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Tewp, por su parte, permanecía recluido. A solas consigo mismo, tampoco podía evitar las trampas que le tendía la memoria. Su pasado no le interesaba, no encontraba en él consuelo ni razones para la esperanza. Consagraba toda su energía en intentar representarse un futuro, pero esa tarea se le antojaba muy difícil, tan incierta como atravesar un océano en solitario sin compás ni brújula. En cuanto a Lemona, el mutismo de los otros no le hacía bajar la guardia. Sus únicos conocimientos sobre los Galjero se limitaban a lo que Monti le había contado. La mujer -responsable de la muerte de Gian y de Carla Monti- y su pareja eran mucho más peligrosos que el común de los mortales. No era algo que lo asombrara. Aunque había pasado la mayor parte de su existencia en las calles de Brooklyn, había visto suficientes cosas extrañas como para saber que la vida no se desarrollaba solamente en el plano visible y tangible de la materia. Los misterios existían, Bubble estaba convencido de ello. Que los Galjero formaran parte de esos misterios no le perturbaba sobremanera. Con una pistola engrasada al alcance de la mano, se sentía capaz de afrontar a los jodidos hechiceros y mangoneadores de lo oculto que se cruzaran en su camino, por muy poderosos que fueran. Hombre prudente entre los prudentes, sabía que la reflexión -o, en otros casos, la ausencia total de reflexión- es la conducta más sabia cuando los acontecimientos se complican más allá de cierto límite. Por eso, en vez de abandonarse a los remordimientos o a los sueños, como Tewp y don Monti, Lemona prefería emplear aquellas horas de soledad forzada en preparar el terreno sobre el que pronto tendría lugar el enfrentamiento con Dalibor Galjero. Martillo en mano y con unos clavos entre los labios, se dedicó en primer lugar a tapiar la mayor parte de las puertas interiores y a bloquear las ventanas, dejando libre sólo la entrada principal. Apiló muchos muebles en un cobertizo, dejando las habitaciones vacías de manera que nadie pudiera esconderse. Ocultó reservas de munición bajo tablas del suelo y en finas repisas. Dispuso al azar botellas de gasolina taponadas con mechas de tela y ató a sus pantorrillas dos cuchillos de cocina. Terminados estos preparativos, se dejó caer en un sofá en la planta baja. Abrió una botella de whisky comprada en un colmado del bazar y, eufórico, se bebió la mitad a sorbitos antes de caer en un sueño pesado, nebuloso, poblado de sombras, en el que distinguía a veces el rostro travieso y las curvas suaves de la exuberante Natasha.

Lo despertó Garance. Ya era de noche, y la francesa lo necesitaba para la sesión de espiritismo que se proponía llevar a cabo. Lemona fue a la cocina a prepararse dos crostata para alimentarse, y regresó fresco y dispuesto. Monti lo esperaba. Tewp, que no quería tomar parte en la sesión, se quedó en su habitación, con las sienes oprimidas por dolores intensos. Así pues, los otros tres se sentaron en torno a un pequeño velador y juntaron las manos.

– Cierren los ojos -les ordenó madame de Réault-. No piensen en nada. Sobre todo, pase lo que pase, no intervengan.

Monti y Lemona asintieron. Réault inspiró profundamente y se concedió una pequeña pausa. No era una espiritista experimentada y siempre había evitado el comercio con las almas errantes que pueblan los limbos. Esa repulsión se había originado cuando, de niña, había franqueado a hurtadillas la puerta del salón donde su madre hacía girar las mesas en compañía de Camille Flammarion. El ilustre astrónomo, discípulo ferviente de Alian Kardec [7], se encontraba en trance, los ojos vueltos y las mejillas colgantes como las de un viejo senil, mientras que una sombra blanca flotaba ante él. Aquella visión había impresionado profundamente a la niña que era Garance. Desde aquel día no la había abandonado la repugnancia por esos ecos de seres difuntos a los que la gente llama «fantasmas».

Por fin, tras hacer acopio de valor, la vieja dama empezó a concentrarse de manera conveniente para llamar al residuo psíquico conectado a los despojos de Nuwas. La médium era poderosa, y el espectro estaba deseando ser convocado. Se encontraba allí, no lejos de los restos del yazidi; había advertido que se reclamaba su presencia, y entró en la casa. Su llegada provocó un abrupto descenso de temperatura en la estancia; fue como si el invierno llegara de repente. Por fin, él mismo apareció.

Garance lo interpeló en persa.

– ¿Eres tú lo que queda de Nuwas? -preguntó, estremecida.

– Yo soy -afirmó el ectoplasma.

– ¿Puedes ver tu pasado?

– Veo mi pasado tan claramente como si lo estuviera viviendo. Siento mi caballo de batalla entre las piernas. Siento el peso de mi larga cota de mallas en mis hombros de adolescente y mi lanza de fresno en el puño. Veo los ejércitos de Trajano avanzar y el águila romana extender sus alas sobre mi viejo país entre ríos. Siento la mano de un hada pasar en torno a mi talle y penetro en las estrechas torres sembradas por los yazidis en los confines del valle de Lalish… Vuelvo a ver los rostros de los que acudieron a mí como discípulos dóciles ante un maestro muy sabio. Recuerdo el nombre de cada uno de ellos.

– ¿Dalibor Galjero está entre ellos?

– Sí. Ocupa el primer rango.

– ¿Lo ves en el día de hoy? ¿Puedes decirme dónde se encuentra en este momento en que estamos hablando?

– Lo veo. Lo sé todo de él. Sobre todo, sé lo que él ignora…

– ¿Dónde está?

– Muy pronto lo sabrás.

Garance no insistió.

– ¿Qué sabes tú que él no sepa?

El fantasma de Nuwas hizo una pausa antes de continuar:

– El vientre de Laüme Galjero está ahora fecundado. Durante su embarazo, sus poderes se irán debilitando, y la abandonarán en el momento justo en que dé a luz. Ella lo sabe. Ella lo teme. Sus protecciones y las alianzas que ha establecido con algunas criaturas innobles se están deshaciendo. Así que busca otros apoyos para que la socorran en este período de vulnerabilidad. En este mismo instante ha hecho acudir a uno de ellos. Ese hombre va a pedirle un precio por su ayuda, un precio que ella no podrá rehusar. En el lugar donde se produzca el pago de esa deuda, Galjero podrá matar a su frawarti.

– ¿Quién es ese hombre del que habla, Nuwas? Dígame su nombre.

– Thörun Gärensen…

Monti, que no había comprendido nada de este diálogo hasta el momento, abrió instintivamente los ojos.

– ¿Qué Gärensen? -preguntó.

El espectro de Nuwas se acercó lentamente a él para decirle en su idioma:

– La mujer hada te hizo perder un hijo en otros tiempos, Luigi Monti. Pero alégrate, porque tu estancia entre sus piernas te ofrecerá otro…

Fue como si la pieza se hubiera vaciado de aire y una cúpula de hielo pesara por un instante sobre los hombros de los tres espiritistas. Bubble Lemona mantenía los ojos cerrados. En aquellos momentos, lo hubiera dado todo por poder cerrar también herméticamente sus oídos.