Se la notaba un poco irritada por la obstinación que había mostrado Daniel, la noche de su llegada, en que siguiera adelante con el embarazo.
– Creía que venías hambrienta de basura.
– Y yo. Pero ha sido ver diez minutos y ya me han sacado de quicio.
Daniel agarró el mando a distancia y tras zapear durante unos segundos encontró un telediario nacional. El locutor estaba diciendo:
– El mundo de la música sigue aún conmocionado por el salvaje asesinato cometido ayer por la noche en Madrid, en el que perdió la vida el musicólogo y director de orquesta Ronald Thomas. La policía confía en hallar la cabeza de la víctima dentro de pocas horas y en la misma zona en que fue descubierto el cadáver.
– ¿Por qué lo habrán matado? -se preguntó Alicia, que había ido a refugiarse bajo el brazo derecho de Daniel.
– No lo sé, pero en el concierto de anoche hubo algo muy extraño.
– ¿A qué te refieres?
– La música que yo escuché, que en teoría era casi toda de Thomas, porque de Beethoven prácticamente solo quedan los temas, era tan sublime que me pregunto si… no, es imposible, olvídalo.
Alicia se incorporó y se quedó mirándole.
– Acaba la frase. ¿Qué ibas a decir?
– Me pregunto si la música de anoche no era en realidad íntegramente de Beethoven.
– No entiendo adónde quieres ir a parar.
– A Thomas le han matado, ¿no? Y como no se sabe el móvil, yo estoy tratando de aventurar uno. ¿No sería posible que Thomas hubiera descubierto el manuscrito de la Décima, o por lo menos la totalidad de su primer movimiento, y el asesino lo haya matado para robarle el manuscrito? ¿Tú sabes la fortuna que puede valer un manuscrito de esos?
– No, pero me lo imagino. Pero entonces, ¿el concierto de anoche fue una farsa? ¿No se trataba de una reconstrucción?
– Es una posibilidad. Thomas tenía ya en su poder el primer movimiento y lo hizo pasar por un trabajo suyo, probablemente por vanidad. ¡Cuando pienso que estuve en un tris de poder hablar con él sobre la sinfonía y se me escapó en el último momento!
– ¿Y por qué le habrán cortado la cabeza?
– No tengo ni idea. Quizá fue para encubrir el robo de la partitura y que todo parezca la obra de un psicópata. No te olvides de que no solamente le han cortado la cabeza, sino que esta no aparece. No es descabellado pensar que el asesino quiera despistar a la policía. La semana pasada leí en el periódico que dos hermanos se cargaron a una mujer cortándole la cabeza con un hacha solo porque pensaban que era bruja y que con su magia negra había matado a la sobrina de estos, una niña de ocho años. No la mataron sin más, sino que le cortaron la cabeza, estableciendo un nexo entre decapitación y brujería. El asesino quiere pasar por un perturbado, cuando en realidad es una mente maquiavélica, perfectamente lúcida, que actúa calculando fríamente cada paso, impulsado por el afán de lucro. ¿Tú no matarías por treinta millones de euros?
Alicia le miró con unos ojos en cuyas pupilas solo faltaban, sobreimpresionadas como en los dibujos animados, los símbolos del dólar.
– Y por mucho menos -dijo.
– No es un crimen satánico, el móvil es fundamentalmente económico. El asesino sabe que Thomas tiene un manuscrito muy valioso y como Thomas no le quiere decir dónde está, va y lo mata.
– Eso es absurdo. Si lo mata, pierde toda esperanza de saber dónde está. Si de verdad queremos ligar el asesinato a la Décima, la hipótesis más razonable es más bien la contraria. El asesino consigue arrancarle a Thomas dónde está la Décima y para que no pueda decírselo a nadie más ni contarle a la policía que ha sufrido una extorsión, lo quita de en medio.
Daniel sacudió la cabeza con incredulidad.
– ¿No estamos yendo demasiado lejos? Y todo porque te he contado que la música de anoche me sonó demasiado a Beethoven. Claro que la hipótesis del crimen satánico no está tampoco reñida con la existencia del manuscrito de la Décima.
