– Hay una guerra -dijo, en vez de aquello-. Puede ser que consideren lo que sucedió en Belhaven y Caed Myrkvid como sabotaje en la retaguardia. Por lo general, esto produce represiones. En tiempos de guerra…
– La guerra -le interrumpió la condesa, alzando su nariz puntiaguda- se ha acabado ya con toda seguridad. Le escribimos acerca de ello a nuestro primo, Emhyr var Emreis. Le envié un memorándum en el que exigíamos que pusiera punto final de inmediato a este derramamiento de sangre sin sentido. Con toda seguridad ya se ha terminado la guerra, con toda seguridad ya se ha firmado la paz.
– No del todo -le repuso Geralt con voz gélida-. Al otro lado del Yaruga campan la espada y el fuego, se derrama la sangre. Nada apunta que se acerque a su fin.
Lamentó al instante lo que había dicho.
– ¿Cómo es eso? -La nariz, de la condesa, parecía, se agudizó todavía más, en su voz resonó una horrible nota mordaz, hostil-. ¿Acaso he oído bien? ¿La guerra continúa? ¿Por qué nadie nos ha informado de ello, ministro Tremblay?
– Señoría, yo… -balbució, arrodillándose, uno de los portadores de cadena de oro-. Yo no quería… preocupar… intranquilizar… Señoría…
– ¡Guardia! -gritó la señoría-. ¡A la torre con él! ¡Habéis caído en desgracia, señor Tremblay! ¡En desgracia! ¡Señor chambelán! ¡Señor secretario!
– A sus órdenes, señoría…
– Que nuestra cancillería le envíe de inmediato una nota a nuestro primo, el emperador de Nilfgaard. Exigimos que de inmediato, pero de inmediato, cese la lucha y firme la paz. ¡Pues la guerra y la discordia son cosas malas! ¡La discordia arruina y la concordia fortalece!
– Su señoría -murmuró el chambelán-pastelero, blanco como azúcar en polvo- tiene toda la razón.
– ¿Qué hacen vuesas mercedes todavía aquí? ¡Hemos dado una orden! ¡En marcha, apriesa!
Geralt miró discretamente a su alrededor. Los cortesanos tenían el rostro como de piedra, de lo que se podía concluir que tales incidentes no eran nada nuevo en aquel palacio. Decidió firmemente que a partir de ahora sólo iba a hacer coro a la condesa. Anarietta rozó con su pañuelo la punta de la nariz, después de lo cual sonrió a Geralt.
– Como veis -dijo ella-, vuestros temores eran vanos. No habéis de qué temer y podéis quedaros aquí cuanto queráis.
– Cierto, señoría.
En el silencio se escuchó claramente el mordisqueo de la carcoma en alguno de aquellos monumentales muebles. Y la maldición que alguno de los palafreneros le lanzaba a un caballo en un patio lejano.
– También quisiéramos pediros algo, don Geralt. -Anarietta interrumpió el silencio-. Como brujo que sois.
– Cierto, señoría.
– Se trata del ruego de muchas nobles damas de Toussaint y nuestro a la vez. Un monstruo nocturno castiga nuestros hogares. Un diablo, un fantasma, un súcubo en forma de mujer, pero tan desvergonzada que no nos atrevemos a describirla, martiriza a los cónyuges fieles y virtuosos. Penetra por las noches en las alcobas, comete toda clase de bellaquerías y abominables perversiones de las que no nos permite hablar la modestia. Vos, como experto, con toda seguridad sabéis de qué se trata.
– Cierto, señoría.
– Las mujeres de Toussaint os piden que pongáis punto final a esta indecencia. Y os aseguramos nuestra generosidad.
– Cierto, señoría.
Angouléme encontró al brujo y al vampiro en el parque del palacio, donde ambos disfrutaban de un paseo y una discreta conversación.
– No me vais a creer -jadeó-. No me vais a creer lo que os voy a decir… Mas es la puritita verdad.
– Habla pues.
– Reynart de Bois-Fresnes, el andante Caballero del Ajedrez, está junto a otros caballeros andantes haciendo cola ante la cámara del tesorero condal. ¿Y sabéis para qué? ¡Para cobrar su paga del mes! La cola, habéis de saber, es lo menos medio tiro de arco de larga y de tantos escudos hasta se cansan los ojos. Le pregunté a Reynart que cómo es eso y él va y dice que también un caballero andante pasa hambre.
