Por tradición, toda la comida tendría que haber sido verde, en honor al día, pero la reina se había puesto firme, aunque el rey protestó. Solo los platos de pan habían sido teñidos de verde. Para deleite de muchos, se sirvió la anticuada hidromiel en la celebración, junto con vino y cerveza. La Corte comió sin parar y, sin embargo, cuando al final se trajeron los dulces, se los devoraron con tantas ganas como si los comensales no hubieran ingerido nada antes.
En el parque se habían puesto blancos de tiro. Los hombres compitieron con el arco y la flecha, y ganó el rey. Jugaron a los bolos hasta que el crepúsculo comenzó a dificultar la visión de las clavijas y los bolos. Se colocaron antorchas. Los músicos tocaron y la Corte bailó. Al final, el rey bailó para todos, saltando alto con su hermana María, que reía y lo acicateaba para que lo hiciera más alto aun. Nadie bailaba tan bien como el rey Enrique Tudor. Al final la reina se retiró con sus damas. Estaba cansada y sabía que el rey volvería a visitar su cama esa noche, porque ya le había hecho conocer sus intenciones. Todavía no estaba embarazada y, aunque seguía de duelo por el principito, se necesitaba con desesperación un nuevo heredero.
– ¿Te quedarás aquí esta noche, Rosamund? -preguntó Inés.
– No, no me necesitan y una de las ventajas de venir a Greenwich es que la casa de mi primo queda al lado del palacio. Allí tengo mi habitación. Si necesitas un lugar donde dormir, Inés, puedo alojarte.
– No, pero te agradezco el ofrecimiento. María tiene una pequeña habitación propia, así que duermo con mi hermana.
– Entonces, te doy muy buenas noches -le dijo Rosamund, y salió de los apartamentos de la reina. Vio a Tom hablando con el amigo del rey, Will Compton, que la saludó. Ella le devolvió el cumplido y se dirigió al parque, que ya estaba bastante a oscuras, hasta el muro de ladrillo que separaba la casa de Tom del palacio del rey. Encontró el pasador y entró en los jardines de Bolton Greenwich, pensando, de pronto, en qué conveniente era que ese jardín fuera idéntico al de la Casa Bolton. No necesitaba luz para guiarse.
La morada estaba vacía, pues Tom les había dado la noche libre a sus criados. Pero Annie había declinado ir con Dolí.
– Es un poquito ligera, y no quiero que los hombres piensen que yo soy como ella -le explicó Annie a su ama.
A último momento, antes de que se fuera el último de los criados, le habían preparado un baño junto al fuego. Todavía estaba caliente, pero no tanto como le gustaba a Rosamund. De todos modos, se quitó la ropa, se metió en la tina y pensó que el agua caliente y perfumada era muy agradable, pero no se demoró, sino que salió, se secó y se puso una camisa limpia. Annie le deshizo el elegante peinado y le cepilló el largo cabello rojizo.
– Déjamelo suelto -le pidió Rosamund.
Se metió en la cama mientras Annie le agregaba leños al hogar del dormitorio.
– El señor dice que Dolí y yo durmamos en el altillo con los otros criados por el momento, señora.
– Sería mejor -señaló Rosamund, pensativa.
– Si hago eso, todo el mundo sabrá que usted tiene un amante, señora -le respondió con franqueza-. Al menos eso es lo que dice Dolí, milady.
– Dolí dice muchas cosas -respondió Rosamund, cortante. Con gesto seco se ató las cintas rosadas de la cofia de dormir-. ¿Y tú qué dices, Annie, en respuesta a la calumnia de Dolí?
– Le digo que usted no tiene tiempo ni para usted misma estando al servicio de la reina, ¿cómo va a tenerlo entonces para seducir a un hombre y hacerlo su amante? Dolí se ríe y asegura que todas las mujeres tienen tiempo para un amante; que los hombres son como perros, que olisquean y que siempre aparece una perra que mueve la cola y la levanta para ellos.
Rosamund suspiró.
– Dolí es demasiado mundana. ¿Y ahora dónde está? ¿Lo sabes, Annie?
– Sí -afirmó Annie, despacio-. Está celebrando el Día de Mayo con los criados del palacio de Greenwich. No volverá hasta el alba.
– Quiero que esperes a lord Cambridge levantada, Annie, y cuando venga cuéntale lo que me has dicho a mí.
