– Oró toda la noche junto al féretro de su esposo -le comentó Edmund a sir Owein.
– Es una buena cristiana -secundó Richard.
– Es demasiado joven para conocer tan bien sus deberes -observó el hombre del rey-. ¿Tiene trece años?
– Los cumplirá el último día de este mes -respondió Edmund.
– La madre del rey estaba embarazada de seis meses y ya era viuda a los trece años -comentó sir Owein-. Lady Margarita es una mujer asombrosa. Me imagino que ha de haber sido muy parecida a su sobrina a la misma edad.
– Ella no tiene experiencia del mundo -dijo Edmund.
– ¿Ha recibido educación? -le preguntó el caballero-. Les va bien en la Corte a los que tienen una buena educación.
– Hugh le enseñó a leer y escribir. El padre Bernard le enseñó latín eclesiástico. Su conocimiento de matemática es excelente. Lleva todas las cuentas de Friarsgate, desde hace dos años -explicó Edmund-. Probablemente tenga mejor educación que casi cualquier muchacha del campo, señor. ¿Qué le falta?
– Yo le enseñaré francés y un latín adecuado -dijo sir Owein-. ¿Toca algún instrumento musical? La Corte adora la música. El joven príncipe Enrique es muy adepto a la composición, tanto de música como de letras. Es un muchacho asombroso. El padre quería que fuera arzobispo de Canterbury algún día. Pero ahora, con el fallecimiento del príncipe Arturo, será rey. Aunque el rey no le enseña al muchacho a gobernar. Creo que tiene un dominio demasiado rígido sobre el trono y su hijo. -Sir Owein se ruborizó-. El excelente vino, señores, me ha vuelto parlanchín. Será mejor que busque mi cama. -Se puso de pie y salió de la sala siguiendo al sirviente que se le había asignado.
Los dos hermanos llenaron sus copas de la jarra que había en la mesa y permanecieron un rato en silencio.
– ¿Cuánto sabías de la conspiración de Hugh, Edmund? -preguntó Richard.
– No mucho -admitió Edmund-. Me dijo que tenía un amigo en una posición muy encumbrada, y que haría un testamento dejando a Rosamund a su cuidado. Me dijo que, con la belleza de Rosamund y la herencia de Friarsgate, probablemente su amigo arreglara un excelente matrimonio para nuestra sobrina. Un matrimonio que agregaría lustre a nuestro nombre. Yo no tenía idea de que ese amigo fuera el rey. Cuando Hugh se percató de que probablemente no se recuperaría, envió un mensaje al sur. Creo que pensaba contármelo, pero murió tan inesperadamente…
– ¿No te pareció que estuviera muriendo? -Richard estaba desconcertado.
– Sí, sí. Pero no cuando se murió -respondió Edmund-. Rosamund cree que hubo algo turbio, pero yo no encontré ninguna evidencia. De todos modos, hay que tener en cuenta la coincidencia de la llegada de Henry con la muerte de Hugh. Henry vino para que Hugh pusiera a Rosamund otra vez bajo su cuidado cariñoso. No creo que le agradara encontrar a Rosamund tan suelta de lengua. Seguramente le echó la culpa a Hugh.
– Crees que nuestro medio hermano tuvo algo que ver con la muerte de Hugh Cabot, Edmund? -le preguntó el sacerdote a su hermano mayor.
Edmund suspiró.
– No me gusta creerlo, pero no puedo decir que lo considero del todo inocente. Por otra parte, no hay forma de probarlo, aunque Rosamund o yo sospechemos.
Richard asintió, comprensivo.
– ¿Nos conformaremos con dejar que nuestra sobrina vaya a la Corte? -dijo, pensando en voz alta.
– Hugh quiso lo que era bueno y correcto para su esposa. Se está convirtiendo en una mujer, Richard. Maybel me dijo que la muchacha ya tiene la regla. Es virgen. Su próximo matrimonio será consumado, y dará a luz herederos para Friarsgate. El hijo de Henry es una criatura. Nuestra sobrina tendría más de veinte años y él sería apenas crecido, si la obligaran a esperarlo. Mejor que vaya al sur, a la Corte, y cuando regrese con un esposo, traerá sangre nueva para fortalecer a los Bolton de Friarsgate. Además, ya es hora de que nuestro medio hermano renuncie a su avaricia por estas tierras. Le pertenecen a Rosamund.
