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El relato francés era aún peor y sus advertencias más claras. Quien lo había redactado decía haber vivido tres siglos al lado de su Venus anónfala: tres siglos de horror, de tormento, de locura…

Tú que para tu desgracia conoces una suerte semejante a la mía, pierde toda esperanza, porque nada te salvará." Quizá resistas cien años en poder de tu hada, quizás aún un poco más… Pero cuando creas que no tienes nada que temer de ella, entonces, como si se quitara una capa de los hombros, te mostrará su verdadera naturaleza. Los placeres que te haya dado, te los hará pagar a un precio más alto que si hubieras vendido tu alma al propio Satán. El peso del océano contra las arenas del fondo de las aguas no sería mayor sobre tu pecho que el de ella cuando se tienda encima de ti y te diga una vez más: «Te amo». Entonces, desearás no haber existido nunca y le suplicarás una muerte que ella no te concederá. Buscarás ayuda, pero nadie estará allí para ayudarte. Vida y muerte te serán igualmente negadas, y los limbos chirriantes se convertirán en tu dominio eterno…

Enemigos, víctimas y discípulos

Desde que los descubrí en las polvorientas estanterías de la biblioteca de Caetano, los epyllion no dejaban de torturarme. A fuerza de releerlos me los aprendí de memoria, y cada vez que mi mente se relajaba sus frases empezaban a dar vueltas en mi cerebro en una letanía infernal. Las advertencias que dejaban caer en todos los tonos acabaron por persuadirme de que debía adoptar una actitud más desafiante ante Laüme. Hacía mucho que había bajado la guardia. Si, por cualquier razón, Laüme se volviera contra mí de repente, podría ocurrir que las armas que me había forjado en el valle de Lalish se revelaran embotadas. Pero ¿cómo restablecer mis líneas de defensa? Pensé, desde luego, en mi maestro Nuwas; pero ignorando dónde se encontraba o si estaba vivo siquiera, era un recurso al que no podía acceder. Entonces se me ocurrió la idea de acudir a Thörun Gärensen. Su Ahnenerbe era un hormiguero que reunía investigadores y especialistas de lo más variopinto. Mis esperanzas de encontrar allí a un hombre capaz de ayudarme eran escasas, pero valía la pena intentarlo. Mi petición sorprendió al noruego, y tuve que insistir y hacerme pesado para que accediera. Al fin, me condujo una noche a las oficinas de Pücklerstrasse, y escruté a conciencia las hojas de servicio de los miembros del instituto hasta que mis ojos se detuvieron sobre el dossier de un tal doctor Hezner.

– ¿Hezner? -dijo Gärensen, muy sorprendido-. ¿Quiere usted conocer al doctor Ruben Hezner?

– Eso mismo, amigo mío.

Como no sabía nada de la historia de Mose Tzadek y de Yohav, Gärensen, por supuesto, no podía entender qué motivos me inducían a conocer a ese extraño rabino. En cuanto me hallé en presencia del hombre, supe que tenía delante a un sujeto de lo más interesante. Era evidente que Hezner era algo más que un simple erudito. Desprendía un gran magnetismo y sentí que poseía dones de extralúcido. Al hilo de nuestras conversaciones, llegué a la certeza de que era del mismo temple que aquel Mose Tzadek que había estado a punto de causar la muerte de Laüme. Hezner, estaba seguro, compartía la misma fibra, el mismo poder. Sin embargo, no practicaba las artes negras. Estudiaba el simbolismo, la angeología, la cabala y la numerología en un plano estrictamente intelectual y jamás había lanzado ningún hechizo. Quise hacerle entrever las posibilidades que su naturaleza le ofrecía, pero él se irritó y rehusó cooperar, pese a no pocas amenazas y promesas. Esto me enfureció aún más si cabe, porque una prueba rudimentaria que había intentado con él se reveló extraordinariamente concluyente.

– Sólo se trata de observar con discreción a alguien por un minúsculo orificio practicado en un tabique. Nada más. Apenas durará unos segundos, pero quisiera conocer su opinión sobre la persona a la que va a ver.

Hezner aceptó y vino a mi casa. Lo instalé de manera que pudiera escrutar a Laüme, que se encontraba en su habitación. El resultado excedió mis expectativas: el hada no tardó en sentir un malestar tan vivo que cayó rodando por el suelo, babeando como una epiléptica. Cuando Hezner salió, Laüme recuperó lentamente el ánimo, pero sus rasgos descompuestos y sus ojos turbados demostraban bien a las claras que acababa de pasar por una crisis de angustia cuyo origen ni siquiera conocía. Por desgracia para mí, todas mis tentativas para ganarme la colaboración del rabino fracasaron. Estaba entregado a una misión que lo ocupaba por entero, y nada pudo apartarlo de su misterioso proyecto.

