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– Bueno, y puede que toba. -Malatesta le miró de hito en hito-. Sea quien fuera la toba ésta. Mas las gentes hablan que es causao porque nuestras bodegas al paecer se comunican con profundos pozos, con el centro mismo de la tierra. Muchas hay en esta tierra cavernas y abujeros…

– Como en nuestros sótanos, por no ir más lejos -habló el viñador pomeroliano de negra barba-. Estas bodegas tienen millas y adonde conduzcan no sabe nadie. Hubo quien quiso descubrir tal cosa, mas no volvió. Y también allí vieron horribles moustros. Parece. Por tal razón propondría…

– Me imagino lo que me queréis proponer -dijo el brujo con sequedad-. Y me place vuestra propuesta. Exploraré vuestras bodegas. La soldada la acordaremos según lo que me encuentre.

– No quedaréis mal -le aseguró el barbudo-. Ehem, ehem… Una cosa más…

– Decid, os escucho.

– El tal súcubo que a las noches embriaga a los maridos y los cansa… al que nuestra digna señora condesa mandaraos matar… me pienso que no haya exigencia de matarlo. Al fin y al cabo el bicho no fastidia a nadie, hablando en plata… Oh, embriaga a veces… Molesta un pelillo…

– Mas sólo a los mayores de edad -interpuso Malatesta con suma rapidez.

– De los labios, compadre, me lo habéis quitado. En fin, que el tal súcubo no perjudica a nadie. Y en los últimos tiempos como que ya no se oye nada de él. Como si os tuviera miedo a vos, señor brujo. Así que, ¿qué sentido tiene el perseguirlo? Pues a vos, señor brujo, no os falta moneda contante y sonante. Y si algo os faltara…

– Hombre, pudiera ser que algo cayera en mi cuenta del banco de los Cianfanelli -dijo Geralt con rostro pétreo-. Para el plan de pensiones brujeril.

– Así se hará.

– Y al súcubo no se le caerá ni un pelo de su rubia cabellera.

– Entonces, con los dioses. -Los dos viñadores se levantaron-. Comed en paz, no os molestaremos. Hoy es fiesta. Tradición. Y aquí, en Toussaint, la tradición…

– Lo sé -dijo Geralt-. Cosa santa.

La pandilla de la mesa de al lado volvió a montar un barullo en torno a otra de las profecías de Yule, que habían hecho con ayuda de unas bolitas moldeadas de la miga de una torta y las espinas de una carpa que se habían comido. Y bebiendo con ganas al mismo tiempo. El tabernero y las mozas se revolvían como si estuvieran metidos en agua hirviendo, corrían de acá para allá con las jarras.

*****

– El famoso súcubo -advirtió Reynart, echándose más col en el plato- fue el comienzo de la célebre serie de encargos brujeriles que aceptaste en Toussaint. Luego todo fue muy deprisa y tú ya no podías librarte de los clientes. Lo curioso es que no recuerdo cuál de las bodegas te dio tu primer encargo…

– No estabas tú. Fue al día siguiente de la audiencia con la condesa. Audiencia en la que tampoco estabas, por cierto.

– No es para asombrarse. Era una audiencia privada.

– Privada de la leche -bufó Geralt-. Participaron en ella unas veinte personas, entre las que no cuento a lacayos inmóviles como estatuas, pajes de corta edad y un bufón aburrido. Entre los que sí cuento estaban Le Goff, un chambelán de apariencia y olor de pastelero, y algunos ricachones aplastados por el peso de las cadenas de oro. Había algunos tipejos de negro, consejeros, o puede que jueces. Estaba un barón de pabellón de cabeza de toro al que había conocido en Caed Myrkvid. Estaba, cosa clara, Fringilla Vigo, una persona que a todas luces estaba muy cerca de la condesa.

»Y estábamos nosotros, toda nuestra cuadrilla, incluyendo a Milva vestida de hombre. Ja, mal me he expresado diciendo que toda nuestra compaña. No estaba Jaskier con nosotros. Jaskier, o mejor dicho el vizconde Nosé Qué, estaba sentado con las piernas abiertas en un escabel a la derecha de Su Puntiaguda Nariz Anarietta, más ancho que un pavo. Como un verdadero favorito.

«Anarietta, Fringilla y Jaskier eran las únicas personas que estaban sentadas. No se permitía sentarse a nadie más. Y yo aún me alegré de que no nos obligaran a ponernos de rodillas.