– Cuando ella se vaya, cuando vea el mundo que hay más allá de Friarsgate, puede que no se contente con vivir aquí -dijo el sacerdote, reflexivo.
– No, Rosamund volverá y se quedará. Ella saca fuerzas de Friarsgate, hermano.
– Mañana partiré hacia St. Cuthbert's. Después de ver partir a Henry "-rió-; esta noche bebió más que de costumbre. Despertará deseando que todo haya sido un sueño y que Rosamund siga en sus garras. Yo no debería disfrutar tanto con su frustración -admitió Richard-. Hazme saber cuando Rosamund esté por partir, así puedo venir a despedirme como corresponde.
– Así será.
– Entonces, te doy las buenas noches, hermano Edmund -dijo el sacerdote, mientras se ponía de pie-. Duerme bien y sueña con ángeles. -Salió de la sala; sus ropas negras no daban la menor señal de movimiento, de tan sereno que era el andar de Richard Bolton. El cinturón blanco se recortaba contra la tela oscura de la sotana.
Maybel vino de junto al fuego y se unió a su esposo.
– Tendrías que habérmelo contado -le reprochó.
– No estabas tan lejos de la mesa como para no oír cuando le dije a Richard que yo sabía muy poco. Hugh mantuvo en secreto su plan, e hizo bien. Ahora que Henry clame a los cielos, pero no puede aducir la menor conspiración entre Hugh Cabot y yo.
– La aducirá, pero, si eres franco conmigo, esposo, aceptarás que él no podrá probar una conspiración de la misma manera en que nosotros no podemos probar que él tuvo algo que ver con la muerte de Hugh -replicó Maybel.
– Tienes que ir a la Corte con ella.
– Lo sé, pero no me agrada dejarte, Edmund. Aunque no será para siempre, y a ti te interesa más cumplir con tus obligaciones que un tobillo bien torneado -dijo, riendo-. Puedo confiar en ti, Edmund Bolton, pues hay muchos muy deseosos de contarme si fueras a apartarte del camino recto.
Él rió y le pasó el brazo por los hombros.
– ¿Y tú, esposa? ¿No te tentarán los entusiasmos de la Corte?
– ¿A mí? -Maybel pareció ofendida por la sugerencia.
– Bien -dijo él, con una sonrisa-, eres una mujer muy hermosa, muchacha, y cuando sonríes, traes la alegría a cualquier hombre, sí, señor.
– ¡Adulador! -Ella le dio una palmadita llena de afecto y se ruborizó-. Mi única preocupación será velar por la seguridad y la felicidad de Rosamund. Debo asegurarme de que si se arregla un matrimonio sea para el bien de nuestra niña y de nadie más.
– Sí, no queremos que la casen con alguien como mi hermano Henry.
– ¡Dios no lo permita! Yo me ocuparé de eso. Estoy segura de que sucederá nada en lo inmediato. Rosamund no es importante como para que los poderosos se ocupen de ella. Se unirá a la casa de la reina hará lo que le ordenen. No pensarán en ella hasta que no necesiten una heredera para algún matrimonio -dijo Maybel, con sabiduría.
– Y tú, mi buena esposa, estarás allí para guiarla -comentó Edmund con una sonrisa.
– Sí, allí estaré, Edmund.
Por la mañana, Henry Bolton entró con paso lento en la sala de la mansión, como había predicho su medio hermano. Le dolía mucho la cabeza y casi se había olvidado de la llegada de sir Owein, el hombre del rey.
– ¿Dónde está Rosamund? Debe irse conmigo hoy, ¿no? -Se sentó a la mesa grande y se estremeció cuando le pusieron delante un plato de pan con avena caliente.
– ¿No te acuerdas? -dijo con voz queda Richard-. Nuestra sobrina fue puesta al cuidado del rey y a fines del verano se irá a la Corte con el caballero que enviaron para buscarla.
– Creí que lo había soñado -dijo con amargura Henry Bolton-. Richard, tú conoces la ley. ¿Es legal lo que hizo Hugh? ¿Tú quieres que nuestra sobrina deje Friarsgate y sea entregada en matrimonio a cualquier extraño?