– ¿De verdad era así?
– De verdad. Así que no te asombres de que te prefiera como ahora. Cambiado.
– Terapia mediante el trabajo. -Geralt de nuevo agitó al gallolisco que tenía agarrado por la cola-. El influjo salvador de la actividad profesional sobre la psiquis. De modo que para continuar con la curación, pasemos a los negocios. Existe una posibilidad de sacar algo más del skoffin que la tarifa concertada por su muerte. No está muy daña do, así que, si tienes un cliente para rellenarlo o disecarlo, no aceptes menos de doscientos. Si fuera necesario operar en partes, recuerda que las plumas más valiosas son las de por encima de la cola, sobre todo éstas, los timones centrales. Se las puede afilar mucho más que a las de ganso, escriben muy bonito y limpio, y duran más. El escriba que sepa de lo que se trata te dará sin dudar cinco por pieza.
– Tengo clientes para disecar el cuerpo -sonrió el caballero-. El gremio de los toneleros. Han visto en Castel Ravello ese bicho disecado, sí, ese streblocero, o como se llame… Sabes cuál. Ése que se coló el segundo día después de Saovine en las mazmorras de las ruinas del castillo viejo…
– Me acuerdo.
– Bueno, pues los toneleros vieron la bestia disecada y me pidieron algo de parecida rareza para decorar su casa gremial. El gallolisco vendrá que ni pintado. Los toneleros de Toussaint, como te puedes imaginar, son un gremio que no puede quejarse de falta de trabajo, y gracias a ello son prósperos, por lo que darán sin pensar doscientos veinte. Puede que hasta más, intentaré regatear. Y en lo que se refiere a las plumas… Los barrileros no se van a enterar si le sacamos algunas plumas del culo al gallolisco y se las vendemos a la chancillería condal. La chancillería no paga de su propio bolsillo, pero de la caja condal pagará, sin regateo, no ya cinco sino diez por cada pluma.
– Me inclino ante tu agudeza.
– Nomen ornen. -Reynart de Bois-Fresnes sonrió todavía más-. Mamá debió de presentir algo cuando me cristianó con el nombre del astuto zorro protagonista del ciclo de fábulas por todos conocido.
– Debieras ser mercader y no caballero.
– Debiera -se mostró de acuerdo el caballero-. Pero en fin, si has nacido hijo de un señor blasonado, serás señor blasonado y morirás señor blasonado, habiendo engendrado, je, je, je, blasonados señores. No hay nada que hacer, ni aunque revientes. Aunque tú tampoco te las apañas mal, Geralt, y sin embargo no cultivas el mercadeo.
– No, no lo cultivo. Por similares razones que las tuyas. Con la única diferencia de que yo no engendro nada. Salgamos de estas mazmorras.
En el exterior, junto a los muros de la pequeña fortaleza, les envolvió el frío y el viento de las colinas. Era una noche clara, no había nubes en el cielo preñado de estrellas, la luz de la luna se derramaba sobre la límpida nieve nueva que cubría los viñedos. Los caballos que habían dejado atados les saludaron con un bufido.
– Convendría -dijo Reynart mirando al brujo significativamente- ir a ver de inmediato al cliente y cobrar. Pero tú seguramente tienes prisa por llegar a Beauclair, ¿no? ¿A cierta alcoba?
Geralt no respondió puesto que a tales preguntas no respondía por principio. Ató firmemente el skoffin al rocín de reserva y montó en Sardinilla.
– Vamos a ver al cliente, la noche todavía es joven y yo tengo hambre. Y me apetecería beber algo. Vamos a la ciudad. Al Faisán.
Reynart de Bois-Fresnes sonrió, arregló el escudo ajedrezado con colores sangre y oro que colgaba del arzón, se encaramó a su alta silla.
– Como queráis, caballero. Vayamos entonces al Faisán. Va, Bucéfalo.
Fueron al paso por una pendiente nevada, hacia abajo, hacia el camino real, claramente marcado por hileras de escasos álamos.
– Sabes, Reynart -dijo de pronto Geralt-. Yo también te prefiero así, como ahora. Hablando normalmente. Entonces, en noviembre, hablabas de una forma estúpida y enervante.
