– Galahad.
– ¿Sí?
– Cállate.
Él tosió, carraspeó, se calló. Callaron ambos, al tiempo que miraban al sol. Callaron durante mucho, mucho tiempo.
– ¿Dama del Lago?
– Te he pedido que no me llames así.
– ¿Doña Ciri?
– Dime.
– Venid conmigo a Camelot, oh doña Ciri. El rey Arturo, veréis, os mostrará honor y reverencia… Yo, por mi parte… Yo os amaré y honraré siempre…
– ¡Levántate ahora mismo! O mejor no. Ya que estás ahí de rodillas, restriégame los pies. Se me han enfriado terriblemente. Gracias. Eres muy amable. ¡He dicho que los pies! Los pies se terminan en los tobillos.
– ¿Doña Ciri?
– Sigo aquí.
– El sol se acerca al ocaso…
– Cierto. -Ciri se cerró las hebillas de las botas, se levantó-. Vamos a ensillar los caballos, Galahad. ¿Hay en los alrededores algún sitio donde se pueda pasar la noche? Ja, por tu gesto veo que conoces estas tierras tanto como yo. Pero no importa, pongámonos en camino, si hay que dormir a cielo abierto mejor más lejos, en el bosque. De este lago proviene… ¿Por qué miras así?
»Ajá-se imagino, al ver cómo enrojecía- ¿Te hace sonreír el pensamiento de una noche bajo los arbustos del bosque, sobre una cubierta de musgo? ¿En el abrazo de un hada? Escucha, muchacho, no tengo la más mínima gana…
Se cortó, al ver su embarazo y sus ojos brillantes. Al ver, en suma, su rostro, que verdaderamente no era feo. Algo le apretó los intestinos y la tripa, y no era el hambre.
Algo me pasa, pensó. ¿Qué me pasa?
– ¡No rufunfuñes! -casi gritó-. ¡Ensilla el alazán!
Cuando ya estaban sobre los caballos, ella le contempló y se rió con fuerza. Él la miró y en sus ojos había asombro y pregunta.
– Nada, nada -dijo ella libremente-. Sólo estaba pensando. En camino, Galahad.
Una cubierta de musgo, pensó, conteniendo la risa. Bajo los arbustos del bosque. Y yo en el papel de hada. Vaya, vaya.
– Doña Ciri…
– Dime.
– ¿Vendréis conmigo a Camelot?
Ella estiró la mano. Y él estiró la mano. Juntaron sus dedos, cabalgando uno junto al otro.
Al diablo, pensó, ¿por qué no? Me apuesto lo que sea a que en este mundo también habrá tarea para una bruja.
Porque no existe un mundo en el que no haya tarea para una bruja.
– Doña Ciri…
– No hablemos de ello ahora. Cabalguemos.
Cabalgaron en dirección a la puesta del sol. Tras ellos quedaba, oscureciéndose, el valle. Detrás de ellos quedaba el lago, el lago encantado, el lago azul y sereno como un zafiro pulido. Detrás de ellos quedaban las rocas en la orilla del lago. Y los pinos de la pendiente.
Aquello quedaba atrás.
Pero por delante de ellos estaba todo.
Nota del editor
Por razones que confiamos que se entenderán sobradamente al leerlo, hemos considerado oportuno añadir como colofón a este volumen 2 de La dama del lago el relato «Algo termina, algo comienza», cuya génesis explica Sapkowski en la introducción que el lector encontrará a continuación.
A pesar del desmentido del propio Sapkowski (cuya imagen pública le lleva a menudo a quitar hierro a la intensidad emotiva que pone en sus creaciones literarias), creemos que este relato es una excelente coda a su gran Saga de Geralt de Rivia… incluso admitiendo su carácter, por así decirlo, no canónico.
No obstante, y para que nadie se llame a engaño, advertimos de que La dama del lago, y con ella la historia de Geralt de Rivia y Ciri, la Niña del Destino, termina oficial y definitivamente en las páginas anteriores a ésta. Lo que sigue es sólo (y nada menos que) un complemento de la edición española en dos volúmenes.
