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entonces mira lo que hace. Ni que estuviera clavado con Ciri y sin descanso sólo mira y manosea todas las jarras y vasos que hay en la mesa. Tú mismo habrás de reconocer que no es un comportamiento especialmente normal. Le extraña tanto la muchacha que la mira como si fuera un cuadro. Jarre es otra cosa. Un muchacho razonable, sólido…

– Tu sólido y razonable Jarre justamente acaba de caer bajo la mesa -le interrumpió Yennefer con desapego-. Basta ya, Nenneke. Ciri se acerca.

La brujilla de cabellos cenicientos se sentó en el lugar que Herwig había dejado libre y se apretó con fuerza a la hechicera.

– Me voy -dijo en voz baja.

– Lo sé, hija.

– Galahad… Galahad… se va conmigo. No sé por qué. Pero tampoco se lo puedo prohibir, ¿no es verdad?

– Verdad. ¡Geralt! -Yennefer alzó los ojos que ardían de cálido violeta hacia su marido-. Date una vuelta por la mesa, habla con los invitados. Te permito que bebas. Una jarra. Pequeña. A mí me gustaría hablar aquí con mi hija de mujer a mujer.

El brujo dio un suspiro.

Se iba haciendo cada vez más alegre en la mesa. La compaña de Jaskier cantaba canciones y para colmo del tipo que hacían que a Anica, la hija del alcalde Caldemeyn, se le pusieran rojas las mejillas.

El dragón Villentretenmerth, bastante achispado, abrazaba al todavía más achispado doppler Tellico y lo convencía de que transformarse en el príncipe Agloval con objeto de sustituirlo en la cama de la sirena Sh'eenaz sería una falta de tacto.

Las taheñas hijas de Zywiecki daban todo de sí para gustarles a los legados reales, y los legados reales intentaban de los modos más diversos imponer a las dríadas, lo que al final provocó un verdadero pandemónium. Yarpen Zigrin, sorbiendo por su roma nariz, le explicaba a Chireadan que cuando era niño soñaba con ser elfo.

Myszowor gritaba que el gobierno no iba a seguir y Agloval que al contrario. Nadie sabía de qué gobierno se trataba. Herwig le contaba a Gardenia Biberveldt acerca de una carpa enorme que había sacado con una caña que tenía un sedal hecho con un solo pelo de caballo. La mediana asentía soñolienta, de vez en cuando gritaba a su marido que dejara de trasegar.

Por las galerías corrían los profetas y la domadora de cocodrilos, intentando en vano encontrar al gnomo Schuttenbach. Freya, visiblemente harta de los debiluchos hombres, bebía sin pausa con la médium de género femenino, tarea que la cual ambas abordaban una absoluta seriedad y un digno silencio.

Geralt dio la vuelta a la mesa, tropezando, poniendo la espalda para golpes gratulatorios y la mejilla para los besos gratulatorios. Por fin se acercó al lugar donde junto al abandonado por Ciri Galahad se había sentado Jaskier. Galahad, mirando la copa del poeta, hablaba, y el poeta entrecerraba los ojos y fingía interés. Geralt se puso de pie detrás de ellos.

– Así que me subí a aquella barca -decía Galahad- y navegué hacia la niebla, aunque he de reconoceros, don Jaskier, que el corazón se me había congelado de miedo… Y os reconozco que entonces dudaba. Pensé: hé aquí mi final, moriré ciertamente en esta impenetrable niebla… Y entonces salió el sol, las aguas brillaron como… como oro… Y he aquí que ante mis ojos veo… Avalon. Porque esto es Avalón, ¿no es cierto?

– No -le corrigió Jaskier, al tiempo que llenaba la jarra-. Esto es Schwemmland, lo que se puede traducir como El Pantano. Bebe, Galahad.

– Y este castillo… ¿Acaso sea el castillo de Montsalvat?

– En absoluto. Esto es Rozrog. Jamás he oído hablar, hijo, del castillo de Montsalvat. Y si yo no he oído hablar de él eso quiere decir que no existe. ¡A la salud de los novios, hijo!

– Salud, don Jaskier. Mas el rey… ¿No es él el Rey Pescador?

– ¿Herwig? Cierto, le gusta pescar. Antes le gustaba cazar, pero desde que le dejaron cojo en la batalla de Orth no puede montar a caballo. Pero no le llames Rey Pescador, Galahad, lo primero porque es una tontería y lo segundo porque puede poner triste a Herwig.

