– Algo negro. Es sencillo, y sospecho que lo sencillo estará a la orden del día para no competir con el rey y su púrpura. Además, se permitirá el acceso del público en general, lo que a mí me parece una mala idea.
Rosamund se puso el vestido anaranjado y bailoteó contenta por su habitación. Dolí le llevó una caja chata, otro regalo de Tom. Contenía una hermosa cadena de oro decorada con topacios dorados y un broche haciendo juego con forma de diamante y engarzado en oro. En lugar de la capa azul, Annie le puso sobre los hombros una nueva de un rico terciopelo castaño oscuro bordeado de marta y, luego, le acomodó la capucha con bordes de piel, pues el día de febrero estaba frío y ventoso.
– Me consientes de una manera espantosa, primo -le dijo Rosamund a lord Cambridge mientras se preparaban para salir hacia Westminster, cada uno en su propia barca-, ¡y debo admitir que me encanta!
Él sonrió, complacido.
– Que estés conmigo es como volver a tener a mi hermana, Rosamund. Sé que tú no eres May, pero te pareces mucho a ella en tu juventud y tu dulzura.
Rosamund nunca había visto el palacio tan lleno de gente. Se había permitido entrar al público para presenciar las festividades reales. Como había sospechado lord Cambridge, había sido una mala idea.
Cuando terminó la representación, la multitud avanzó y empezó a rasgar los trajes de los actores, para guardarlos de recuerdo. Al rey lo dejaron en calzas y jubón, y se reía a carcajadas, en especial cuando uno de sus caballeros, sir Thomas Knyvet, quedó desnudo y tuvo que treparse a una columna en busca de seguridad. Cuando la muchedumbre comenzó a rasgar los trajes de las damas que habían bailado en la representación, el rey ordenó que se llamara a la guardia, y el público fue firmemente retirado del palacio. Entonces, la Corte fue a comer un abundante banquete preparado para la ocasión, a pesar del estado de sus prendas, aunque sir Thomas Knyvet se vio obligado a retirarse.
Pero el 23 de febrero llegó la noticia de que el pequeño príncipe de Gales había muerto súbitamente esa mañana. Rosamund estaba en la habitación de la reina cuando el rey fue a decírselo. La llevó a su habitación privada y los repentinos gritos de angustia de la reina alertaron a sus damas de la tragedia. Para sorpresa de todos, el rey se quedó con su esposa, consolándola lo mejor que pudo, haciendo a un lado su propio dolor en su esfuerzo por aliviar la pena de ella.
– Comenzará otra vez -le murmuró lord Cambridge a su prima cuando se pusieron a hablar en voz baja en un corredor del palacio-. Él tendría que haberse armado de paciencia y haberse buscado otra princesa. Ella ha perdido dos niños ya. Que Dios ampare a Inglaterra. -Está desesperada, pobrecita, pero tienes razón. Es malo para Inglaterra. Pero la madre y las hermanas de la reina han sido mujeres muy fértiles, y también han perdido algunos hijos. La próxima vez será diferente.
– Espero que tengas razón, prima.
Caminaban juntos hasta los apartamentos de la reina cuando, en ese momento, se abrió la puerta y salió el rey. Sir Thomas Bolton hizo una gentil inclinación y Rosamund, una reverencia. El rey hizo una brusca inclinación de cabeza y se detuvo abruptamente.
Sus ojos azules se clavaron en Rosamund y dijo:
– ¿La dama de Friarsgate, verdad, señora?
– Así es, Su Majestad -le respondió ella, en voz baja para disimular los nervios. No le había prestado atención cuando era un niño, pero ahora era el rey quien le estaba hablando.
– Sí, la recuerdo -le dijo él con una sonrisa-. Mi comportamiento hacia usted fue grosero, y sir Owein me lo dijo sin vueltas. Pero usted no se avergonzó al enterarse de que se había hecho una apuesta concerniente a su virtud. Vaya repulsa que le dirigió al pobre Neville, que lo tomó muy mal, pero a mí no me reprendió, si mal no recuerdo.
