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– Mataré al esposo que le den.

– Y seguro que te echó de su casa -dijo el sacerdote, riendo-. No creo que este rey Tudor envíe a milady de regreso con un nuevo esposo. Su padre lo hizo porque eso se esperaba de él. Mi señora todavía está de luto por sir Owein y la reina comprenderá la delicadeza de sus sentimientos. No, hermano, esta será una visita social y lady Rosamund regresará deprisa porque no disfruta de la Corte ni de sus habitantes, los esnobs que le hacen sentir su falta de importancia. No, volverá en unos meses a su amada Friarsgate y a sus queridas hijas.

– ¿A quién le escribirá?

– A Edmund y a Maybel. Ellos compartirán el contenido de sus cartas conmigo y yo te avisaré lo que debas saber, Logan.

– ¡Bien! Ahora bendíceme, Mata, porque sé que me hace mucha falta. -Se levantó del banco y se arrodilló. El sacerdote se puso de pie, le dio su bendición y concluyó:

– Que Dios vaya contigo, Logan, y trata de no matar a nadie.

El Hepburn se puso de pie, riendo, y dijo:

– Lo intentaré, Mata, pero no puedo prometerte nada, porque tú ya sabes cómo soy.

– Sí que lo sé -rió el sacerdote y lo acompañó hasta la puerta de su iglesia. Los dos hombres volvieron a abrazarse y luego Logan Hepburn montó su caballo y se alejó de Friarsgate.

Rosamund lo observó desde la ventana de su dormitorio mientras se cepillaba el largo cabello. Le había dicho a Maybel que le dolía la cabeza y que comería en su dormitorio, pero la verdad era que no quería hablar con nadie sobre el Hepburn de Claven's Carn. Estaba acostumbrada a hombres de hablar suave que la trataban con delicadeza. Logan Hepburn no se parecía a Hugh ni a Owein. Era arrogante. No utilizaba lenguaje diplomático. No. La penetraba con la mirada y hablaba francamente.

¿Y era malo eso? Pero ¿qué derecho tenía de visitarla en medio de su luto y anunciarle que pensaba casarse con ella? La había esperado desde los dieciséis años y la había visto por primera vez cuando ella tenía seis, en una feria de ganado en Drumfrie. ¡Qué tontería! y las mujeres se arrojaban a sus pies. Bien, tal vez eso no fuera mentira. Era bellísimo, con sus rebeldes rizos negros y esos ojos tan azules… Ella nunca había pensado en sus ojos como sencillamente azules. Eran más que azules, como el lago. El cepillo se le enredó en un nudo del cabello y Rosamund maldijo entre dientes.

– Esta vez -masculló, viendo a Logan Hepburn desaparecer detrás de la colina-, nadie va a hacer planes en mi nombre ni me va a decir con quién tengo que casarme. -¿No había decidido ya que no volvería a casarse? Rosamund maldijo nuevamente para sus adentros.

Pero no podía evitar pensar en cómo sería estar casada con un hombre tan temerario. Pelearían todo el tiempo, de eso no había duda. ¿Y Cómo sería Claven's Carn? Ningún lugar podía ser tan hermoso como Friarsgate. Ella conocía lo suficiente de lengua escocesa para traducir el significado del nombre de la heredad. Claven's Carn. Significaba la colina rocosa de los milanos. Un milano era un ave de presa. Hizo una mueca y se preguntó quién le había puesto ese nombre. No, no sería tan hermoso como su Friarsgate, cuyo nombre derivaba del de un antiguo monasterio, hacía tiempo desaparecido.

Traza tu propio camino. Bien, ¿no estaba haciendo precisamente eso? Estaba trazando su propio camino, y era hora. Había permitido durante demasiado tiempo que otros tomaran decisiones por ella. Pero ella era mujer, se lo recordaban todo el tiempo, y las mujeres no toman sus propias decisiones. Eso quedaba para los hombres de la familia. ¿Quién estableció esa ley? Dejó el cepillo y comenzó a trenzarse el cabello.

Al día siguiente, llegó la escolta real, encabezada por un caballero que se presentó como sir Thomas Bolton, lord Cambridge.

