– ¡Ah, cuando se lo cuente a Henry Bolton! -se regodeó Maybel.
– ¿Ha estado en Friarsgate? -preguntó lord Cambridge.
– No -respondió Edmund-. Supo que ella se había ido y escribió para pedir que le avisáramos cuando regresara.
– No lo hagas, al menos, no todavía -sugirió lord Cambridge-. Dale tiempo a Rosamund para ordenar sus asuntos con los Hepburn. Rosamund no necesita más problemas, y Henry Bolton es una gran irritación para ella -dijo, con una sonrisa. Se puso de pie-. Seguiré el sabio consejo de mi prima y me iré a la cama. Buenas noches, primos. -Salió de la sala.
– Me pregunto si no sería un buen compañero para nuestra sobrina -dijo Maybel, pensativa-. Rosamund dice que se quedará un tiempo.
– No lo creo, mujer. Es como ha dicho él. Alberga sentimientos fraternales hacia ella. Y creo que ella lo trata como lo habría hecho con su hermano. No, haz a un lado esos pensamientos, mujer. Thomas Bolton no es de los que se casan. De eso estoy convencido.
Rosamund se levantó temprano. Comió enseguida después de la misa y se dirigió rápidamente hacia la pequeña habitación privada donde tenía los registros de la finca. Quedó muy complacida al ver que todo estaba en perfecto orden. Su tío fue a informarle que ya había dado instrucciones para que reunieran las ovejas en tres grandes grupos en lugar de en pequeños rebaños.
– Ponlos en los tres prados alrededor del lago -ordenó Rosamund-. No podrán sacarlos fácilmente de allí. Y quiero que se preparen fogatas en cada uno de los tres lugares, y hombres armados con los pastores, y más perros. Los que sean atacados encenderán su fogata para alertar al resto. ¡Esos escoceses desgraciados no robarán más ovejas de Friarsgate!
Llevó todo el día mover a los muchos rebaños de ovejas de sus pasturas y reubicarlos en los prados que había indicado Rosamund. Faltaban cuatro días para la luna llena, pero la señora de Friarsgate ordenó que estuvieran todos listos para el día siguiente. Lord Cambridge, que hizo su aparición a primera hora de la tarde, quedó asombrado por la actividad y sorprendido por la autoridad de su prima. Esta era la misma mujer que se había desmayado en los brazos del rey. Su respeto por ella creció enormemente y, de pronto, se dio cuenta de que solo una mujer con semejante carácter habría sobrevivido a Enrique Tudor sin quedar destruida por él. Ella había roto la relación, sabiamente, y, por añadidura, había mantenido la amistad del rey.
Al día siguiente partieron rumbo a Claven's Carn, con el padre Mata de guía y, extrañamente, de protector, pues nadie atacaría a un sacerdote. Y menos a un sacerdote emparentado con el mismo Hepburn. Rosamund nunca había traspuesto la frontera y se sorprendió al ver que el paisaje era similar al de Friarsgate. Anduvieron varias horas bajo un cielo azul brillante, primero, con el sol en la cara y después arriba, calentándoles los hombros. Hablaron poco, aunque el sacerdote le había asegurado a Rosamund que de ninguna manera podía ser su medio hermano el que le estaba robando las ovejas.
– Claven's Carn -dijo al fin el padre Mata, señalando. Frente a ellos, sobre una colina cubierta de brezos, lo vieron. Un alcázar de piedra, oscuro y de aspecto muy viejo. Había dos torres. Se acercaron a la construcción despacio. Las puertas estaban abiertas, de modo que entraron en el patio. Para sorpresa de Rosamund, Logan Hepburn estaba allí, esperándola.
– ¿Le avisaste que veníamos? -le preguntó al sacerdote.
– Sí. No podía aparecerse sin aviso, milady, no es una buena costumbre en la frontera. Hepburn querría estar aquí, para esperar su visita, y como tiene otros asuntos que atender, le mandé avisar.
Los ojos azules se fijaron en ella. Ella lo miró con altivez desde arriba del caballo.
– He venido a decirte una cosa, Logan Hepburn. ¡Si vuelves a robarme las ovejas te haré colgar!
– Bienvenida a Claven's Carn -respondió él, sonriéndole. Estiró el brazo y la tomó firmemente de la cintura, para ayudarla a desmontar-. Estás más hermosa que nunca. Y yo no te estoy robando las ovejas.
