente. Turcotte asió la metralleta Calicó y la colocó entre sus rodillas. Desmontó rápidamente sus componentes, levantó el martillo y lo revisó para asegurarse de que la boquilla no estuviera limada. Luego volvió a montar el arma y comprobó cuidadosamente cada parte para cerciorarse de su funcionamiento.

– ¿Qué cree que está ocurriendo? -preguntó Simmons nervioso, deseando tener una cámara.

El primer C130 se desplazaba pesadamente hacia el final de la pista. El otro avión, más pequeño, había despegado como si fuera un helicóptero y había desaparecido en dirección norte.

– ¡Mierda! -exclamó Franklin-. ¡Mira!

Simmons se volvió y quedó petrificado ante la visión que se le ofrecía. Franklin se había incorporado y corría, tropezando con las rocas, en dirección al camino por el que habían llegado. Simmons cogió la pequeña cámara Instamatic que se había guardado en secreto dentro de la camiseta y entonces el cielo de la noche se iluminó durante unos segundos y Simmons dejó de ver y sentir.

Cuando el morro se levantó y el avión despegó, Turcotte permaneció sentado, cogido a la red. Vio el fulgor de una luz intensa en un punto de las montañas. Miró a Prague y vio que tenía sus ojos negros e inexpresivos clavados en él.

Turcotte le devolvió la mirada con tranquilidad. Conocía ese tipo de personas. Prague era un hombre duro entre hombres que se consideran a sí mismos duros. Pensó que la mirada de Prague intimidaría a hombres con menos experiencia; sin embargo, Turcotte conocía algo que también Prague conocía: el poder de la muerte. Había sentido ese poder en la punta de los dedos, al arrojar un objeto que sólo pesaba un kilo y sabía lo fácil que era. En ese momento no importaba cuan duro uno se creyera.

Turcotte cerró los ojos e intentó relajarse. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que no lo conseguiría. Hicieran lo que hiciesen ya lo sabría al llegar. Y lo que fuera que se esperase de él cuando llegaran, lo sabría cuando se lo dijeran. Ciertamente era un modo complicado de organizar una misión. O Prague era un incompetente, o prefería deliberadamente no explicar nada a Turcotte. Y éste sabía que lo primero no era.

CERCANÍAS DE NEBRASKA, FRONTERA DE DAKOTA DEL SUR.242 horas, 15 minutos.

El Osprey V22 describió un círculo por la orilla sur del lago Lewis and Clark a unos tres mil metros de altura. Atrás, el jefe del equipo oía por sus auriculares la radio por satélite que le informaba de la última orden procedente del Cubo.

– Phoenix Advance, aquí Nightscape Seis. Lecturas térmicas de personas negativas en PAM. Proceda. Corto.

El jefe del grupo se quitó los auriculares y se volvió hacia los tres miembros de su equipo.

– Vamos -ordenó y levantó el pulgar hacia al jefe de la tripulación.

Entonces la rampa posterior se abrió lentamente al brillante cielo nocturno. Cuando estuvo completamente abierta, el jefe de la tripulación hizo un gesto. El jefe de grupo se dirigió al borde y se dejó caer seguido de cerca por los demás hombres. Una vez que adquirió estabilidad con los brazos y las piernas flexionados, se tiró rápidamente de su cabo de desgarre. Miró el paracaídas cuadrado desplegado sobre su cabeza para comprobar que funcionara correctamente. A continuación deslizó los prismáticos de visión nocturna del casco y los activó.

Miró hacia arriba, más allá de su paracaídas, y vio a los otros tres miembros de su equipo suspendidos encima de él y en perfecta formación. Satisfecho, el jefe del equipo miró hacia abajo y se orientó. El punto de destino se distinguía fácilmente. Era una sección larga de orilla no iluminada. Mientras descendía comprobó el estado del terreno con los prismáticos y empezó a captar más detalles. Identificó un objeto sobresaliente, un telesilla abandonado, y en cuanto lo tuvo a la vista, tiró de las anillas para terminar rápidamente con el trayecto. Había un pequeño campo abierto donde años atrás los esquiadores novatos tropezaban al apearse del telesilla.