– Mis hijas están en buenas manos, Su Majestad, pero yo soy su madre. Las grandes señoras deben, por necesidad, dejar a sus hijos al cuidado de otras personas. Yo no soy una gran señora. Mi tío Edmund y su esposa ya no son jóvenes, y si no regreso pronto, mi tío Henry tratará de obligar a mi hija mayor a casarse con su odioso hijo. La señora Blount se sentirá muy honrada de tomar mi lugar a su lado, estoy segura. Con gusto, si se le pide, asumirá las responsabilidades de su correspondencia.
– A ti no te gusta Gertrude Blount -dijo la reina con una sonrisita-. ¿Y no obstante me la recomiendas?
– Lo que yo quiero o quién me cae bien carece de importancia, Su Majestad. Usted necesita, y debe tener, a la mejor persona posible para reemplazarme. Esa persona es la señora Blount, por mi honor.
– Le pediremos consejo al rey sobre este asunto -dijo Catalina, y se volvió a su esposo-. Enrique, la señora de Friarsgate quiere dejar la Corte en Nottingham e irse a su casa. No quiere regresar. Me recomienda a la señora Blount para ocupar su lugar. ¿Qué piensas, mi querido señor?-Apoyó una mano sobre la manga cubierta de terciopelo verde del rey y lo miró a la cara, con una sonrisa.
– Queridísima Kate, lo que tú decidas para tu casa contará siempre con mi aprobación. Si la señora de Friarsgate desea irse a su casa, entonces, libérala de tu servicio. -Movió bruscamente la cabeza y miró directamente a Rosamund-. Usted, señora, tiene hijos, si mal no recuerdo, ¿o me equivoco?
Ella se ruborizó, hizo una reverencia y respondió:
– Sí, Su Majestad, así es.
– Entonces queda liberada, con nuestro agradecimiento, por los múltiples servicios que ha prestado a nuestra querida consorte y esposa -respondió el rey. Ignorándola con la misma precipitación con que le había hablado, se volvió y se puso a hablar con Will Compton, sentado a su izquierda.
– Mi esposo y señor ha hablado por los dos -dijo, sumisa, la reina.
Rosamund volvió a hacer una reverencia.
– Será para mí un placer continuar con mis deberes hasta que lleguemos a Nottingham, Su Majestad.
– Excelente -respondió la reina-: le enseñarás a la señora Blount lo que debe hacer para mí cuando te hayas ido.
– Eso haré, Su Majestad -respondió Rosamund. ¡Por Dios! ¿Nadie se habría preguntado por qué se había ruborizado cuando el rey le dirigió la palabra? Esperaba que creyeran que el haber gozado de su atención por un fugaz momento la había cohibido, pues ella era una dama de una familia común y no estaba acostumbrada a que Enrique Tudor le hablara.
Gertrude Blount se acercó a ella.
– ¿Por qué me hace un favor? No somos amigas y no simpatizamos. No sé si me gusta quedar en deuda con alguien como usted.
– No queda en deuda conmigo, señora Blount. Cuando me vaya de la Corte no regresaré. Lo que le dije a la reina es la verdad.
– Escribir la correspondencia personal de la reina es un gran honor. Lo desee usted o no, ahora he quedado en deuda con usted, porque no puedo rechazar el nombramiento de la reina.
– No, no puede -murmuró Rosamund-, como tampoco puede decirle a nadie nada de lo que escriba. A usted le fascinan los chismes, pero no podrá abrir la boca si no quiere llevar la deshonra a su familia, señora Blount. -Rosamund sonrió con dulzura.
– ¡Ah! -Gertrude Blount abrió muy grandes los ojos azules al darse cuenta de lo que le había hecho la señora de Friarsgate- ¡Así se venga de mí porque no la quiero! ¡Qué mezquina es!
– Señora Blount, poco me importa que usted me quiera o no -le dijo Rosamund, con toda franqueza-. El nombre de su familia es más importante que el de la mía, pero mi orgullo de ser quien soy es más grande que el suyo de ser quien es. Yo no seré desdeñada por la hija de lord Montjoy. Yo soy la señora de Friarsgate, y no por matrimonio, sino por derecho propio. La he recomendado a la reina porque tiene linda letra y ya es una de sus damas. Es un honor servir a la reina Catalina. No me debe nada por el nombramiento. Mientras la reina todavía requiera mis servicios, usted vendrá conmigo; así aprenderá cómo se hace la correspondencia personal de la reina y cómo se la guarda.