– ¡Mientes! -le espetó ella.
Él le tomó el mentón entre el pulgar y el dedo mayor, obligándola a levantar la cabeza, para que lo mirara.
– ¡Yo no miento, señora! Ahora dime quién es ese petimetre disfrazado que te acompaña. Si es un esposo nuevo te aviso que tendré que matarlo aquí mismo.
Lord Cambridge se apeó del caballo.
– Soy su primo, señor -le dijo a Logan Hepburn. Y agregó, dirigiéndose a Rosamund-: Tienes razón, querida niña. Sus ojos son más que azules y verdaderamente bellos.
– ¡Tom!
Logan Hepburn estalló en una carcajada. Le dio una palmada en la espalda a lord Cambridge, haciéndolo trastabillar, y dijo:
– Pasen a la sala. Tengo un buen whisky que guardo para los amigos.
– ¡No voy a entrar en tu casa, maldita sea! He dicho lo que vine a decir y ahora me voy a mi casa.
Logan Hepburn sacudió con la cabeza.
– No será fácil convivir contigo -le dijo. La levantó y entró en su sala arrastrando a Rosamund, que maldecía y forcejeaba.
– ¡Suéltame, maldito bastardo escocés! ¡No quiero entrar en tu casa! ¡Quiero irme a la mía! ¡Déjame en el suelo!
Él la soltó, pero le cerró la boca con un beso. Rosamund retrocedió, y lo golpeó de manera tal que le hizo ver las estrellas. Él volvió a besarla, la rodeó con los brazos y la sostuvo con firmeza, apretándola contra su cuerpo largo y esbelto. Ella trató de escabullirse, pero él la abrazaba con fuerza. Por un momento, ella no pudo respirar, pero después consiguió apartar la cara. Él seguía abrazándola, inmovilizándola, y ella no podía pegarle.
– ¡Suéltame! -exigió ella entre dientes. Los ojos le echaban chispas.
– ¡Nunca! Tú y yo ya hemos jugado a esto, Rosamund Bolton. Te amo, aunque no sé por qué, pues eres la mujer más difícil que he visto en mi vida. Quiero que seas mi esposa. He atormentado a mi familia negándome a casarme porque no quiero a nadie más que a ti. Ahora ha llegado el momento de que nos casemos y me des un heredero, porque sé que eres capaz, y yo también, como atestiguan mis muchos hijos bastardos. No te he robado ninguna oveja. Lo único que quiero de Friarsgate es a su dueña.
– Bien -dijo ella, jadeando-. Maldito seas, Logan Hepburn, no puedo respirar si me aprietas tanto. Si no me estás robando las ovejas, entonces, ¿quién lo hace? Supongo que hay muchos escoceses para elegir.
Él aflojó el abrazo.
– Te ayudaré a encontrar a los culpables, Rosamund -le dijo, con calma-, y después tú fijarás el día para la boda, mi hermosa muchacha de cabellos rojizos.
– Yo puedo encontrar a los culpables sola. Ya les puse una trampa. Y no me casaré contigo. No pienso volver a casarme. ¡Cómo te atreves, Logan Hepburn! No soy una oveja, para que un carnero escocés me fecunde. Si quieres herederos, puedes hacérselo a alguna de las muchachas sencillas a las que les pareces tan maravilloso. ¡A mí no!
– Te quedarás a pasar la noche -replicó él, tranquilo.
– ¡Jamás! -gritó ella, apartándose de él y tirándole un golpe que él apenas pudo esquivar. El puño de Rosamund le resbaló en el hombro, y le quedó doliendo.
– ¿Por qué me conformaría con una muchachita insulsa cuando puedo tenerte a ti? Me gustan las mujeres con espíritu. Las mujeres así paren hijos e hijas impetuosos.
– No tendrás Friarsgate.
– No la quiero. Es de las hijas que tuviste con Owein Meredith. Nuestros hijos tendrán Claven's Carn, no Friarsgate.
– Ahora regresaré a mi casa -concluyó ella y le dio la espalda.
– Muy bien. Mis hombres y yo iremos con ustedes, porque no pueden viajar por la frontera tan cerca de la luna llena sin una escolta apropiada. Nos quedaremos con ustedes y los ayudaremos a atrapar a los ladrones.