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Maybel se sacudió la pollera y se restregó el trasero.

– Ah, señor, esto es mucho mejor.

Sus compañeros rieron. Owein tomó a Rosamund de la mano y caminaron juntos, llevando los caballos y seguidos por Maybel.

– Hace casi un mes que viajamos -comenzó a decir-. Me doy cuenta de que, como nunca se había alejado mucho de su amado Friarsgate, todo lo que vio ha sido muy nuevo y, tal vez, hasta un poco atemorizador. Ciudades, abadías y ahora un palacio. Es un palacio grande, pero, en breve, podrá andar por él a su gusto.

– ¿Todas las casas del rey son tan grandes? -le preguntó Rosamund.

– Algunas lo son más aún y hay otras más pequeñas. Richmond fue construido sobre las ruinas de un palacio llamado Sheen. Se quemó la noche de Santo Tomás hace tres años. El rey y su familia estaban viviendo en él; habían venido a pasar la Navidad. Todos pudieron escapar de las llamas. Pero el rey quería tanto este lugar que hizo construir un hermoso palacio aquí. Tiene todas las comodidades modernas, y debo reconocer que es una de las residencias reales más lindas, aunque yo tengo un cariño especial por Greenwich y Windsor. Aquí tendrá una cama para usted sola, Rosamund. Cuando la reina llega a Richmond, hay camas para todas sus damas. Nunca la dejarán cuando vengan a este palacio, como suele suceder cuando viajan de una residencia a otra.

– Pero ¿qué haré aquí? No me gusta estar sin hacer nada -dijo Rosamund. Miró el gran palacio con nerviosismo. ¡Ah, Hugh!, pensó, ¿por qué me hiciste esto? ¿No podría haberme quedado en casa, con otro tipo de protección contra el tío Henry?

– Cumplirá con la tarea que le asigne la reina, Rosamund. Una reina tiene muchas necesidades. Por eso tiene tantas damas.

Rosamund guardó silencio y contempló el conjunto de edificios que había frente a ella. El palacio miraba al río hacia el sur. Ellos se acercaban a través del prado desde el norte. Richmond se extendía por el este hasta Friar's Lane; más allá se veía el convento de los Padres Observantes que había fundado el rey dos años antes. El palacio era de ladrillo, con torres en las cuatro esquinas y otras más dispuestas en diversos ángulos por toda la estructura y entre los edificios. Las puertas eran de raíz de fresno tachonadas con clavos de hierro; por las noches se cerraban con pesadas barras de hierro. Owein le dijo que la puerta de la izquierda llevaba al patio de la bodega, con sus canchas de tenis, más allá de las cuales se extendía el jardín privado. Este jardín estaba rodeado de muros de ladrillo de cuatro metros de altura y estaba lleno de árboles frutales, rosales y otros arbustos floridos. Había un zoológico de animales tallados en piedra, leones, dragones. Detrás del jardín privado había un huerto de buen tamaño que contenía un palomar y una galería que llevaba a los aposentos privados.

La puerta principal de Richmond, sobre la derecha, llevaba al gran patio. Los tres volvieron a montar sus caballos y lo atravesaron. Encima del umbral había una gran placa de piedra en la que estaban talladas las armas del rey, el Pendragón rojo de los Tudor y el galgo de la familia de York de la reina. Desmontaron y las dos mujeres siguieron a sir Owein a través del patio empedrado. Un criado de librea había aparecido como por arte de magia y llevó sus pertenencias, seguido casi a la carrera por los tres.

– Los edificios que hay alrededor de este patio son para los caballeros del rey y el guardarropa -dijo Owein cuando iban hacia otro patio por un corredor con torrecillas-. Este es el patio del medio -explicó.

Las dos mujeres quedaron boquiabiertas. En el centro del patio había una gran fuente tallada con leones, dragones, grifos y otros animales mágicos. Había rosas rojas y blancas plantadas alrededor de las fuentes, por las que corría un agua cristalina. Los arbustos, en sus ubicaciones protegidas, seguían florecidos.

– Allí vive lord Chamberlain -dijo Owein, señalando hacia su izquierda-, y está el pabellón del príncipe. Detrás de estos edificios se encuentra la capilla real. Y aquí, a la derecha, el pabellón de la reina -dijo señalando un edificio de ladrillo de dos pisos de altura.

