El cielo de la noche, sin nubes, claro a causa de la luna y las estrellas. La cima de una montaña, en sus faldas unas viñas cubiertas de nieve. El oscuro y anguloso dibujo de una construcción: muros con almenas, una torre, un único beffroi en una esquina. Dos jinetes. Ambos cabalgan hacia el espacio desierto entre los muros, ambos desmontan, ambos entran en el portal. Pero en la abertura del sótano que hay en el suelo no entra más que uno.
Uno que tiene los cabellos completamente blancos.
Condwiramurs gimió en sueños, se agitó en la cama.
El de los cabellos blancos baja por las escaleras, profundo, profundo, hacia el sótano. Atraviesa oscuros corredores, los ilumina de vez en cuando encendiendo teas provistas de un mango de hierro. El brillo de la tea baila y crea fantasmagóricas sombras por las paredes y los techos.
Pasillos, escaleras, otra vez pasillos. Una galería, una cripta grande, unas cubas junto a las paredes. Una escombrera, ladrillos destrozados. Luego un pasillo que se bifurca. En ambas direcciones, oscuridad. El de los cabellos blancos enciende otra tea. Saca la espada de una vaina a la espalda. Vacila, no sabe por qué bifurcación ha de ir. Por fin se decide por la derecha. Muy oscura, retorcida, llena de escombros.
Condwiramurs gime en su sueño, un miedo cerval se apodera de ella. Sabe que el camino que ha elegido el de los cabellos blancos lo conduce hacia el peligro. Pero sabe al mismo tiempo que el de los cabellos blancos busca el peligro. Porque es su profesión.
La adepta se agita entre las sábanas, gime. Es una soñadora, sueña, está en un trance oniroscópico, de pronto es capaz de predecir lo que va a pasar dentro de un instante. Cuidado, quiere gritar, aunque sabe que no conseguirá gritar. ¡Cuidado, date la vuelta!
¡Ten cuidado, brujo!
El monstruo atacó en la oscuridad, por la espalda, en silencio, con malignidad. Se materializó de pronto entre las tinieblas como un fuego que explota. Como una lengua de fuego.
Capítulo 3
Al alba, cuando el gavilán se agita movido de placer y de nobleza, brinca el tordo y alegremente grita recibiendo a su amada en la maleza, ofreceros quiero, y por hacerlo vibro impaciente, lo dulce a aquél que ama. Sabed que Amor lo ha escrito ya en su libro. Éste es el fin para el que Dios nos llama.
Francois Villon (versión de Rubén Abel Reches)
Aunque se apresuraba tanto, aunque tanta prisa tenía, tanta urgencia y tanto apremio, el brujo se quedó en Toussaint casi todo el invierno. ¿Por qué causa? No hablaré de ello. Sucedió y basta, no hay por qué andar quebrándose la cabeza. Y a aquéllos que por su parte quisieran censurar al brujo, les recordaré que el amor no sólo tiene un nombre y no juzguéis y no seréis juzgados.
Jaskier, Medio siglo de poesía.
Those were the… days of good hunting and good sleeping.
Rudyard Kipling
El monstruo atacó desde la oscuridad, a traición, en silencio y con alevosía. Se materializó de pronto entre las tinieblas como un estallido ardiente. Como una lengua de fuego. Geralt, aunque sorprendido, reaccionó instintivamente. Se giró en un quiebro, apretándose contra la pared de la mazmorra. La bestia pasó de largo, rebotó en el muro como una pelota, agitó las alas y volvió a saltar, siseando y abriendo su horrible pico. Pero esta vez el brujo estaba preparado.