– Por mi honor, brujo, era un caballero andante -se rió Reynart de Bois-Fresnes-. ¿Lo has olvidado? Los caballeros siempre hablan como estúpidos. Es un símbolo, como este escudo. Gracias a él, como gracias a los colores del escudo, nos reconocemos los hermanos.
– Por mi honor -dijo el Caballero del Ajedrez-, os turbáis sin necesidad, don Geralt. Vuesa compañía a ciencia cierta se halla ya sana y salva, sobre seguro que cabalmente han olvidado todas las penurias. La señora condesa tiene galenos palaciegos en profusión, capaces de curar toda dolencia. Por mi honor, no hay más de qué platicar.
– Soy de la misma opinión -dijo Regis-. Alíviate, Geralt, pues también los druidas trataron a Milva…
– Y los druidas saben de curaciones -le interrumpió Cahir-. Cuya prueba más fehaciente es mi propia testa descalabrada por el hacha del minero, ahora, mirad, casi como nueva. Milva también estará bien, no hay por qué mortificarse.
– Cierto.
– Más sana vuestra Milva que una manzana andará ya -repitió el caballero-. ¡Apuesto la cabeza a que seguro que estará danzando en los bailes! ¡Pasos de danza urdirá! ¡Festejará! En Beauclair, en el palacio de la señora condesa Anarietta de continuo hay baile o banquete. Ja, ja, por mi honor, ahora que he cumplido mi juramento también yo…
– ¿Habéis cumplido el juramento?
– ¡La fortuna fue piadosa! Porque habréis de saber que hice un juramento, y no uno cualquiera sino a las garzas. En la primavera. Juré que habría de aprehender a quinientos malhechores antes de Yule. Sonriome la suerte, libre estoy de tal juramento. Ya puedo beber, y comer ternera. Ajá, y tampoco he de esconder ya mi nombre. Si me permitís, me llamo Reynart de Bois-Fresnes.
– Con mucho gusto.
– En lo referente a los tales bailes -dijo Angouléme, espoleando al caballo para igualarse a ellos-, me pienso que tampoco a nosotros nos faltará el comercio y el bebercio, ¿no? ¡Y de buena gana también me echaría un baile!
– Por mi honor que en Beauclair de todo habrá -aseguró Reynart de Bois-Fresnes-. Bailes, banquetes, francachela, comilonas y veladas poéticas. Sois al fin y al cabo amigos de Jaskier… Quise decir, del vizconde Julián. Y del tal es gran devota nuestra señora condesa.
– ¡Y cuánto se vanaglorió él! -dijo Angouléme-. ¿Cómo fue en verdad con los amoríos ésos? ¿Conocéis la historia, señor caballero? ¡Responded!
– Angouléme -habló el brujo-. ¿Necesitas saber eso?
– No lo necesito. ¡Pero quiero! Deja el protestamiento, Geralt. Y no refunfuñes más, que en viendo tu jeta hasta las flores mesmas del camino se avinagran. ¡Y vos, caballero, contad!
Otros caballeros errantes que iban a la cabeza de la marcha cantaban una canción caballeresca con un estribillo que se repetía una y otra vez. El texto de la canción era increíblemente estúpido.
– Esto sucediera -comenzó el caballero- hace unas buenas seis añadas… Hospedárase el señor poeta aquí todo el invierno y toda la primavera, tocaba el laúd, cantaba romances, declamaba poesía. A la sazón andaba el conde Raimundo en Cintra, en un cónclave. No se daba prisa por volver a casa porque no era un secreto que en Cintra tenía una querindonga. Y doña Anarietta y don Jaskier… Ja, Beauclair es ciertamente lugar milagroso y mágico, preñado de amoroso hechizo… Vuesa merced misma conjeturará. De algún modo trabaron entonces conocencia la condesa y don Jaskier. Antes de que cayeran en la cuenta, de verso en verso, de palabra en palabra, de halago en halago, florecitas, miraditas, suspiros… Hablando corto y maclass="underline" ambos pasaron a convicciones más cercanas…
– ¿Muy cercanas? -rió Angouléme.
– No fui yo testigo presencial -dijo el caballero con tono desabrido-. Y no es de ley repetir hablillas. Aparte de ello, como vuecencia sabrá sin duda, el amor tiene más de un nombre y de gran contingencia es decir si la convicción es muy cercana o no tanto.