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Turcotte se volvió sobre sí mismo.

– Misiles de crucero Tomahawk.

– ¿Y ahora le ha dado por lo nuclear? -La doctora Duncan estaba impresionada.

– No, probablemente éstos no son nucleares, pero llevan una buena carga -admitió Turcotte.

– ¿Crees que los cazas Fu podrán detenerlos?

– No hay tiempo. Los cazas Fu están ahuyentando los aviones -dijo Turcotte-. Están fuera de posición.

Entonces vieron, pasmados, que pasaban cuatro misiles a menos de cinco kilómetros de distancia y, a velocidad supersónica, llegaban a la orilla de la isla de Pascua.

– Tenemos cuatro segundos -anunció Turcotte.

La imagen desapareció y volvió a mostrar la isla sin ningún cambio.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Kelly.

En el Lincoln, el almirante estaba preguntando lo mismo a sus hombres en el puente de combate. Mientras hablaba con los oficiales que trabajaban ahí, no atendía las órdenes que el general Gullick daba de viva voz.

– Por lo que puedo saber, señor, existe una especie de campo de fuerza alrededor del volcán. Los Tomahawks fueron destruidos al chocar contra él.

El almirante se frotó la frente. No tenía ni idea de qué era lo que estaba ocurriendo. Acababa de perder ya cazas por un valor de seis mil millones de dólares, y ahora, cuatro Tomahawks.

– ¡Le exijo que ordene otro ataque! -chillaba Gullick en una frecuencia.

– Señor, tengo comunicación con alguien que dice estar dentro del volcán -dijo uno de los oficiales.

– Pásemelo a esta frecuencia -dijo el almirante sin hacer caso a Gullick. Cogió el micrófono-. Aquí el almirante Springfield.

– Almirante, aquí Lisa Duncan, soy la asesora científica del Presidente. Escúcheme atentamente y bien. ¿Quién le ha autorizado a hacer este ataque?

– El general Gullick, señora.

– El general Gullick está loco.

– Tenía los códigos de autorización adecuados y…

– Almirante, quiero que ahora mismo me conceda línea directa con el Presidente. Le daré mis códigos de autorización para obtener esa llamada y luego lo arreglaremos todo. ¿Está claro?

El almirante dio un suspiro de alivio.

– Está claro, señora.

El zarcillo volvió a deshacerse alrededor de la cabeza de Nabinger y regresó a la esfera. Ésta parecía latir y aumentar su tamaño.

– ¿Qué está ocurriendo? -preguntó Kelly.

– No lo sé -dijo Nabinger-. Cuanta más información obtengo del guardián, más información toma él de mí.

En la isla de Pascua, Gullick todavía chillaba por la radio en la parte trasera del helicóptero cuando el teniente de la Marina se quitó los auriculares y miró al general.

– Señor, tengo órdenes de detenerlo.

La expresión de Gullick se crespo y se arrancó sus propios auriculares.

– ¿Qué? ¿Quién se ha creído que es usted?

– Tengo órdenes de detenerlo -repitió el teniente. Puso una mano sobre el brazo de Gullick y éste lo empujó.

– ¡No se atreva! He servido a mi país durante más de treinta años. Esto no puede pasar. Tenemos que conseguirlo. Tenemos que hacer volar la nave.

El teniente había estado a punto de perder amigos en la misión de F16 de la noche anterior y tenía sus órdenes. Entonces sacó su pistola.

– Señor, seguro que podemos hacer las cosas por el camino fácil o por el difícil.

Gullick sacó también su pistola. El teniente se quedó helado, sorprendido de que su farol hubiera sido descubierto.

ESPACIO AÉREO, DULCE, NUEVO MÉXICO.

Desde su posición elevada sobre el hangar de la nave nodriza, el caza Fu partió del norte a más de ocho mil kilómetros por hora. Se detuvo de golpe y se mantuvo quieto a unos cinco mil metros por encima de la montaña donde se encontraba la instalación de Dulce. Emitía un haz muy localizado de luz dorada dirigido hacia abajo. Traspasó la montaña como si ésta no existiera.

