Al fin, llegaron a la "Posada de la Corona y el Cisne". Walter dejó a Rosamund en la entrada; ella entró deprisa y subió a su habitación, donde la esperaba Annie.
– Me quiero meter en la cama. Me bañaré por la mañana, antes de partir.
Annie asintió, viendo que su señora parecía muy enojada.
A la mañana siguiente Rosamund estaba alicaída y permaneció así toda la semana, mientras viajaban hacia el norte por Darby y York hasta Lancaster y, al fin, por su condado, Cumbria. Pasaron la noche en Carlisle, en St. Cuthbert, donde Rosamund tuvo la dicha de saludar a su tío Richard. Después, continuaron hacia el norte y el este. Al estar tan cerca de su casa, Rosamund no quería detenerse. Lord Cambridge se estaba agotando, pero en Friarsgate podría descansar.
– Me llevará días recuperarme de este ritmo que has impuesto -se quejó él.
Ella podía oler la fragancia de sus tierras. Pensó que la había olvidado, pero no. ¡Podía olería! Las colinas eran las de siempre, y de pronto todo a su alrededor comenzó a convertirse en señales que ella reconocía. El camino llegaba a la cima de una colina. Rosamund se detuvo. ¡El corazón le saltó de alegría! Dejó que las lágrimas le corrieran por las mejillas. Allí estaba su lago, resplandeciente a la luz del sol de septiembre. ¡Allí estaba su casa! ¡Su aldea! Friarsgate yacía a sus pies. Azuzó la montura y galopó hacia ella.
– ¿Amará alguna vez a alguien como ama a Friarsgate? -le preguntó lord Cambridge al criado, Sims.
– Probablemente no -dijo el pragmático hombre.
El grupo siguió bajando la colina hacia la finca. Thomas Bolton había contratado a dos docenas de hombres armados para escoltarlos desde Nottingham. Al día siguiente les pagaría su salario y regresarían por donde habían venido. Para cuando llegaron a la casa, Rosamund ya estaba abrazando a Edmund, a Maybel y a sus tres hijas, con las lágrimas humedeciéndole las mejillas.
Maybel la reconfortaba.
– Se han portado tan bien. Philippa me hace acordar a ti a esa edad. Es muy servicial y obediente.
Le dieron la bienvenida a lord Cambridge. Fueron a la sala para tomar la comida, que fue sencilla, porque no los esperaban. Después, con las niñas ya en la cama, se sentaron junto al fuego, a hablar y a beber una sidra recién hecha.
– Me escribiste que las ovejas habían parido una buena cantidad de corderitos este año -le dijo Rosamund a Edmund-, pero no me pareció cuando llegué. ¿Hubo alguna enfermedad?
– Hablemos de ese asunto por la mañana, sobrina. Seguro que estás cansada del viaje, y el pobre primo Thomas se está quedando dormido sentado. Por la mañana te daré un informe completo de lo que ha sucedido en tu ausencia.
El tono de su voz la alertó sobre la posibilidad de que algo marchara mal.
– Tom ya se durmió. Quiero saber qué es lo que me ocultas.
– Mañana, Rosamund.
– ¡Ahora! -dijo ella, tajante. Su primera visita a la Corte le había enseñado el valor de las buenas relaciones; la segunda, cómo ejercer su autoridad.
Edmund Bolton nunca había oído a su sobrina hablarle con tanta firmeza.
– Los escoceses nos han estado robando el rebaño.
– ¿Cómo es posible? Nuestras escarpadas colinas siempre nos han protegido de los merodeadores. ¿Y qué hiciste para combatir los robos? ¿Sabes quién es?
– Vienen por la noche -comenzó a decir Edmund-, y solo cuando la luna de frontera puede iluminarles el camino. Roban de los prados más cercanos a la cima. Mataron a dos de nuestros pastores y estrangularon a sus perros para que no ladraran.
– ¿Cuántas ovejas perdimos?
– Más de cien cabezas, Rosamund.
Ella lo miró atónito, y luego gritó:
– ¡Tío, eso es intolerable! ¿Cuántas veces vinieron a robar? ¿Y tú no has hecho nada para impedirlo?
Lord Cambridge ya estaba totalmente despierto.
– ¿Qué puedo hacer yo? -adujo Edmund, impotente.
– Sabes que atacan cuando hay luna llena.
– Pero no sabemos dónde atacarán. Los rebaños están diseminados sobre varias colinas y en muchos prados.