Gertrude Blount asintió, amilanada por el momento, pero pronto se puso a alardear de que ella tomaría el dictado de los documentos más importantes de la reina, que la habían recomendado para el cargo, pero no dijo quién y nadie se tomó la molestia de preguntarle, porque a nadie le interesaba.
El séquito partió de Greenwich y se mudó brevemente a Richmond mientras se terminaban los preparativos de último minuto. El rey había seguido visitando a Rosamund y una noche fue a verla a la Casa Bolton desde Richmond, pero tuvo que viajar por el río para llegar, lo que significó que sus barqueros supieron que había salido del palacio y adonde había ido. No era una situación favorable, pues Enrique no quería que lo sorprendieran con una amante otra vez.
El séquito fue a Warwickshire, el condado que el hermoso río Avon divide en dos partes. Hacia el sur estaba Feldon, un hermoso campo de prados verdes cubierto de flores silvestres. Hacia el norte, el bosque de Arden y más al norte, tierras que no se podían labrar: canteras de arenisca y minas de carbón y hierro. Los castillos y las iglesias estaban hechos de arenisca, pero las ciudades eran de madera blanca y negra, muy proclive a los incendios.
El séquito visitó dos grandes castillos en Warwickshire. Primero Warwick, que se erigía sobre un alto risco sobre el Avon, y después Kenilworth, que estaba más cerca de Coventry. Warwick había sido originalmente un fuerte sajón, pero dos años después de la conquista normanda se había comenzado a construir un castillo. En el siglo XIV la familia Beauchamp lo había convertido en el magnífico edificio que ahora veía Rosamund, donde habían morado familias tan grandes y orgullosas como la fortaleza misma.
Kenilworth, por otro lado, era el lugar más romántico que Rosamund había visto en toda su vida. No era ni macizo ni imponente como Warwick. Comenzado en el siglo XII, debía su elegancia y su belleza a Juan de Gante, un hijo del rey Eduardo III que gastó una fortuna en el castillo que había pertenecido a Simón de Montfort, el notorio hacedor de reyes… Y de conflictos.
En Coventry asistieron a una misa mayor en la catedral. Pero lo principal de la visita fue la representación de uno de los famosos ciclos de misterios, a cargo de los miembros locales de los gremios. Estas piezas hacía siglos que se representaban en Coventry y eran conocidas en todas partes, incluso en Francia y España. La reina había llorado ante la belleza de lo que vio, y sus damas susurraban que tal emotividad indicaba que estaba otra vez encinta. Al enterarse de la noticia, el rey se paseó, muy orondo, entre sus amigos.
Luego, el séquito volvió a tomar rumbo norte, donde el rey y su Corte pasarían un tiempo en el castillo de Nottingham. Era casi imposible que Enrique encontrara un momento a solas con Rosamund y, extrañamente, ella sintió alivio. Estaba medio enamorada de él, pero no era tonta, y sabía que lo que habían compartido estaba terminando, y así debía ser.
En Nottingham el rey se dedicó a los deportes y el juego. Algunos de los cortesanos más jóvenes le presentaron a algunos conocidos de Francia y Lombardía. No pasó mucho antes de que los amigos de toda la vida del rey vieran que este estaba perdiendo mucho dinero en carreras de perros, peleas de osos, cartas y torneos de tenis. Will Compton reparó en que los jóvenes cortesanos ingleses alentaban al rey y lo tentaban a hacer apuestas sin sentido. El orgullo de Enrique no le permitía echarse atrás y perdía siempre. Cuando Compton vio que uno de los cortesanos repartía las ganancias con un francés, le contó a su amigo lo que estaba sucediendo. Discretamente, el rey echó a ambos jóvenes cortesanos y sus malas compañías e informó a sus familias de su incorrecta conducta. Entonces, volvió a estar animado y jovial, como correspondía a un monarca.