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De pronto, y para gran sorpresa de ella, aparecieron tres fronterizos, vestidos con sus kilts, tocando la gaita y dispuestos a preceder al séquito nupcial hasta la iglesia.

– ¿Qué es esto? -le susurró a Owein.

– El Hepburn de Claven's Carn y sus hermanos tienen la gentileza de tocar para nosotros -dijo Owein, con calma-. Espero que les agradezcas, más tarde, durante la fiesta, mi amor.

– ¡Es intolerable! -siseó ella.

Owein rió.

– Todo es, en parte, para hacer las paces con nosotros y, en parte para bromear contigo, Rosamund.

– ¡Le dije que no viniera! -Ella estaba colorada de furia.

– Pero sabías que vendría, dadas las circunstancias. Sé generosa mi amor. Logan Hepburn no puede resistirse a un desafío, y tú lo provocaste al mostrarte tan firme en tu determinación. Dudo que haya conocido a otra mujer que no cayera desmayada en sus brazos. Después de todo, es un hombre muy bien parecido. Sería un gran éxito en la Corte con esos ondulados cabellos negros, los ojos azules, la mandíbula pronunciada y su altura -dijo Owein, riendo.

– Es muy obvio que nunca lo trataron con disciplina ni le enseñaron las virtudes de la moderación -rezongó Rosamund.

– Muy pronto serás mi esposa, mi amor, y nada podrá separarnos, excepto la muerte. Mi vida, mi espada y mi corazón son tuyos, Rosamund. ¿Qué podría ofrecer Logan Hepburn para tentarte a dejarme? No temas, mi amor. Te protegeré, pero quiero que estés segura, antes de que entremos en la iglesia, de que esto es lo que quieres de verdad. ¿Es así?

– Sí -le respondió Rosamund sin vacilar-. Solo te quiero a ti por esposo, Owein Meredith. No sé por qué Logan Hepburn me enoja tanto.

– Es su arrogancia juvenil. Es muy parecido al príncipe Enrique -comentó Owein-. Es su aire de grandeza lo que te irrita tanto, como te sucedía con el príncipe.

– Su música es alegre -admitió Rosamund, de mala gana, mientras recorrían el sendero que llevaba a la iglesia.

– Díselo después, durante la fiesta. El Hepburn ha venido a desafiarte, pero, si no muerdes el anzuelo y le agradeces, de una manera cordial, como si fuera un amigo muy querido que ha tenido un gesto amable contigo, te aseguro, Rosamund, que serás tú quien gane la partida con el amo de Claven's Carn.

Ella rió.

– Por lo que veo, hay muchas cosas que puedo aprender de ti, milord. Tus años en la Corte de los Tudor no fueron desperdiciados.

Él le sonrió.

– Nosotros, los galeses, podemos ser tan astutos como ese trío de escoceses.

A ambos lados del camino estaba la gente de Friarsgate, que, luego de observar a los novios, ahora seguía el cortejo nupcial hacia la iglesia. El pequeño edificio estaba bellamente decorado con gavillas de trigo y flores estivales. Había velas de verdadera cera de abeja en pulidos candelabros de bronce sobre el altar de piedra. A diferencia de las iglesias grandes de las ciudades, que, con frecuencia, disponían de pantallas talladas entre la congregación y el sacerdote, la iglesia de Friarsgate no tenía ninguna barrera entre la gente y el representante de Dios. Incluso había algunos bancos de roble dentro de la iglesia rural. Los novios ocuparon su lugar en el primero de los bancos, mientras que los demás se ubicaron en los de atrás o permanecieron de pie.

Los dos sacerdotes salieron de la sacristía. El padre Mata estaba vestido con una sobrepelliz de lino blanco bordada con gavillas de trigo doradas. Era un traje especial que, en general, usaba sólo en Pascua. Solía celebrar misa con la sencilla sotana de su orden, como la que ese día tenía Richard Bolton. Las velas del altar se agitaban a la luz de la mañana que entraba por las ventanas de arco gótico simple, con sus paneles de plomo vidriados.