– Una no reprende a un muchacho que un día será nuestro rey -dijo Rosamund-. Un rey no puede equivocarse y hace sus propias reglas, eso lo sé. Además, milord, usted no me guardó animosidad, pues fue testigo de mi compromiso formal con sir Owein y me dijo que lo recordara, pues algún día podría contárselo a mis hijos.
– Y mi padre me recordó que yo todavía no era el rey de Inglaterra -señaló Enrique y rió-. Siento mucho lo de sir Owein. ¿Fue un buen esposo?
– ¡Nunca hubo ninguno mejor, señor! -exclamó Rosamund y, para su sorpresa, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
– ¿Tuvieron hijos?
– Tres niñas, señor, y un varón que murió al nacer. Y un tonto accidente se llevó a mi esposo de mi lado.
– Nos complace que estés aquí con nuestra reina, con quien fuiste tan bondadosa en sus años difíciles -dijo el rey. Entonces hizo una pequeña inclinación, retomó su camino por el corredor y desapareció.
– ¡Por Dios! -dijo Thomas Bolton-. Hay una historia que no me contaste. Y que el cielo te ampare, porque vi su interés al mirarte. ¡Todo lo que le dijiste estuvo bien! No vuelvas a decirme que la Corte no es un lugar para ti, Rosamund Bolton, porque eres mucho más hábil en los asuntos de la Corte de lo que yo creía.
– Yo sé que es el rey, pero debes recordar que lo conocí de muchacho. Claro que lo respeto como mi rey, pero sigo pensando en él como aquel joven travieso, el príncipe Hal.
– ¡Que Dios nos proteja! ¡Esta vez seguro que te seduce, querida prima! ¡Aunque no te des cuenta, has crecido! ¡Ay, Dios, apiádate de nosotros! Ve con tu señora, la reina. Yo tengo que pensar en este nuevo orden de cosas.
– Estás exagerando -rió ella-. El rey fue amable y me recordó después de tanto tiempo. Me halaga mucho. Es maravilloso que sepa quién soy, Tom. Yo no estoy entre sus encumbrados amigos, y sin embargo se acordó de mi nombre y un incidente del breve tiempo que compartimos.
– Va a embarazar a la reina lo antes posible, ya verás, y después se pondrá a buscar una mujer que lo divierta durante los meses del verano que se acerca. Y escucha lo que te digo, prima, tú estás en su cabeza en estos momentos.
– Te equivocas, estoy segura. El rey fue amable y gentil. Nada más; no puede haber nada más.
Lord Cambridge sacudió la cabeza, desolado. Su encantadora prima era muy inocente en algunas cosas. No tenía idea de cómo podría protegerla.
El pequeño príncipe fue enterrado en la abadía de Westminster, luego de un período de duelo durante el que su frágil cuerpecito fue exhibido en un elaborado féretro rodeado por cientos de velas que ardían día y noche hasta el entierro, que fue a medianoche. Tuvo una ceremonia con antorchas a la que asistió la Corte entera, vestida del negro más absoluto. Su alma estaba ahora con Dios y entre los inocentes.
Ya se encontraban en la temporada de penitencia de Pascua, mucho más sombría por la reciente muerte real. La reina rezaba incesantemente, noche y día, vestida con un cilicio, comiendo poco y solo una vez por día. Las comidas que se servían en las habitaciones de la reina eran espartanas. Apenas pan negro y pescado. En Pascua, el rey recibió una rosa dorada del Papa, que el propio pontífice había bendecido. Era señal de un gran favor. E inmediatamente después de Pascua, la Corte partió hacia Greenwich para celebrar el mes de mayo.
CAPÍTULO 16
– ¡Es exactamente como la Casa Bolton! -dijo Rosamund, muy sorprendida, cuando la barca se acercaba a la vivienda de su primo en Greenwich.
– Por supuesto, Bolton Greenwich es idéntica en todos los detalles a la Casa Bolton. Me desagrada la confusión, querida niña, y aborrezco el caos del desarraigo. Cuando compré la propiedad de Greenwich les encargué al arquitecto y a los constructores que copiaran la Casa Bolton. Hasta la decoración es la misma. Los criados vienen conmigo, pues no me gusta pagarles para que holgazaneen en la Casa Bolton mientras yo estoy en Bolton Greenwich. Es una solución perfecta, como ya verás.