»La condesa escuchó mi relato, por suerte casi sin interrumpirme. Sin embargo, cuando conté en pocas palabras el resultado de mi conversación con los druidas, abrió los brazos con un gesto que sugería una preocupación a la vez sincera y exagerada. Sé que esto suena como algún maldito oxímoron, pero créeme, Reynart, en su caso fue precisamente así.

*****

– Ah, ah -dijo la condesa Anna Herietta, abriendo los brazos-. Habéis sembrado la inquietud en nuestras entrañas, don Geralt. En verdad os digo, la pena embarga nuestros corazones.

Sorbió su puntiaguda nariz, extendió la mano y Jaskier, al instante, puso en aquella mano un pañuelito de batista con un monograma bordado. La condesa tocó sus dos mejillas con el pañuelo ligeramente, para no retirar el maquillaje.

– Ah, ah -repitió-. ¿Así que los druidas no sabían nada de Ciri? ¿No fueron capaces de ofreceros ayuda? ¿Acaso todo vuestro esfuerzo fue en vano y huero el resultado de vuestro viaje?

– En vano con toda seguridad no -respondió él convencido-. Reconozco que contaba con conseguir de los druidas alguna información concreta o alguna pista que pudiera, aunque fuera de la forma más vaga, aclarar por lo menos por qué Ciri es objeto de una caza tan encarnizada. Sin embargo, los druidas no pudieron o no quisieron prestarme ayuda, en este aspecto, ciertamente, no conseguí nada. Mas… La voz se le quebró por un instante. No para resultar más dramático. Pensaba hasta qué punto podía ser sincero ante tamaño auditorio.

– Sé que Ciri está viva -dijo con voz seca, por fin-. Seguramente fue herida. Sigue estando en peligro. Pero vive.

Anna Henrietta suspiró, hizo uso de nuevo de su pañuelito y apretó el hombro de Jaskier.

– Os prometo -dijo- nuestra ayuda y apoyo. Quedaos en Toussaint cuanto deseéis. Habéis de saber que solíamos visitar Cintra, que conocíamos y cultivábamos la amistad de Pavetta, que conocíamos y amábamos a la pequeña Ciri. Estamos con vos de todo corazón, don Geralt. Si hace falta, tendréis la asistencia de nuestros licenciados y astrólogos. Abiertas ante vos están las puertas de nuestras bibliotecas y librerías. Encontraréis, creemos profundamente en ello, alguna pista, alguna señal o indicación que os muestre el camino correcto. No actuéis con premura. No tenéis que apresuraros. Podéis quedaros aquí lo que queráis, sois un huésped grato para nosotros.

– Os agradezco vuestra benevolencia y vuestra bondad, señoría. -Geralt hizo una reverencia-. Sin embargo, nos vamos a poner en camino en cuanto descansemos. Ciri sigue en peligro. Y nosotros también estamos en peligro. Cuando estamos demasiado tiempo en un lugar, el peligro no sólo crece, sino que comienza a amenazar a las personas que nos son benevolentes. Y a quienes simplemente están en medio. No pienso permitirlo.

La condesa, guardó silencio durante un cierto tiempo, acariciaba el antebrazo de Jaskier con unos movimientos cadenciosos, como un gato.

– Nobles y honestas son vuestras palabras -dijo por fin-. Pero no habéis de temer nada. Nuestros caballeros acometieron a los bribones que os perseguían de tal modo que no se escapó testigo alguno de su derrota, el vizconde Julián nos lo ha relatado. Cualquiera que se atreva a perturbaros correrá la misma suerte. Estáis bajo nuestra protección y nuestro amparo.

– Aprecio esto en lo que vale. -Geralt volvió a inclinarse, maldiciendo en su interior no sólo al dolor de su rodilla-. Sin embargo, no me es lícito callar lo que el señor vizconde Jaskier olvidó contar a su señoría. Los bribones que me persiguieron desde Belhaven y a los que los valientes caballeros de su señoría batieron en Caed Myrkvid eran, ciertamente, bribones del gremio más preclaro de los bribones, mas lucían los colores de Nilfígaard.

– ¿Y qué pasa con eso?

Pues, tuvo en la punta de la lengua, que si los nilfgaardianos conquistaron Aedirn en veinte días, para hacer lo mismo con tu condadillo les basta con veinte minutos.