– ¿Ah no?
– En absoluto. Quiero que escuches algo.
Daniel se levantó de la cama y buscó entre su voluminosa colección de cedés un curioso disco que se había comprado en Nueva York en septiembre del 2001, justo una semana antes del atentado contra las torres del World Trade Center. No había vuelto a escucharlo desde entonces. El cedé se llamaba La última noche de Beethoven y era una ópera rock interpretada por la Orquesta Transiberiana, que recreaba la fatídica noche del 26 de marzo de 1827, en la que el genio de Bonn pasó a mejor vida. Aunque la ejecución con batería e instrumentos eléctricos de temas de Beethoven y Mozart no le había resultado convincente, el libreto, al que apenas había prestado atención en su día, resultaba ahora fascinante:
– Mefistófeles se aparece ante el genio moribundo justo cuando este acaba de terminar ¡la mítica Décima Sinfonía! Le ofrece renunciar a su alma a cambio de que le permita borrar de la memoria de los hombres todo rastro de sus composiciones musicales. Beethoven duda y el diablo le da una hora para pensárselo. El compositor se encara entonces con otro de los personajes de la ópera rock, La Fatalidad, y le suplica, a ella y a su hijo deforme, Capricho, que le dejen echar un vistazo retrospectivo a su vida, para tratar de establecer qué acciones concretas han provocado la condenación de su alma. Al reexaminar su biografía, Beethoven reprocha al Destino que le haya sometido a tal cúmulo de penalidades a lo largo de su existencia: un padre alcohólico que le maltrataba y estuvo a punto de acabar con su vocación musical, mujeres hermosas de las que se enamoraba perdidamente pero que le negaban sus favores sistemáticamente, la sordera progresiva, que es la peor calamidad que le puede sobrevenir a un músico. La Fatalidad se siente culpable ante los reproches de Beethoven y le ofrece eliminar de su vida los sucesos más dolorosos, pero el compositor se da cuenta de que su música no sería la misma sin esos momentos de aflicción y de agonía extrema y renuncia a tan atractiva oferta.
»Cuando, al cabo de una hora, Mefistófeles vuelve a aparecerse ante el genio, este le responde que su obra es un legado esencial para la humanidad y que prefiere entregarle su alma antes que destruir su música. El diablo, enrabietado, le ofrece otro pacto, por el que él salvaría el alma si le entrega el manuscrito de la recién completada Décima Sinfonía. Tras elevar consultas al espíritu de Mozart, este consigue que Beethoven no destruya el manuscrito. Después de otro intento frustrado del diablo para acabar con la sinfonía, el público de la ópera rock se entera al final de que Satanás ha jugado todo el rato con el músico: su alma no está destinada en realidad a padecer eternamente las llamas pavorosas del Infierno, sino que va a ir directo al Cielo, sin pasar por el Purgatorio siquiera. Beethoven entrega por fin su alma al Señor, confortado por tan excelente noticia y la impresionante tormenta que ha estado castigando la ciudad de Viena durante toda esa noche se va disipando poco a poco. Pero Capricho, el travieso hijo de la Fatalidad, vuelve a colarse en la habitación donde reposa el cuerpo inerte de Beethoven, se apodera del manuscrito de la Décima Sinfonía y lo esconde tras una pared, para disfrutar sádicamente contemplando cómo hombres y mujeres se afanan en vano, durante generaciones, tratando de encontrar la última composición del genio.
Mientras empezaban a sonar los primeros acordes de la obertura de La última noche de Beethoven, Alicia y Daniel no pudieron evitar sentir un escalofrío al imaginar que una secta satánica pudiera estar detrás de la espeluznante decapitación de la noche anterior.
14
Los dos labradores de Jacobo Durán comenzaron a ladrar como posesos en cuanto sonó el timbre del teléfono; Murphy, el más revoltoso de los dos, incapaz tal vez de soportar que su amo, que estaba en la ducha, no descolgara de una vez, se alzó por fin sobre sus patas traseras y con el morro empujó el aparato, que reposaba sobre un pequeño aparador, hasta hacerlo caer estrepitosamente al suelo.