Galahad guardó silencio durante un buen rato, jugueteando con una copa medio vacía. Por fin dio un hondo suspiro, miró a su alrededor.

– Tenéis razón -susurró-. No es más que una leyenda. Un

cuento. Una fantasía. Hablando en plata: una mentira. En vez de Avalón, un simple Pantano. Y en ningún lugar la esperanza…

– Eh -el poeta le dio un codazo-, no te amorriñes, hijo. ¿Porqué esa jodida melancolía? Estás en un bodorrio, diviértete, bebe, canta. Eres joven, tienes toda la vida por delante.

– La vida -repitió el caballero pensativo-. ¿Cómo es eso, don Jaskier? ¿Algo comienza, algo termina?

Jaskier le lanzó una mirada rápida y atenta.

– No lo sé -dijo-. Pero si yo no lo sé, entonces nadie lo sabe. En conclusión: nada se termina y nada comienza.

– No entiendo.

– No necesitas entender.

Galahad reflexionó de nuevo, la frente se le arrugó.

– ¿Y el Grial? -preguntó por fin-. ¿Qué pasa con el Grial?

– ¿Qué es el Grial?

– Algo que se busca. -Galahad posó sobre el poeta sus ojos soñadores-. Algo que es lo más importante. Algo sin lo que la vida pierde sentido. Algo sin lo que se es incompleto, inconcluso, imperfecto…

El poeta abrió los labios y miró al caballero con su famosa mirada, una mirada en la que la arrogancia se mezclaba con una alegre simpatía.

– Toda la tarde -dijo- has estado sentado junto a tu Grial, cordero.

XIV

Hacia la medianoche, cuando los invitados comenzaron a bastarse por sí solos, y Geralt y Yennefer, libres del ceremonial, pudieron mirarse tranquilamente a los ojos, las puertas se abrieron con un estampido y entró en la sala el bandolero Vissing, conocido comúnmente por el pseudónimo de Paf-Paf. Paf-Paf medía unos dos metros, tenía una barba hasta la cintura y la nariz de la forma y el color de un boniato. El bandolero llevaba a un hombro su famosa maza Pajita y al otro un enorme saco.

Geralt y Yennefer conocían a Paf-Paf desde hacía mucho tiempo.

Sin embargo, ninguno de ellos había pensado en invitarlo. Se trataba evidentemente de obra de Jaskier.

– Bienvenido, Vissing -dijo la hechicera con una sonrisa-. Muchas gracias por acordarte de nosotros. Toma asiento.

El bandolero hizo una distinguida reverencia, apoyándose en Pajita.

– Muchos años de felicidad y un montón de crios -anunció con fuerte voz-. Eso es lo que sus deseo, amigos. ¡Cien años de felicidad, qué coño digo, doscientos, joder, doscientos! Ah, cuan contento estoy, Geralt y vos, doña Yennefer. Me daba a mí siempre que sus ibais a acabar casando, y eso aun cuando andabais to el día de gresca y sus ladrabais lo mismito, lo mismito que, mejorando lo presente, los perros. La puta, pero qué digo yo…

– Bienvenido, bienvenido, Vissing -dijo el brujo mientras servía vino en la jarra más grande que había por los alrededores-. Bebe a nuestra salud. ¿De dónde vienes? Corría el rumor que estabas en la trena.

– Y he salido. -Paf-Paf bebió con gusto, dio un hondo suspiro-. He salido por, joder, cómo cono lo llaman, ah, sí, caución. Y aquí, amigos, hay un regalillo para vusotros. Tomar.

– ¿Qué es? -murmuró Geralt, mirando el gran saco en el que algo se movía.

– Lo agarré por el camino -dijo Paf-Paf-. Lo pesqué en el güerto ése, ande está la moza ésa en pelotas, toa de piedra labra. Sabéis, ésa que está toa caga de palomas…

– ¿Qué hay en ese saco?

– Un diablo, por así decirlo. Lo agarré pa vosotros, como regalo. ¿Tenéis aquí una casa de fieras, no? Pues lo disecáis y lo llenáis de paja, y así se asombrarán vuestros güéspedes. Vaya un ganao listo, el tal diablo, ya sus digo. Va y dice que se llama Schuttenbach.

Andrzej Sapkowski

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