– Lo sé -admitió Edmund, y sonrió-. Mi medio hermano no tenía cómo saber, cuando te casó con Hugh Cabot, que sería un error garrafal en su plan para quedarse con Friarsgate. Quédate tranquila, sobrina, que no permitiré que Henry se burle de los últimos deseos de tu esposo sobre tu segundad y bienestar. Vendrá alguien, Rosamund. Hugh esperaba que fuera antes de su muerte, pero vendrá alguien en breve, y entonces se revelará todo. Necesitamos la autoridad de la visita que esperamos. ¿Confías en mí?
– ¡Siempre, tío! -respondió ella, clavando en él su mirada.
Maybel se persignó con reverencia. Luego, acogió a Rosamund contra su amplio pecho, apenada.
Para su gran sorpresa, la muchacha se puso a llorar, y dejó salir el dolor que venía conteniendo. Ni Maybel ni Edmund pronunciaron palabra mientras Rosamund daba rienda suelta a su angustia. Al fin se detuvo y se secó la cara con la manga del vestido; sentía que el alivio y la paz le inundaban el alma. Nunca había sido propensa a llorar. Su mirada se encontró con la de sus tíos. Se enderezó y habló:
– Comencemos. Hay que lavar el cuerpo de mi esposo antes de envolverlo en la mortaja. Edmund, ve que traigan el féretro a esta habitación.
– Enseguida, milady -dijo Edmund Bolton, y salió deprisa.
– Henry Bolton tuvo algo que ver con esta muerte hoy -insistió Rosamund, hablando con Maybel-. Edmund dice que no encuentra señales de lo que digo, pero yo sé que es así. Algún día me vengaré de él.
– Si Edmund no encontró ninguna señal es que no la hay, lo que no quiere decir que no tengas razón. Una almohada apretada contra la cabeza de un hombre débil puede matarlo.
Rosamund asintió, con lentitud.
– Lo que sea que haya hecho, lo lamentará. La muerte de Hugh será vengada. Fue un buen compañero. Como su esposa, tengo ese deber hacia él.
Rosamund y su nodriza se dispusieron a preparar el cuerpo para el féretro. Le quitaron la camisa de dormir y, delicadamente, lavaron su cuerpo, que estaba poniéndose rígido, con agua caliente de una jarra que calentaban en los carbones del hogar. Maybel fue al baúl que estaba al pie de la cama y sacó un pedazo de lienzo. Lo rasgó en una larga tira y, con cuidado, lo pasó por la cabeza y debajo del mentón de Hugh, para que no se le abriera la boca. Sostuvo la tira de lienzo con un alfiler pequeño. Mientras, Rosamund sacaba la mortaja de su esposo del mismo baúl, donde había estado esperando ese momento.
La muchacha y la mujer se afanaron en envolver el cuerpo con la mortaja, que parecía una bolsa. Lo cubrieron con firmeza; solo la cabeza había quedado fuera, aunque también la cubrirían cuando llegara el momento del entierro. Cruzaron los largos brazos de Hugh sobre su pecho por debajo de la tela. Sobre el cuerpo colocaron un sencillo crucifijo de madera. Rosamund alisó con suavidad los cabellos plateados de su esposo. Sintió que las lágrimas le aguijoneaban los párpados una vez más, pero las contuvo.
Edmund regresó.
– Efectivamente, Henry se emborrachó con tu vino, sobrina. Ordené que lo llevaran a la cama. Aquí están los hombres con el féretro para llevar a Hugh a la sala. Ya se levantó el catafalco, con velas en cada esquina. El reclinatorio te espera.
Rosamund asintió y, con una última mirada a su esposo, salió de la habitación para esperar su arribo en la sala. Cuando colocaron el féretro sobre el catafalco, ella encendió las velas y se arrodilló a orar.
– Oraré hasta que él esté bajo la tierra -les dijo a los criados-. Quiero que la tumba sea bien profunda.
– Así se hará -le aseguró Edmund. Miró a su esposa con un gesto de interrogación, pero ella le indicó que se fuera, y él obedeció.
– Velaré contigo un rato -dijo Maybel.
– No, prefiero estar sola.
– Pero, niña…
– Ya no soy una niña -respondió Rosamund, con suavidad-. Vete, ahora, pero vuelve a la hora del alba. -Se arrodilló, hundió las rodillas en el almohadoncito del reclinatorio, las manos entrelazadas en oración. La espalda estaba derecha; la cabeza, inclinada.
