– Esta misma mañana, en Almería. Intentaba embarcarse en un ferry de Trasmediterránea para Nador, en Marruecos. Lo sé porque me acaba de telefonear para contármelo el inspector que lleva el caso. Seguramente lo darán en el telediario de esta noche. La descubrieron porque un grafólogo de la policía identificó su letra en unas cartas de hace treinta años y recordó haber visto esa misma caligrafía en la firma de varios autos y providencias que había redactado la juez unos meses antes. Firmaba L., por Lanchas, que era como la llamaba Thomas, de quien había sido novia en su juventud. Hay bastantes parejas que se llaman entre sí por el apellido.
– ¿O sea que el músico decapitado había sido amante de la juez? Pues en la prensa he leído que era homosexual.
– Thomas siguió el mismo camino que otro músico muy célebre llamado Leonard Bernstein.
– No tengo ni idea de a quién se refiere.
– Sin embargo, seguro que ha visto la película West Side Story. La música de esa película es suya: Ilike to be in Ame-ri-ca, O.K. by me in Ame-ri-ca.
El hombre de los hot-dogs se sonrió al escuchar a Daniel canturrear la canción más famosa del más conocido musical de la historia.
– Bernstein -continuó relatando Daniel- estuvo casado durante muchos años con una chilena llamada Felicia Montea-legre, con la que tuvo tres hijos. A medida que se fue haciendo mayor y el movimiento de liberación gay fue ganando terreno, se sintió con fuerzas para dejar a su esposa y marcharse a vivir con el director de una radio musical llamado Tom Cothran. La diferencia entre Bernstein y Thomas es que el primero volvió junto a su esposa cuando se enteró de que esta tenía cáncer y se ocupó de ella hasta su muerte. En cambio Thomas nunca pareció sentirse culpable del accidente que dejó desfigurada a su pareja, y durante los largos meses que esta permaneció en un hospital de Almería, apenas fue a visitarla.
– ¡Qué hijo de perra! -dijo el hombre de los perritos-. ¡No me extraña que ella se la tuviera jurada!
– Tuvieron un accidente de automóvil espeluznante en el año 1980. El automóvil dio varias vueltas de campana y cayó al fondo de un barranco. Él se rompió la clavícula, la tibia y el peroné de la pierna izquierda, y le tuvieron que dar muchos puntos en la cabeza. Pero ella quedó destrozada, sobre todo de cintura para arriba. No solamente perdió la movilidad en media cara, sino que tuvieron que extirparle uno de los pechos. Parece ser que era una mujer bellísima y que ese canalla, por abusar del alcohol durante una comida en la playa, convirtió su vida en una pesadilla. Si no fuera porque hace unos días intentó rebanarme el pescuezo, casi le diría que esa mujer me da lástima.
– ¿Y el resto de implicados? Porque he leído que se ha visto envuelta mucha gente: la hija del muerto, el novio, los príncipes de no sé dónde, el director de su Departamento, el millonario.
– La policía me ha dicho que el asesinato lo planearon y cometieron solo la juez y el forense que, como acabo de decirle, eran amantes. Del millonario no sé nada en absoluto -mintió Daniel-. La hija debe de estar ya en Córcega, porque no le han podido probar nada, igual que a la pareja de Thomas. Mi jefe es mi jefe, solo vive para sus perros. El príncipe Bonaparte debe de estar todavía en España porque esta misma mañana le han entrevistado en Radio Nacional. Va a escribir un libro titulado Cómo descubrí la Décima Sinfonía de Beethoven.
– Ah, pero ¿la descubrió él?
– Él no descubrió ni el cuadro, pero ya sabe cómo son los franceses: siempre que pueden, barren para casa.
El hombre del puesto le entregó el perrito a Daniel y luego se quedó mirando por encima de su hombro a una mujer que se acercaba hacia ellos.
– Tiene visita -dijo-. ¿Es su novia?
Daniel se giró y vio que Alicia había ido a buscarle al parque.
– ¿Qué haces aquí? -le preguntó después de besarla y de presentarle al hombre de los perritos-. ¿No habíamos quedado a las dos en casa?
– Sí, pero acabo de abrir tu armario y he visto que no tienes ni una sola chaqueta digna para que la lleves esta tarde a la boda de Humberto y Cristina. Así que nos vamos de compras.
Daniel se despidió de su admirador del parque y Alicia y él comenzaron a caminar a buen paso hasta la verja de salida.
Tras casi medio minuto sin cruzar palabra, Daniel rompió el silencio:
– Si es niño, he decidido que se llame Gastón.
– ¿Gastón? Pero si es un nombre ridículo. ¿Gastón? ¿Por qué?
– Porque es un nombre muy apropiado. Hace un rato he ido a hacer una gestión al banco y he visto que Marañón ha ingresado en mi cuenta medio millón de euros.
Alicia agarró del brazo a Daniel para pararle en seco.
– ¡No me lo puedo creer!
– ¿De qué te extrañas? Fuimos clave en la solución del enigma. Así que si es niño, se llamará Gastón porque va a tener mucho dinero que pulirse. Si es que le deja algo su padre, porque yo acabo de realizar mi primera compra a cuenta.
– ¿Me has comprado un regalo? -preguntó ilusionada Alicia.
– Un regalo no, el regalo. ¿Te acuerdas de aquella chaqueta de Armani que te gustaba tanto?
– ¡No me digas que te has acordado! Pero qué locura, si valía un dineral.
– A cambio te pediré que alguna noche me dejes a solas con el cuadro de tu desnudo. No sabes hasta qué punto me ha gustado.
Fueron interrumpidos por el sonido del móvil de Daniel. A Alicia le llamó la atención la señal de llamada, distinta a cualquier tono o politono que ella hubiera escuchado hasta la fecha.
– ¿Qué música es esa?
– ¿No lo adivinas? Es Beethoven, la Décima Sinfonía de Beethoven.
Gelinek Joseph