– Somos parientes lejanos -le informó sir Thomas a Rosamund mientras miraba a su alrededor la pequeña sala, con ojo avizor-. Nuestros bisabuelos eran primos hermanos -explicó-. Siempre me he preguntado cómo era Friarsgate. Llegué a conocer a mi bisabuelo. Murió cuando yo tenía siete años, pero le encantaba contarme historias de esta Cumbria donde se había criado. Es hermoso, eso lo admito, pero, por Dios santo, señora, ¿cómo soportas la falta de compañía civilizada?

En otras circunstancias, Rosamund se habría ofendido seriamente pero, por alguna extraña razón, sir Thomas le había caído, al instante, maravillosamente bien. Era de altura mediana y robusto. Tenía una hermosa cabellera rubia con un corte muy elegante: corto y con bandas sobre la amplia frente. Sus curiosos ojos eran del mismo color ámbar que los de ella. Su ropa era sencillamente espléndida y, obviamente, a la moda. Cómo conseguía estar tan atildado después de días en el camino era un misterio. Pero lo que a ella le encantó fueron sus modales, porque no había la menor malicia en él, dijera lo que dijese. Y sir Thomas hablaba mucho.

– Me gusta llevar una vida sencilla, milord. Me tomo muy en serio mis responsabilidades en Friarsgate.

– Me imagino -dijo sir Thomas, suspirando, y se dejó caer en una silla-. Con ropa adecuada, querida, serías espectacular. -Y la atravesó con una mirada-. Me gustas, prima, y voy a cuidarte, pero primero tienes que darme algo de tomar, porque me muero de sed, y, después, tienes que decirme cómo fue que te invitaron a la Corte. Mi debilidad es la curiosidad, querida niña.

Rosamund se echó a reír. No pudo evitarlo. En toda su vida nunca había conocido a nadie como sir Thomas. Le sirvió un copón de peltre lleno de sidra, temiendo que su rústico vino fuera un insulto para su paladar, y se lo dio.

Él bebió un sorbo, la miró por sobre el borde de la copa, tomó el resto y le tendió la copa para que le sirviera más.

– Excelente y recién hecha. ¿No tengo razón, querida niña? Ahora responde a mi pregunta, prima Rosamund.

– Estuve un tiempo en la Corte a cargo del rey Enrique VII. En esa época conocí a la princesa de Aragón. Cuando volví a casa, casada con sir Owein Meredith, nos escribimos. Después de la muerte de mi esposo la reina me llamó a la Corte. Su intención es animarme, pero yo preferiría quedarme en casa.

– Ah, sí, claro, no me cabe duda, querida prima, pero la reina tiene razón. Una visita a la Corte te ayudará a pasar lo peor del duelo. Yo recuerdo a sir Owein. Era un hombre de honor y leal, aunque tal vez un poco aburrido. No te ofendas. Muchos hombres buenos son aburridos y, en tu caso, es obvio que tú no te aburrías con él. -Su mirada fue al extremo de la sala, donde estaban Philippa, Banon y Bessie mirando azoradas esa figura de alguien tan hermosamente a la moda como sir Thomas Bolton-. ¿Esas son tus hijas? Qué encantadoras.

– Perdimos un varón -dijo Rosamund, como para defender la falta.

– ¡Ah, pobrecita! Otro lazo con la reina. Partiremos mañana, prima, si te parece bien. Espero que estés lista. El otoño ha llegado tardíamente y le tengo miedo al camino si la nieve llega temprano. El viaje es más largo de lo que yo pensaba.

Rosamund le había vuelto a llenar la copa.

– ¿Cómo fue que lo eligieron para acompañarme, sir Thomas? -preguntó ella, sentada frente a él junto al hogar.

– Oí decir al rey que su esposa invitaba a una señora de Friarsgate a la Corte. De inmediato le pregunté a Su Majestad, como prefiere él que lo llamen ahora, aunque es algo muy rebuscado, creo yo, si la dama en cuestión era Bolton de soltera y si ese Friarsgate era en Cumbria. Cuando respondió que sí a ambas preguntas, le expliqué que yo era un primo distante tuyo. La reina lo supo y me asignó la tarea de escoltarte, querida prima. ¡Y gracias al cielo que lo hizo! Han sucedido tantas cosas en la Corte desde la última vez que estuviste. Te pondré al día de los mejores rumores, y algunos tal vez tengan algo de verdad. Ahora bien, llévame a ver tu guardarropa, para que pueda decidir qué necesita alguna modificación antes de partir. Espero que lo que tienes puesto no sea un ejemplo de lo que piensas llevar a la Corte, querida.