"Algún día -pensó Rosamund- habrá ventanas de vitrales en esta iglesia, como en la capilla real y en las iglesias que vi en el sur". Se sentó a escuchar con atención las palabras de la misa. Cuando terminó, el padre Mata los llamó a ella y a Owein a ponerse de pie ante él. Con voz serena pronunció las palabras del sacramento del matrimonio. Cuando les preguntó su intención, tanto la novia como el novio respondieron con voz clara, que se oyó en toda la iglesia. No hubo timidez ni vacilación de parte de ninguno de los dos. Por fin, el joven sacerdote bendijo a la pareja, sonriéndole con calidez. Owein Meredith besó la mejilla sonrojada de la novia y los arrendatarios de Friarsgate estallaron en vivas.

Los gaiteros Hepburn los llevaron de la iglesia por el sendero que volvía a la casa. Se habían dispuesto mesas frente al edificio, con bancos a ambos lados para la mesa de los novios, traída de la sala junto con sus sillas de roble tallado y respaldo alto. Se abrieron los barriles de cerveza y sidra. Los criados comenzaron a venir desde la casa con bandejas y cuencos con comida. En un asador cercano se asaban las dos mitades de res cubiertas con sal, mientras cuatro jóvenes criados las daban vuelta lentamente. Se sirvieron todos los productos de trigo tradicionales relativos al festival de Lammas, como el año anterior, pero, como esta era, además, una fiesta de boda, había carne de res, gordos pollos rellenos con pan y manzanas que habían sido mezclados con salvia, un guisado espeso de conejo con trozos de zanahoria y puerro que flotaban en la salsa de vino, pasteles de aves de caza y cordero asado. Cuando presentaron una bandeja con salmón en rodajas delgadas sobre un colchón de hojas frescas de berro, Rosamund preguntó:

– ¿De dónde proviene este fino pescado, Edmund?

– Lo trajeron los Hepburn, señora -respondió Edmund.

Rosamund se volvió hacia Logan Hepburn, quien, por su rango, estaba sentado a la mesa de los novios, y dijo, dulcemente:

– Qué afortunados somos de tenerte por vecino, mi señor. Tu regalo de música para alegrar nuestra fiesta fue más que generoso, ¡pero traer salmón, además! Te doy mi más caluroso agradecimiento. -Y le dirigió una espléndida sonrisa.

Él, desde la silla, hizo una profunda inclinación, con una sonrisa de asombro en los labios.

– Estoy encantado de darte placer, señora -le dijo, con un brillo en los ojos azules.

– Fue salmón lo que me diste, señor, sólo salmón. Y no preguntaré de dónde lo tomaste -bromeó Rosamund, picara-. La evidencia será devorada con tal rapidez que quedarás a salvo.

Todos en la mesa rieron, incluido Logan Hepburn, que tuvo la inteligencia de aceptar que lo habían vencido. En un campo cercano pusieron blancos de tiro y, con los arcos largos en la mano, los hombres se turnaron para disparar. Pronto se convirtió en una competencia abierta entre Owein Meredith y Logan Hepburn. Dispararon una flecha tras otra, y los dos se superaron a sí mismos con cada tiro. Cuando la flecha de Logan Hepburn partió en dos la flecha anterior de Owein, los observadores emitieron una exclamación de asombro.

El escocés rió y dijo:

– No puedes mejorar eso, Owein Meredith.

– Tal vez sí -respondió el otro con suavidad, preparó el arco y lanzó la flecha hacia el blanco.

Otro grito de asombro se levantó de la concurrencia, seguido por un gran viva: la flecha de Owein había partido la del escocés. Logan Hepburn quedó boquiabierto de asombro, mientras que su rival, con las manos en las caderas, le sonreía.

– ¡Que me trague la tierra!

– No me canso de decirte que eso te sucederá algún día, milord -intervino Rosamund, acercándose a Owein. Se puso en puntillas y le dio un beso en la mejilla-. ¡Bien hecho, esposo mío! -lo felicitó-. Ahora ven a sentarte a mi lado. La cocinera ha preparado una delicada tarta de peras para celebrar el día. Y tú también ven, Logan Hepburn. Creo que en este momento te irá bien algo dulce. ¿Y un poquito de vino, tal vez?

– Con mucho gusto. Milord, tienes que enseñarme a disparar así. Yo creía que era el mejor arquero del mundo, pero admito que me has vencido con facilidad.

– No hay ningún truco, milord, y con gusto compartiré mis habilidades contigo. Pero no hoy. En breve necesitaré toda mi fuerza y mi habilidad para otro deporte. -Le pasó el brazo por los hombros a Rosamund y fue con ella hacia la mesa principal.