– No, no lo seré -le contradijo Geralt con suavidad-. Seguro que os sorprende, viejos lobos, pero he llegado a la conclusión de que es una estupidez mear con el viento de cara. Que es una estupidez jugarse el cuello por otro. Aunque te pague por ello. Y eso no tiene nada que ver con la filosofía existencial. No lo creeréis, pero, de repente, le he cogido un cariño tremendo a mi propio pellejo. He llegado a la conclusión de que sería una estupidez arriesgarlo en defensa de otros.
– Ya me había dado cuenta. -Jaskier asintió con la cabeza-. Por una parte, es algo muy sensato. Por otra parte…
– No hay otra parte.
– Yennefer y Ciri -preguntó un momento después Yarpen-, ¿tienen algo que ver con tu decisión?
– Mucho.
– Entonces todo está claro -dijo el enano, con un suspiro-. La verdad, no sé muy bien cómo te piensas mantener, siendo como eres un profesional de la espada, ni cómo tienes previsto organizar tu vida. Pero yo, por más que lo intento, no consigo verte plantando coles, por ejemplo, aunque supongo que habrá que respetar tu elección… ¡Permite, tabernero! Esta espada es un sihill de Mahakam, forjado por el mismísimo Rhundurin. Era un regalo. El obsequiado ya no la quiere, al donante no le está permitido recuperarla. Así que te pido que la cuelgues en la pared, encima de la chimenea. Cambíale el nombre a tu establecimiento, que se llame La Espada del Brujo. Que en las noches de invierno se sucedan aquí las historias sobre monstruos y tesoros, sobre guerras sangrientas y combates encarnizados, sobre la muerte. Sobre el profundo amor y la amistad inquebrantable. Sobre el coraje y el honor. Que esta espada ponga en situación a los oyentes e inspire al narrador. Y ahora servidme, señores, un poco de vodka en esta misma jarra, pues voy a seguir hablando, voy a enunciar profundas verdades y filosofías varias, entre ellas la existencial.
Las jarras se llenaron de vodka en silencio, de manera solemne. Se miraron todos a los ojos y bebieron. Con igual solemnidad. Yarpen Zigrin se aclaró la voz, miró detenidamente a sus compañeros, se aseguró de que todos estaban debidamente concentrados y serios.
– El progreso -declaró enfáticamente- iluminará las tinieblas, porque para eso está el progreso, igual que, con perdón de la expresión, el culo está para cagar. Cada vez habrá más luz, cada vez nos dará menos miedo la oscuridad y el mal que en su seno acecha. Acaso llegue el día en que sencillamente dejemos de creer que algo se oculta en las tinieblas. Y nos reiremos de esa clase de temores. Nos parecerán infantiles. ¡Nos darán vergüenza! Pero siempre, siempre existirá la oscuridad. Y siempre estará el mal en la oscuridad, siempre habrá en la oscuridad colmillos y garras, crímenes y sangre. Y siempre serán necesarios los brujos.
Se quedaron cabizbajos y meditabundos, profundamente sumidos en sus reflexiones, hasta tal punto que no prestaron atención al ruido, al estruendo que había empezado a crecer de pronto en la ciudad. Era un ruido furibundo, siniestro, que iba cobrando fuerza como el zumbido de las avispas irritadas.
Apenas advirtieron cómo por el tranquilo y solitario paseo junto al lago cruzó a la carrera una persona, luego otra, luego otra.
En un momento, mientras el griterío estallaba en la ciudad, la puerta de la fonda de Wirsing se abrió de par en par súbitamente y un enano joven irrumpió en el local. Venía sofocado del esfuerzo y apenas podía cobrar aliento.
– ¿Qué pasa? -Yarpen Zigrin levantó la cabeza.
El enano, sin reponerse aún, señaló con la mano en dirección al centro de la ciudad. Tenía la mirada perdida.
– Respira hondo -le aconsejó Zoltan Chivay-. Y cuéntanos que pasa.