– ¿Y qué es lo raro en todo esto?
– ¡Bromeas! ¡Un caballero andante anda por noble vocación! ¡No por un sueldo mensual!
– Lo uno -dijo muy serio el vampiro Regis- no excluye lo otro. De verdad. Créeme, Angouléme.
– Créele, Angouléme -confirmó Geralt con voz seca-. Deja de correr por el palacio buscando sensaciones, ve a hacer compañía a Milva. Se siente fatal, no debe estar sola.
– Cierto. Tiíta tiene el periodo, creo, porque está más rabiosa que una avispa. Yo pienso…
– ¡Angouléme!
– Ya voy, ya voy.
Geralt y Regis se detuvieron ante un macizo de centifolias ligeramente marchitas ya. Pero no consiguieron seguir conversando. Desde detrás de un invernáculo surgió un hombre delgado vestido con una elegante capa de color siena.
– Buenos días. -Hizo una reverencia, limpió la rodilla con su birreta-. ¿Se puede preguntar cuál de vuesas mercedes, alabado sea, es el brujo llamado Geralt, famoso en su oficio?
– Yo soy.
– Me llamo Jean Catillon, apoderado de las bodegas de Castel Toricella. La cosa es que no nos vendría mal en las bodegas un brujo. Intención tengo de enterarme, alabado sea, si no querríais…
– ¿De qué se trata?
– Pues esto es -comenzó el apoderado Catillon-. A causa de esta guerra, así se la llevara el satanás, los mercaderes vienen más raramente, acreciéntame las existencias, empieza a faltar lugar para los barriles. Pensamos, pues qué problema, si bajo los castillos hay millas enteras de corredores, más hondo y más hondo, hasta el centro de la tierra lo menos que llegan. También bajo Toricella encontramos unos túneles de éstos, preciosos, alabado sea, de techos de bóveda, ni demasiado secos, ni demasiado húmedos, justito para que el vino estuviera bien…
– ¿Y qué? -no resistió el brujo.
– Resultó que en los tales corredores habita un monstruo, alabado sea, de seguro que vino de lo profundo de la tierra. Quemó a dos personas, el cuerpo a los huesos los redujo y a uno lo dejó ciego, porque él, señor, el monstruo, se entiende, escupe y vomita no sé qué lejías…
– Una solpuga -afirmó Geralt-. También llamada venenosera.
– He aquí. -Regis sonrió-. Vos mismo veis que estáis tratando con un especialista, señor Catillon. Un especialista que os cae, por así decirlo, del cielo. ¿Y no habéis pedido ayuda en esta tarea a los famosos caballeros andantes locales? La condesa tiene todo un regimiento de ellos y tales misiones son precisamente lo suyo, su razón de ser.
– Razón ninguna. -El apoderado Catillon negó con la cabeza-. Su razón es guardar los caminos, los cordeles, los puertos, porque si los mercaderes no llegan hasta aquí, todos nosotros tendremos que hacer las maletas. Además, los caballeros son valientes y peleones, mas a caballo sólo. ¡Bajo tierra no se mete uno de ésos! Además, son bien car…
Se interrumpió y guardó silencio. Tenía el gesto de quien -por no tener barba- no tiene encima nada sobre lo que escupir. Y lo lamenta mucho.
– Son bien caros -terminó Geralt, incluso sin especial mordacidad-. Así que habéis de saber, buen hombre, que yo soy más caro. Libre mercado. Y libre competencia. Porque yo, si trabamos el contrato, me bajaré del caballo y me meteré bajo tierra. Pensadlo, pero no lo penséis mucho tiempo, porque yo no estaré mucho tiempo en Toussaint.
– Me asombras -dijo Regis en cuanto el apoderado se fue-. ¿Ha revivido de pronto el brujo que llevas dentro? ¿Aceptas el contrato? ¿Te vas a echar a por el monstruo?
– Yo mismo estoy asombrado -le repuso Geralt sinceramente-. Reaccioné instintivamente, movido por un impulso inexplicable. Me saldré de esto. Puedo decir que cada cantidad que me propongan es demasiado baja. Siempre. Volvamos a nuestra conversación…