Maybel miró a la muchacha y suspiró despacio. No, Rosamund ya no era una niña, pero tampoco, una mujer adulta. ¿Qué sería de ella ahora? Maybel salió despacio de la sala. Ella sabía lo que iba a suceder. Henry Bolton casaría a su sobrina una tercera vez, por segunda vez con un hijo suyo. El mocoso que había traído consigo sería el nuevo amo de Friarsgate, mientras que Rosamund seguiría siendo un peón para uso de Henry Bolton. Volvió a suspirar. Sin embargo, ¿no había dicho algo Edmund de que Hugh tomó recaudos para la seguridad de Rosamund? Conociendo a Henry Bolton como lo conocía, era más que probable que ignorara el último testamento de Hugh Cabot. Ellos no podrían hacer nada al respecto.
Preocupada, entró en su dormitorio, donde encontró a su esposo esperándola.
– ¿La dejaste sola?
– Así lo quiso ella -respondió Maybel. Se quitó el velo de la cabeza y se sentó pesadamente-. Que Dios me bendiga, esposo mío, pero estoy cansada. Y me imagino que mi joven señora ha de estar más cansada que yo, e igual va a orar toda la noche por el alma de su esposo -hizo una pausa y agregó-: ¿Te parece que habrá algo de cierto en lo que dice Rosamund de que Henry Bolton es responsable de la muerte de Hugh?
– Él estaba débil y agonizaba, pero, en mi opinión, todavía no estaba listo para abandonar el espíritu. Por otro lado, no vi marcas de violencia ni de fuerza física que le hubieran causado la muerte. Incluso, tenía una sonrisa en los labios, como si algo que se hubiera dicho le hubiera causado gracia. Sin embargo, alguien le bajó los párpados para cerrarle los ojos. Nunca creí que Henry Bolton fuera un hombre inteligente. -Se encogió de hombros-. Tal vez era el momento de Hugh, nomás. Nunca lo sabremos con certeza, Maybel. De modo que debemos tener cuidado con lo que decimos, y asegurarnos de que nuestra señora también sea discreta. No podemos probar nada. Lo que creamos, o incluso sospechemos, es otra cosa.
– ¿Qué sucederá ahora? ¿No dijiste que Hugh había hecho provisiones para nuestra Rosamund? ¿Qué hizo él que tu medio hermano no pueda deshacer?
– Sé paciente, mujer -dijo, con una sonrisa-. No puedo decir nada hasta que no llegue el momento. Henry será burlado, eso te lo aseguro. No podrá hacer nada. Tanto Rosamund como Friarsgate están ahora a salvo de él y de sus hijos.
– Si debo esperar para enterarme de ese milagro, pues, esperaré -dijo Maybel, volviendo a levantarse y comenzando a desatarse el vestido-. Es tarde. La mañana llegará temprano. Vayamos a la cama, esposo.
– De acuerdo -dijo él, incorporándose despacio-. Mañana será un día largo y difícil para todos.
CAPÍTULO 03
– ¿Tu esposo ha muerto? -preguntó Henry Bolton, fingiendo sorpresa-. Bien, entonces, sobrina, no necesitaré su firma para casarte con mi hijo, ¿no? Ahora estás otra vez a mi cargo y harás lo que yo te diga. -Le sonrió con malicia-. Pongámoslo bajo tierra y terminemos con el asunto, Rosamund. Estoy pensando que quizá te lleve a casa conmigo para que mi buena esposa guíe tu conducta. Hugh te ha dado ideas que no son las adecuadas para tu condición. En contra de mi juicio, pondré Friarsgate otra vez bajo la administración del hijo bastardo de mi padre, Edmund Bolton.
– Mi esposo será enterrado antes de la caída del sol. Sus arrendatarios desean presentarle honores y están pasando por la sala desde el alba. -Su voz estaba fría y controlada, aunque el corazón le galopaba dentro del pecho. Se escaparía antes de permitir que Henry Bolton la sacara de Friarsgate, pero confiaba tanto en Edmund como en Hugh, que Dios lo tuviera en su gloria, para salvarla.
– Si esperas a última hora del día para enterrarlo, Rosamund, deberé quedarme aquí una noche más -se quejó Henry.