Más tarde se dijo que los trágicos sucesos de Rivia habían sido un acontecimiento puramente fortuito, que se había tratado de una reacción espontánea, una repentina explosión, imposible de prever, de rabia comprensible, producto de la mutua enemistad y animadversión entre los hombres, los enanos y los elfos. Se dijo que no habían sido los humanos, sino los enanos los que habían atacado primero, que la agresión había partido de sus filas. Que un buhonero enano se había metido con Nadia Esposito, una joven de la nobleza, huérfana de guerra, y que había recurrido a la violencia contra ella. Que después, cuando los nobles salieron en defensa de su amiga, el enano llamó a sus parientes. Se entabló una pelea, que pronto se convirtió en una auténtica batalla que se extendió, en un abrir y cerrar de ojos, a todo el bazar. La batalla degeneró en una carnicería, en un ataque masivo de los humanos a la parte del arrabal ocupada por los no humanos y al barrio de Los Olmos. En menos de una hora, desde el incidente en el bazar hasta la intervención de las hechiceras, fueron asesinadas ciento setenta personas, cerca de la mitad de las cuales fueron mujeres y niños.
Tal versión de los hechos es la que recoge en su trabajo el profesor Emmerich Gottschalk de Oxenfurt.
Pero hubo algunos que sostuvieron otra cosa. ¿Cómo que espontaneidad, cómo que explosión repentina e imprevisible, si a los pocos minutos de estallar los incidentes del bazar ya había carros en las calles repartiendo armas entre los humanos? ¿De qué rabia súbita y comprensible hablaban, si los cabecillas del populacho, los más destacados y activos durante la masacre, eran personas a las que nadie conocía, llegadas a Rivia pocos días antes de los sucesos, sin que nadie supiera de dónde venían, y que desaparecieron después sin dejar rastro? ¿Por qué tardó tanto en intervenir el ejército? ¿Y por qué actuó al principio con tal parsimonia?
Otros investigadores creyeron ver en los incidentes de Rivia una provocación nilfgaardiana, y aún hubo otros que aseguraron que todo había sido urdido por los propios enanos, confabulados con los elfos. Que se habían matado entre sí para desacreditar a los humanos.
Entre las voces de los científicos más serios, pasó completamente desapercibida la teoría, muy aventurada, de cierto joven y excéntrico licenciado, quien -antes de que le hicieran callar- había afirmado que los sucesos de Rivia no obedecían a ninguna conspiración o conjura secreta, sino a los rasgos más frecuentes, más extendidos entre la población locaclass="underline" ignorancia, xenofobia, zafiedad y embrutecimiento exacerbado.
Más tarde, todo el mundo se aburrió del asunto y se dejó de hablar de él por completo.
¡A la bodega! -insistió el brujo, escuchando inquieto el estruendo y los alaridos de la chusma que se acercaba rápidamente-. ¡Los enanos a la bodega! ¡Nada de estúpidos heroísmos!
– Brujo -protestó Zoltan, apretando el mango del hacha-. Yo no puedo… Allí están cayendo mis hermanos…
– A la bodega. Piensa en Eudora Brekekeks. ¿Acaso quieres que enviude antes de la boda?
El argumento funcionó. Los enanos bajaron a la cava. Geralt y Jaskier ocultaron la entrada con una estera. Wirsing, habitualmente pálido, estaba blanco. Como el requesón.
– He visto un pogromo en Maribor -balbuceó, mirando a la entrada de la bodega-. Como los encuentren ahí…
– Vete a la cocina.
Jaskier también estaba pálido. A Geralt no le extrañaba demasiado. En medio del griterío que llegaba hasta ellos, amorfo e indistinto hasta hacía poco, empezaban a reconocerse notas individuales. Y su sonido ponía los pelos de punta.
– Geralt -gimoteó el poeta-. Yo tengo cierto parecido con los elfos…
– No seas idiota.
Nubes de humo aparecieron sobre los tejados. Un grupo de enanos venía huyendo por los callejones. Enanos de ambos sexos.
Dos de ellos, sin titubear, saltaron al lago y empezaron a nadar, chapoteando con fuerza, y avanzaron en línea recta hacia el interior. El resto se dispersó. Algunos se encaminaron hacia la fonda.
Desde los callejones llegaba el populacho. Eran más rápidos que los enanos. En aquella carrera se estaba imponiendo el ansia de matar.