Lanzó un corto golpe, desde el codo, apuntando al cuello, bajo un gran collarín rojo, dos veces mayor que el de un pavo. Acertó. Sintió cómo cortaban la hoja de plata. El ímpetu del golpe derribó a la bestia en el suelo, junto al muro. El skoffin aulló y fue aquél un grito casi humano. Se arrojó por entre los desconchados ladrillos, agitó y movió las alas, sangrando, segando a su alrededor con una cola como un látigo. El brujo estaba seguro de que ya había terminado la lucha, pero el monstruo le dio una desagradable sorpresa. Se le echó de improviso a la garganta, lanzando horribles chirridos, mostrando las garras y chasqueando el pico. Geralt saltó, rebotó con el hombro contra la pared, lanzó un revés, desde abajo, aprovechando el impulso del rebote. Acertó. Otra vez el skoffin cayó entre los ladrillos, una sangre fétida regó la pared de la mazmorra y se derramó por ella formando un diseño de fantasía. El monstruo, golpeado en el salto, no se movía ya, tan sólo temblaba, chirriaba, estiraba el largo cuello, inflaba la garganta y agitaba el collarín. La sangre brotaba con celeridad desde los ladrillos entre los que yacía. Geralt lo podría haber rematado sin problema, pero no quería destrozar demasiado la piel. Esperó con serenidad a que el skoffin se desangrara. Se alejó unos pasos, se puso frente a la pared, se desabrochó los pantalones y echó una meada mientras silbaba una nostálgica melodía.
El skoffin dejó de chirriar, se quedó inmóvil y enmudeció. El brujo se acercó, lo tocó ligeramente con la punta de la espada. Al ver que ya había acabado todo, agarró al monstruo por la cola y lo alzó. Al sujetarlo por la base de la cola a la altura del muslo, el skoffin alcanzaba con su pico de buitre la tierra, sus alas extendidas tenían más de cuatro pies de envergadura.
– Ligero eres, gallolisco. -Geralt agitó a la bestia, que, efectivamente, no pesaba más que un pavo bien alimentado-. Ligero. Por suerte me pagan por pieza y no al peso.
– La primera vez. -Reynart de Bois-Fresnes silbó bajito entre dientes, lo que, como Geralt sabía, era la expresión de mayor asombro que podía ofrecer-. La primera vez que veo algo así con mis propios ojos. Un verdadero engendro, por mi honor, el mayor engendro de todos los engendros. ¿Así que éste es el tan famoso basilisco?
– No. -Geralt alzó al monstruo un poco más alto, para que el caballero pudiera contemplarlo mejor-. No es un basilisco. Se trata de un gallolisco.
– ¿Y cuál es la diferencia?
– Una esencial. El basilisco, también llamado regulo, es un reptil. Y el gallolisco, también llamado skoffin o cocatriz, es un ornitorreptil, es decir ni del todo pájaro ni del todo lagarto. Es el único representante conocido del género que los científicos llaman ornitorreptiles, puesto que tras largas disputas llegaron a la conclusión de que…
– ¿Y cuál de los dos -le interrumpió Reynart de Bois-Fresnes, al parecer sin interesarle las discusiones de los científicos- puede matar o convertir en piedra con la mirada?
– Ninguno. Eso son cuentos.
– ¿Entonces por qué la gente les tiene tanto miedo? Éste no es grande. ¿De verdad es tan peligroso?
– Éste de aquí -el brujo hizo removerse a su botín- ataca por lo general por la espalda y apuntando sin error entre las vértebras o bajo el riñón izquierdo, a la aorta. Por lo general suele ser suficiente un golpe de pico. Y si se trata del basilisco, entonces da igual donde pique. Su veneno contiene la neurotoxina más potente que se conoce. Mata en cuestión de segundos.
– Brrr… Y dime, ¿a cuál de ellos se le puede liquidar con ayuda de un espejo?
– A cualquiera de los dos. Si le das con él en toda la testa.
Reynart de Bois-Fresnes se rió a carcajadas. Geralt ni sonrió, el chiste del basilisco y el espejo ya le había dejado de hacer gracia en Kaer Morhen, sus maestros ya lo habían desgastado. Tampoco le resultaban ya muy divertidos los chistes de vírgenes y unicornios. Pero el record de la estupidez y el primitivismo lo tenían en Kaer Morhen los numerosos chistes acerca de la dragona a la que el joven brujo, por una apuesta, se veía obligado a estrechar la derecha.
Sonrió. Por los recuerdos.
– Te prefiero cuando sonríes -dijo Reynart, mirándolo con mucha atención-. Mil, cien mil veces te prefiero como ahora. No como eras entonces, en octubre, después de aquella decepción en el Bosque de los Druidas, cuando íbamos a Beauclair. Entonces, permíteme decirlo, estabas triste, amargado y enojado con el mundo como un usurero al que han estafado, y para colmo, susceptible como un hombre que durante toda la noche no ha llegado a nada. Ni siquiera al amanecer.