El Editor
Algo termina, algo comienza
La idea de «Algo termina, algo comienza» me la inspiró, como se entiende por la dedicatoria del cuento, la noticia de la boda de cierta pareja conocida y querida por el fandom. Ja, hoy no tengo que hacer secreto alguno de que se trataba de Paulina Braiter y Pawel Ziemkiewicz1.
Por su parte, quien me animó a escribir el cuento, gloria le sea dada en este punto, fue Krzysztof Papierkowski, presidente del Club de Fantasía de Gdansk (GKF). El GKF publicaba por entonces un fanzine, El enano rojo, y Krzysztof a menudo hacía esfuerzos para conseguir textos no publicados de conocidos escritores polacos de fantasía con destino a ese fanzine. Un día me lo propuso a mí y yo, cuando acepté, decidí no sólo enlazar con la mencionada boda de fandom sino darle en general al cuento la forma de una broma, de un chiste cercano a la atmósfera de las convenciones de ciencia-ficción. De modo que hoy día sigo viéndolo como broma de convención más que como relato propiamente dicho.
Pese a las apariencias, las situaciones y los protagonistas del relato «Algo termina, algo comienza» no están relacionados en absoluto con la llamada Saga de Geralt de Rivia. No se trata de ningún final alternativo de la serie, no es tampoco, pese a ciertos rumores, un final que fuera rechazado a lo largo del proceso creativo, sustituido por otro menos alegre. No todos lo entendieron ni lo entienden. Tadeusz A. Olszanski, quien goza de gran estima entre el fandom polaco, me dijo una vez que solamente yo podía ser lo suficientemente sinvergüenza como para publicar el epílogo de una saga ¡antes incluso de haber escrito la propia saga! Incluso la persona que, podría parecer, está más enterada de todo, mi editor polaco Miroslaw Kowalski, no muy alegre a causa de la lentísima marcha de la escritura del último tomo, mostró su asombro de que todo fuera tan despacio. «Pues si ya tienes el último capítulo», dijo un día. Y el nombre de las personas a las que la tarta de boda en el epílogo de la saga dejó completamente sorprendidas es legión.
Sin embargo, el lector atento observará en «Algo termina, algo comienza» ciertos fragmentos de textos que vinculan de algún modo el cuento con la saga. Se trata de una prueba decisiva de que la Saga de Geralt de Rivia fue escrita siguiendo un plan preciso y que, pese a las habladurías, no fue escrita caóticamente como si se tratara del desarrollo de un juego de rol que se termina cuando el autor empieza a aburrirse. Basta con comparar las fechas: «Algo termina, algo comienza» fue escrita al final de 1992, y apareció en El enano rojo en 1993. El primer tomo de la saga propiamente dicha, La sangre de los elfos, se publicó en 1994. Sin embargo, el último tomo, en el que se habla de la masacre en las escaleras durante la que los cabellos de Ciri se vuelven blancos, fue escrito y publicado en 1999.
Andrzej Sapkowski
A todos los recién casados y especialmente a dos de ellos
I
El sol se colaba con sus tentáculos de fuego por las rendijas de las contraventanas, atravesaba la habitación con oblicuos rayos de luz que palpitaban a causa del polvo que flotaba en el espacio y derramaba manchas claras sobre el suelo y las pieles de oso que lo cubrían. Uno de sus destellos se reflejó cegador en la hebilla del cinturón de Yennefer.
El cinturón de Yennefer yacía sobre un zapato de tacón. El zapato de tacón yacía sobre una camisa blanca con volantes y la camisa blanca yacía sobre una falda negra. Una media negra colgaba del brazo de un sillón, labrado en forma de cabeza de quimera. La otra media y el otro zapato no se veían por ningún lado. Geralt suspiró. A Yennefer le gustaba desnudarse deprisa y con pasión. Tenía que empezar a acostumbrarse a ello. No le quedaba otra salida.
Se levantó, abrió las contraventanas, echó un vistazo. Una neblina surgía de un lago sereno como la superficie de un espejo, las hojas de los abedules y los alisos ribereños brillaban cubiertas de rocío, los prados más lejanos estaban ocultos por una niebla densa y baja que colgaba como una tela de araña justo por encima de la punta de la hierba.