– ¡Ay, señora, no podría! Se lo conté a usted porque las dos somos de Friarsgate. No quisiera que su reputación se arruine por gente de la calaña de Dolí. A veces es de buen corazón, pero tiene muy mala lengua. Si se entera de que le dije, me saca los ojos.
– Y esa es precisamente la razón por la que tienes que contarle a mi primo. Dolí es una de sus criadas de la propiedad de Bolton Park. Estoy segura de que la gente de Bolton Park es como la de Friarsgate. Dolí es joven y tal vez haya estado demasiado tiempo en Londres con el personal de mi primo. Necesita volver a su casa, donde recuperará sus valores. Quiero que le digas a lord Cambridge que yo te ordené que le informaras de su comportamiento y que sugerí que la devolviera a su casa para que no se metiera en problemas.
– Está bien -dijo Annie, nerviosa.
– Mi primo es un buen amo, Annie. Tú lo sabes. Tal vez sea hora de que Dolí se case, y él puede arreglarlo. Para ella sería mejor que la casara antes de que se deshonre y arruine cualquier posibilidad de un buen matrimonio. -Miró vigilante a su criada-. ¿Qué es lo que no me cuentas?
– ¡Ay, señora! -Annie se echó a llorar.
En ese momento golpearon a la puerta de los apartamentos y Rosamund le ordenó a su criada que abriera. Entró lord Cambridge.
– Excelente. Todavía estás levantada, Annie, querida muchacha, tráenos un poco de vino, y tú, prima, intercambiarás conmigo las noticias que hayas conseguido hoy. -Se sentó al borde de la cama con una sonrisa-. No pareces cansada, a pesar de la hora.
Annie fue de prisa a traerles a lord Cambridge y a su ama unas copitas de cristal de un dulce Madeira. Mientras Annie les daba las copas, Rosamund habló:
– Annie tiene algo que contarte, Tom. ¿Annie?
– Ay, señora, ¿debo hacerlo? -Annie sollozaba, pero Rosamund insistió, solemne; Annie dijo, con voz débil-: Es sobre Dolí, señor -y repitió lo que le había contado a su señora.
– Está bien, Annie. Yo sé que no eres una correveidile y que hablaste solo para proteger a tu señora. No obstante, yo ya había decidido enviar a Dolí de vuelta a Bolton Park por la mañana. La señora Greenleaf ya me había informado de su comportamiento y esta noche tuve la desdicha de ver la conducta de Dolí con mis propios ojos. Su destino quedó sellado en ese momento. Ahora ve a dormir. Tú no eres responsable por la adversidad de Dolí. La señora Greenleaf siempre pensó que Dolí era demasiado joven para haberla traído de Bolton Park. Es posible que haya llegado el momento de que se case y siente cabeza. La señora Greenleaf tiene un sobrino, mi herrero. Es viudo y fuerte como para controlar a una muchacha voluntariosa como Dolí. Ella no tendrá tiempo para travesuras siendo su esposa, eso te lo aseguro. El hombre tiene siete hijos, todos menores de diez años, y va a querer que haya una comida en la herrería al mediodía y una cena abundante al final del día. Sí, dado lo que vi esta noche, esa ha de ser la mejor solución.
– ¿Qué viste?
– ¿Tú lo sabes, Annie? -le preguntó lord Cambridge a la muchacha.
– Sí, milord.
– Cuéntanos, entonces.
– Dolí se levanta la falda para los muchachos -comenzó a decir Annie-. No lo hace por nada. Medio penique por mirar y un penique entero por tocarla y tocarle las tetitas. -Después de haberlo dicho Annie se ruborizó.
Lord Cambridge soltó una carcajada ante la explicación de Annie.
– Sí, eso es lo que vi. Muchacha emprendedora, nuestra Dolí. Bien, el herrero es un hombre vigoroso y la va a mantener más que ocupada, tanto dentro como fuera de la cama. Ve, Annie. Y si mañana Dolí te confía sus penas, antes de que la mande a casa, dile que yo la vi y que quedé consternado.
Annie hizo una reverencia y salió de la habitación. Lord Cambridge se aseguró de que la joven criada se hubiera ido y no podía oírlos. Entonces, regresó y volvió a sentarse en el borde de la cama.