Rosamund y Maybel siguieron a sir Owein dentro del edificio. De inmediato, apareció un criado con la librea de la reina.

– Esta es lady Rosamund de Friarsgate, en Cumbria. Es pupila del rey -dijo el caballero-. Recibí instrucciones de ir a buscarla a su casa y traerla a la casa de la reina. Soy sir Owein Meredith, al servicio del rey.

– Vengan conmigo -dijo el criado, que dio media vuelta y echó a andar sin mirar atrás.

Lo siguieron por una escalera, luego por una sala, hasta una puerta que abrió de golpe. La recámara estaba llena de mujeres de distintas edades. En una gran silla tapizada y con los pies sobre un taburete de terciopelo, había una dama de expresión dulce que, al ver a sus visitantes, les indicó que se acercaran.

– Sir Owein, ¿no es así? -preguntó, con voz muy amable.

El hombre del rey se arrodilló y besó la mano de la reina.

– Qué honor que me recuerde, Su Alteza. -A una indicación de ella, se incorporó y quedó de frente a Isabel de York.

– ¿Y quién es esa linda niña que tiene ahí? -preguntó la reina. Sus ojos azules estaban llenos de curiosidad.

– Es lady Rosamund Bolton, viuda de sir Hugh Cabot y heredera de Friarsgate, en Cumbria. Su fallecido marido la puso bajo la custodia del rey, como recordará. Se me envió a buscarla hace unos meses y se me dijo que estaría a su cargo. Acabamos de llegar, Su Alteza.

– Gracias, sir Owein. Puede decirle a mi esposo que ha regresado y que ha cumplido adecuadamente su cometido. Se alegrará de verlo de vuelta. Nadie lo desafía en el ajedrez como usted. -Sonrió y de inmediato su rostro se convirtió en un objeto de belleza. Extendió otra vez la mano al caballero.

Él se la besó y se dirigió a Rosamund.

– La dejaré ahora, milady. Tal vez volvamos a vernos. -Le hizo una inclinación y, luego de dirigirle un guiño afectuoso a Maybel, las dejó.

Rosamund quiso gritarle que no se fuera. Maybel y ella parecían haber quedado solas en el recinto entre la reina y las otras mujeres. Hasta que, de pronto, la reina posó su mirada en la muchacha y habló.

– Imagino que ha sido un viaje largo.

– Sí, señora, así es -respondió Rosamund, haciendo una reverencia.

– Y también me imagino que estarás aterrada por todo esto -dijo la reina con su voz tierna.

– Sí, señora -respondió Rosamund, al borde de las lágrimas.

– Recuerdo lo aterrador que fue para mí la primera vez que me mandaron lejos de mi hogar. Pero pronto te sentirás como en casa con nosotras, mi niña. Al menos, hablamos el mismo idioma. La viuda de mi finado hijo no habla muy bien nuestra lengua, ni ninguna que no sea la propia. Es una princesa española. Allí está, del otro lado de la sala, rodeada por esos cuervos negros que trajo de España. Pero es una buena muchacha. Ahora bien, ¿qué haremos contigo, Rosamund Bolton de Friarsgate?

– No lo sé, Su Alteza -dijo Rosamund, con voz temblorosa.

– Bien, primero debes contarme por qué tu esposo te puso a nuestro cuidado -preguntó con ternura la reina-. ¿Y quién es tu compañera?

– Es Maybel, Su Alteza. Es mi nodriza y ella me crió. Dejó a su esposo para venir conmigo. Solo después de su muerte me enteré de que Hugh, que Dios lo tenga en la gloria, me dejaba al cuidado del rey. Lo hizo para impedir que mi tío Henry me casara con su hijo de cinco años y me robara Friarsgate. El tío Henry ha ambicionado Friarsgate desde que mis padres y mi hermano murieron cuando yo tenía tres años. Me casó con su hijo mayor, pero John murió de fiebre. Después, organizó mi matrimonio con Hugh Cabot, porque yo todavía era una niña y Hugh era un anciano. Lo hizo para mantenerme a salvo para su siguiente hijo, que todavía ni había nacido. Pero Hugh era un buen hombre. Vio las intenciones de mi tío. Como esposo mío, tenía derecho a decidir mi futuro antes de morir. Me envió al rey para que me protegiera -terminó Rosamund, de prisa.