En el nivel más inferior, la pequeña pirámide fue tocada por el haz de luz y explotó al instante. Los fundamentos de la instalación se vinieron abajo y toda la instalación quedó destruida en menos de dos segundos.

RAPA NUI,(ISLA DE PASCUA).

Gullick se volvió hacia el norte. Abrió la boca y emitió un alarido agudo. Cayó al suelo del helicóptero dejando caer al suelo la pistola, mientras se apretaba las sienes con las manos. De los oídos y la nariz emanó una sangre oscura.

El teniente dio un paso atrás, impresionado por lo que estaba viendo. Gullick levantó una mano, con los dedos doblados de dolor, en un gesto de súplica. Luego se quedó inconsciente en posición fetal y no se movió más.

El teniente dio un paso adelante y puso el cuerpo boca arriba. Unos ojos sin vida miraban hacia el sol de la mañana.

Capítulo 35

RAPA NUI,(ISLA DE PASCUA).

La vista desde el borde del Rano Kao era espectacular. Las olas chocaban contra las rocas a miles de metros por debajo y el mar se desplegaba hasta el horizonte, de forma que el sol que se ponía provocaba cientos de chispas en las crestas de las olas. Lo único que molestaba la vista era la silueta de un portaaviones situado a diez kilómetros de la costa.

Pasó un avión cargado con otro grupo de políticos. El grupo operativo del Abraham Lincoln se encontraba disperso por la isla y el aeropuerto local estaba repleto de aviones de llegada. Turcotte se agachó y tomó una piedra, que hizo saltar arriba y abajo en la mano. Kelly estaba a su lado.

Von Seeckt y Nabinger todavía estaban en la caverna, estudiando el ordenador del guardián. Poco después de explicarles la historia, Nabinger encontró el control que abría un pasillo que conducía al borde del cráter. Los demás empezaron a llegar y la doctora Duncan los conducía hacia abajo para mostrarles lo que habían encontrado.

Nabinger se había comunicado de nuevo con el guardián. Había tanta información… Teoría de la medicina, física, astronomía, también las instrucciones para pilotar la nave nodriza. Todo estaba ahí.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Turcotte.

– Estamos sentados sobre la historia más grande del siglo,-dijo Kelly-. ¡Qué diablos! La historia más grande de los últimos dos mil años.

Ella y Turcotte habían visto el cuerpo de Gullick. Turcotte le había explicado a Kelly su teoría de que Gullick había sido controlado por la pirámide descubierta de México. Que Gullick la había activado y la había puesto en marcha, pero luego la pirámide había tomado el control. Ahora todo cuadraba y Kelly pronto abandonaría el lugar para hacer su trabajo y contar al mundo la historia.

– Echo de menos a Johnny -dijo ella-. Esta historia es más suya que mía.

– Su muerte no fue en vano -dijo Turcotte.

– Ayudó a arrojar luz sobre el acontecimiento más importante de nuestra historia -corroboró Kelly.

Turcotte tiró la piedra hacia el océano y vio cómo desaparecía.

– Estoy pensando en aquel comandante alienígena de hace tantos años. Aspasia. Sobre la decisión que tuvo que tomar.

– ¿Y? -preguntó Kelly

– Tuvo que tener un buen par de cojones. -Turcotte se puso en pie-. Y tomó la decisión correcta. Era la que tenía que ser.

– No conocía ese lado filosófico tuyo -dijo Kelly.

– Todo esto tenía que ocurrir. Te lo aseguro. Sin embargo -Turcotte miró hacia el mar-… no sé si hemos tomado la decisión acertada de continuar ahí abajo con el guardián. No sé si todo esto es para nosotros; este conocimiento, esta tecnología están por delante de nuestros tiempos. He estado hablando con Von Seeckt. Dice que todavía le están dando más poder al guardián, lo están poniendo totalmente al día.

– Pareces… -Kelly dudó.

– ¿Asustado? -dijo Turcotte mirándola. Ella asintió-. Lo estoy.