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– ¡Esperad! -Yennefer se quitó la diadema y la estrelló contra el suelo-. ¡Os teleportaremos! ¡Será más rápido! ¡Dorregaray, Triss, Radcliffe! Dadme la mano…

Todos se quedaron callados y luego gritaron. En la puerta de la capilla estaba de pie el rey Herwig, mojado pero entero. Junto a él había un muchacho jovencito con la cabeza pelada, con una armadura brillante de extraño modelo. Y detrás de ellos entró Ciri, chorreando agua, manchada de barro, desgreñada, con Gveir en la mano. En la parte delantera de su mejilla, desde la sien hasta la barbilla, le corría un corte hondo y horrible que sangraba con fuerza a través de un pedazo de manga que se había apoyado en ella.

– ¡Ciri!

– Lo he matado -dijo de forma casi ininteligible la brujilla-. Le he destrozado la cabeza.

Desfalleció. Geralt, Eskel y Jaskier la sujetaron, la alzaron. Ciri no soltó la espada.

– Otra vez… -balbuceó el poeta-. Otra vez le han dado en la cara… Qué puta mala suerte tiene esta muchacha…

Yennefer gimió con fuerza, se acercó a Ciri, desplazó a Jarre, quien con su única mano sólo entorpecía. Sin importarle que la sangre mezclada con fango y agua podía manchar y destruir su vestido, la hechicera apoyó un dedo en el rostro de la brujilla y gritó un hechizo.

A Geralt le dio la impresión de que todo el castillo temblaba y de que el sol se había apagado por un segundo.

Yennefer retiró la mano del rostro de Ciri y todos lanzaron una exclamación de asombro. La terrible herida se había reducido hasta convertirse en una fina línea roja marcada por algunas pequeñas gotas de sangre. Ciri quedó colgada en los brazos que la sujetaban.

– Bravo -dijo Dorregaray-. Mano de maestro.

– Mis reconocimientos, Yen -dijo Triss con la voz sorda mientras Nenneke lloraba.

Yennefer sonrió, puso los ojos en blanco y se desmayó. Geralt consiguió agarrarla antes de que cayera a tierra, blanda como una cinta de terciopelo.

XII

– Tranquilo, Geralt -dijo Nenneke-. Sin nervios. Ahora se le pasará. Se ha quedado sin fuerzas y eso es todo, y para colmo la emoción… Ella quiere mucho a Ciri, ya sabes.

– Lo sé. -Geralt alzó la cabeza, miró al mozalbete de la armadura brillante que estaba de pie junto a la puerta de la habitación-. Escucha, hijo, vuelve a la capilla. Aquí no hay nada para ti. Y así, entre nosotros, ¿quién cono eres?

– Soy… Soy Galahad -murmuró el caballerete-. ¿Puedo…? ¿Estaría mal que preguntara cómo está esa hermosa y valiente doncella?

– ¿Cuál? -El brujo sonrió-. Hay dos, las dos hermosas, las dos valientes y las dos doncellas, aunque una lo es todavía por casualidad. ¿A cuál te refieres?

El mozalbete se ruborizó visiblemente.

– A la… más joven… -dijo-. A aquélla que se lanzó sin dudarlo a salvar al Rey Pescador.

– ¿A quién?

– Se refiere a Herwig -dijo Nenneke-. El girador atacó la barca en la que Herwig y Loki estaban pescando. Ciri se lanzó sobre el girador y este jovencito, que se encontraba por casualidad en los alrededores, se apresuró a ayudarla.

– Ayudaste a Ciri. -El brujo miró al caballerete con mayor atención y acentuada simpatía-. ¿Cómo te llamas? Lo he olvidado.

– Galahad. ¿Es esto Avalon, el castillo del Rey Pescador?

La puerta se abrió, salió Yennefer por ella, algo pálida, apoyada en Triss Merigold.

– ¡Yen!

– Vamos a la capilla -anunció la hechicera con voz débil-. Los invitados están esperando.

– Yen… Podemos retrasar…

– ¡Voy a ser tu mujer aunque se me lleven todos los diablos! ¡Y lo voy a ser ahora!

– ¿Y Ciri?

– ¿Qué pasa con Ciri? -La brujilla salió de detrás de Yennefer, embadurnándose de glamarye la mejilla sana-. Todo está bien, Geralt. Ni siquiera sentí este arañazo estúpido.