Mientras redoblaba mis esfuerzos por que Hezner se uniera a mi causa, Laüme finalizaba la preparación del fetiche protector destinado a Adolf Hitler. Cuando la estatuilla estuvo operativa, ella misma la llevó a Berchtesgaden, a la residencia privada del Führer. Encantado del trabajo realizado, éste le expresó su reconocimiento y la autorizó a proceder a la elaboración de otros guardianes sutiles para uso de sus colaboradores más cercanos. Algunas semanas más tarde, Himmler, Goebbels, Heydrich y Goering estaban provistos de protecciones del mismo tipo.

Durante mi viaje a Venecia en compañía de Gärensen, Laüme había juzgado oportuno iniciar a la pequeña Keller en algunas de nuestras prácticas. Alumna dotada y muy interesada en las artes ocultas, Ostara aprendía sus lecciones con pasión y con gran entrega. Cuando Laüme se negaba a revelarle una enseñanza, venía a mí para sonsacarme la información que esperaba. Aunque no cedía a todos sus caprichos, fui lo bastante generoso para enseñarle los mecanismos de encantamiento elementales y hacer de ella una bruja notable. La pájara era retorcida y no tenía miedo de nada. Su audacia hacía reír a Laüme, quien le contó algo de nuestra vida y la asoció al proyecto del palladium.

– Trabaja por cuenta de ese Ahnenerbe que tanto te interesa, Dalibor. Te aseguro que podemos fiarnos de ella…

Preparar un talismán para una ciudad entera se reveló una tarea agotadora. Sin embargo, fue en esa ocasión cuando el vivero de niños que constituían nuestros centros educativos mostró toda su utilidad. Ostara Keller encontró, a petición nuestra, una gran piedra negra, que hicimos instalar en el subsuelo de una vasta mansión de estilo moderno, requisada por nuestro amigo Heinrich Himmler para nosotros. Fueron necesarias numerosas horas de preparación y meditación antes de que pudiéramos practicar una serie de sacrificios destinados a hacer la piedra totalmente porosa a las influencias que la multitud vertería sobre ella a raudales durante la duración de los Juegos. Los niños a los que hicimos venir de la India y de África permanecían a la espera ante las ceremonias sangrientas previstas para los meses de abril y mayo.

La energía que debíamos consumir para estos rituales preparatorios era colosal y el esfuerzo me dejaba literalmente agotado. A Laüme, en cambio, aún le quedaban fuerzas para buscarse distracciones. Keller le había presentado a uno de sus colegas del Ahnenerbe, un joven francés pretencioso de nombre Dandeville. Laüme lo convirtió en compañero de cama por algunas noches y después se divirtió consumiéndolo a fuego lento. Dandeville, que era amigo íntimo de Gärensen, estaba a punto de perecer cuando Thörun acudió a suplicarle a Laüme que perdonara a su compañero. Entre ambos se estableció un acuerdo cuya naturaleza yo adivinaba. Thörun compró la vida de su amigo a cambio de ímprobos sacrificios. Mancillado, herido en lo más hondo de su ser, el noruego también se distanció de mí tan pronto como Laüme aflojó sus cadenas. Por desgracia, este episodio tuvo enojosas consecuencias para nuestra pareja. Yo me había confiado demasiado a Gärensen. El hada lo obligó a que le revelara los detalles de nuestro viaje a Venecia y el secreto de mi encuentro con el doctor Ruben Hezner. Cuando comprendió que yo conspiraba contra ella, Laüme entró en aquel mismo estado de cólera que la había poseído cuando intenté en vano sacrificar a Lorette y a su hijo en lugar de a Sandrine y al mío. Por un instante creí ver la silueta del cochero cojo regresar de entre los muertos para arrojarme bajo los puentes de París. Pero Laüme hizo amainar su furia con rapidez. Quizá pensaba que no era el momento adecuado para una ruptura definitiva. Los rituales de activación del palladium sólo estaban en sus inicios y ella me necesitaba para llevarlos a cabo. Fingió que sus sentimientos hacia mí mejoraban, pero yo sentía que su confianza había quedado profundamente alterada. No obstante, representamos la comedia de la reconciliación y proseguimos como si nada nuestro trabajo de grabar símbolos en la piedra.