– Entonces debemos reunir a las ovejas y separarlas en dos o tres rebaños grandes, para poder controlar mejor la situación. Después, apostaremos guardias con los pastores y fijaremos una señal para que, cuando lleguen los ladrones, la finca esté avisada. Tendremos mejores posibilidades de atrapar a los ladrones de esa forma. Friarsgate ha sido tenida por inexpugnable, siempre. ¡Si se sabe que los escoceses nos están robando las ovejas, Edmund, sólo el cielo sabe qué seguirá después!
– Tomará varios días reunir a las ovejas. ¿Dónde las pondrás?
– Tengo que pensarlo. ¿Cuándo es la próxima luna de frontera? No pienso perder ni una sola oveja más a manos de esos fronterizos. ¡Malditos escoceses! Me pregunto si Logan Hepburn no tendrá nada que ver.
– No lo sé -le respondió Edmund, con franqueza.
– Sería típico de él hacer algo así para demostrarme que es muy inteligente -murmuró Rosamund-. ¿Y dónde queda ese Claven's Carn donde vive, Edmund?
– ¿Por qué?
– ¿Qué es una luna de frontera? -preguntó lord Cambridge.
– Porque creo que ha llegado el momento de hacerles una visita a los Hepburn -le respondió Rosamund a Edmund y agregó, para su primo-: Es una luna llena muy clara, Tom, cuando tradicionalmente los fronterizos de ambos lados de las colinas salen en sus correrías, porque entonces pueden ver por dónde van.
– No sé si es buena idea ir a Claven's Carn -opinó Edmund.
– ¿Por qué no? Dicen que los escoceses me están robando los rebaños, pero no sabes si son los Hepburn. Bien, sean ellos o no, creo que le haré una visita a Logan Hepburn, tío. Si es él o son sus parientes, se dará cuenta de que lo sabemos. Tal vez incluso dejen de hacerlo, pues habrá demostrado lo que quiere probar con su comportamiento. Y si no es Logan Hepburn, tal vez él sepa quién es.
– ¿Y crees que te lo dirá?
– Sí.
– ¿Por qué? -preguntó Edmund, pero Thomas Bolton ya se estaba riendo, entendiendo la táctica de ella.
– Mi querida niña, ¡qué inteligente eres! Claro que te dirá todo lo que quieras saber. Qué mala eres al usar al pobre hombre en contra de sí mismo.
Rosamund le sonrió a su primo y se dirigió a su tío:
– Logan Hepburn dice que está enamorado de mí. Bien, si lo está, entonces querrá ayudarme, ¿no?
– No me gusta -advirtió Edmund-. Es deshonesto que te comportes así, Rosamund.
Maybel intervino.
– Tendrás que mostrarle el camino, Edmund, de lo contrario, se perderá, pues tú sabes que, digas lo que digas, Rosamund irá a Claven's Carn. -Rosamund le dirigió una mirada agradecida-. Será mejor que vayas mañana, niña, si ya estás descansada.
– No, mañana debemos prepararnos para los ladrones. Al día siguiente iré a Claven's Carn. ¿Tom, vendrás con nosotros?
– Queridísima niña, ¡qué miedo tenía de que no me invitaras! Claro que iré contigo. No puedo perderme conocer a tu descarado escocés.
– La llevará Mata -dijo Edmund-. Uno de nosotros tiene que quedarse aquí a supervisar los preparativos.
– ¡De acuerdo! -decidió Rosamund-. Estoy cansada, y me alegro de dormir en mi cama después de tantos meses. Buenas noches. -Salió del recinto caminando despacio.
– ¿No irás con ella, mi vieja? -le preguntó Edmund a su esposa.
– No. Ahora esa responsabilidad es de Annie.
– Te sorprende que haya cambiado -comentó lord Cambridge.
– Era hora – asintió Edmund-, pero me sorprende. Creo que tú le allanaste el camino en la Corte.
– Nosotros, los Bolton, no tenemos un nombre grande ni influyente -respondió Tom-. Tuve una hermana menor que murió muy jovencita. Rosamund me recuerda a Mary, y he llegado a quererla como a ella. Fue su amistad con la reina la que le allanó el camino. Ya ella les contará todo, pero la reina la quería tanto que le pidió que le escribiera su correspondencia más personal. No documentos oficiales sino las cartas a su padre, a su familia, a sus amigos íntimos. Decía que Rosamund tenía muy linda letra.