Galahad, con la armadura tintineando y chirriando, se arrodilló o, mejor dicho, se echó sobre una rodilla.

– Hermosa señora…

Los grandes ojos de Ciri se hicieron incluso mayores.

– Ciri, permíteme -dijo el brujo-. Éste es el caballero… humm… Galahad. Ya os conocéis. Te ayudó cuando luchabas con el girador.

Ciri se cubrió de rubor. El glamarye comenzaba a actuar, así que el rubor aquél era verdaderamente encantador y la herida casi no se veía.

– Señora -balbuceó Galahad-, concededme una merced.Permitid, oh hermosa, que a los pies vuestros…

– Me apuesto el cuello a que ahora va a querer ser tu caballero, Ciri -dijo Triss Merigold.

La brújiila se puso las manos a la espalda y bufó ruidosamente, sin decir nada.

– Los invitados están esperando -interrumpió Yennefer-. Galahad, veo que no sólo eres valiente sino también atento. Has luchado hombro con hombro junto a mi hija, así que le prestarás tu brazo durante la ceremonia. Ciri, deprisa, ponte el vestido. Geralt, peínate y métete la camisa dentro de los pantalones, que se te ha salido. ¡Quiero veros a todos en la capilla dentro de diez minutos!

XIII

La boda fue todo un éxito. Las señoras y señoritas lloraron gremialmente. La ceremonia la dirigió Herwig, quien aunque abdicado, era un rey. Vesemir de Kaer Morhen y Nenneke interpretaron el papel de padres de los novios y Triss Merigold y Eskel hicieron de testigos. Galahad llevó del brazo a Ciri y Ciri se ruborizó como un clavel.

Los que portaban espada hicieron un arco con ellas. Los amigos de Jaskier rasguearon los laúdes y las zanfonas y cantaron una canción especialmente compuesta para aquella ocasión y en el estribillo les ayudaron la pelirroja hija de Zywiecki y la sirena Sh'eenaz, muy famosa por su bonita voz.

Jaskier pronunció un discurso, deseó felicidad a los recién casados, suerte y sobre todo una noche de bodas con éxito, por lo que recibió un puntapié de Yennefer en las espinillas.

Luego todos se agolparon en la sala del trono y rodearon las mesas, Geralt y Yennefer, con la mano aún enlazada con un trozo de terciopelo, se sentaron en la cabecera, desde donde repartieron sonrisas y brindis.

Los invitados, que en su mayor parte habían alborotado y jaraneado la noche anterior, banquetearon con aire estático y distinguido y durante un tiempo asombrosamente largo nadie se pilló una cogorza. La excepción inesperada fue Jarre el Manco, al que le colmó el vaso de lo que podía aguantar ver a Ciri ardiendo de rubor bajo la mirada mantecosa de Galahad.

Tampoco nadie desapareció, si descontamos a Lola, a la que sin embargo se encontró al poco debajo de la mesa, durmiendo como un perrillo.

A los fantasmas del castillo de Rozrog la noche anterior también les debió de haber dejado su huella, porque no dieron señales de vida.

La única excepción la constituyó un esqueleto que llevaba colgando restos de un sudario. El esqueleto surgió de improviso del suelo a espaldas de Agloval, Zywiecki y Myszowor. Sin embargo, el príncipe, el barón y el druida estaban sumidos en una discusión sobre política y no hicieron caso de la aparición. El esqueleto se enfadó por la falta de atención, continuó a lo largo de la mesa y se puso a chasquear los dientes junto a la oreja de Triss Merigold. La hechicera, que estaba tiernamente apretada contra el hombro de Eskel de Kaer Morhen, alzó graciosamente la blanca manita y estiró los dedos. Los perros se encargaron de los huesos.

– Que la gran Melitele os ayude, queridos míos. -Nenneke besó a Yennefer y chocó su jarra con la copa de Geralt-. Os ha costado un porrón de tiempo, pero al fin estáis juntos. Me alegro muchísimo, pero espero que Ciri no tome ejemplo de vosotros y que si encuentra a alguien no vacile durante tanto tiempo.

– Parece -Geralt señaló con un movimiento de cabeza a Galahad, que tenía la vista fija en la brujilla- que ya ha encontrado a alguien.

– ¿Te refieres a ese bicho raro? -se burló la sacerdotisa-. Oh, no. No habrá pan de estos trigos. ¿Lo has visto bien? ¿No? Pues