Con un fuerte galope dirigió a Sardinilla directamente hacia un macizo dé rosas cubierto por la nieve y obligó a la yegua a saltar.
Hicimos el amor. Y hablamos. Y nuestras mentiras fueron cada vez más hermosas. Y cada vez más falsas.
Dos meses. Desde octubre a Yule.
Dos meses de amor rabioso, ávido, violento.
Las herraduras de Sardinilla golpearon las losas del patio del castillo de Beauclair. Atravesó los pasillos rápida y silenciosamente. Nadie le vio y nadie le oyó. Ni los soldados con sus alabardas, que mataban el aburrimiento de la guardia a base de pláticas y cotilleos, ni los lacayos y pajes que dormitaban. No temblaron siquiera las llamas de las velas cuando pasó al lado de los candelabros.
Se hallaba cerca de la cocina del palacio. Pero no entró en ella, no se unió al grupo, que estaba dentro dando cuenta de un barrilete y una fritanga. Se quedó en la oscuridad, escuchó.
Estaba hablando Angouléme.
– Esta ciudad está hechizada, joder, toíto Toussaint. No sé qué hechizo hay en to el valle éste. Y sobre to en este palacio. Me asombraba el Jaskier, me asombraba el brujo, pero ahora a mí misma como que se me hace una nube y me aprieta pabajo… Puf, me pillé a mí misma… Ah, qué sos voy a contar. Sos digo, vámonos de aquí. Vámonos de aquí cuanto antes.
– Suéltaselo a Geralt -dijo Milva-. Suéltaselo a él.
– Sí, habla con él -dijo Cahir con bastante sarcasmo-. En uno de esos cortos instantes en que se le pueda pillar. Entre la cama de la hechicera y la caza de monstruos. Entre una de las dos tareas que realiza desde hace dos meses para olvidar.
– A ti mismo -bufó Angouléme- sólo se te puede pillar en el parque, ande juegas al escondite con las señoras baronesas. Eh, no hay por qué, los andurriales éstos están hechizados, to este Toussaint. Regis por las noches se esfuma, la tiíta tiene su barón aviruelado…
– ¡A cerrar el pico, jodia mocosa! ¡Y no me trates de tía!
– ¡Venga, venga! -Regis se interpuso, conciliador-. Muchachas, haya paz. Milva, Angouléme. Haya concordia. La concordia edifica, la discordia arruina. Como suele decir su señoría la condesa de Jaskier, señora de este país, palacio, pan, manteca y pepinillos. ¿A quién le sirvo vino?
Milva lanzó un pesado suspiro.
– ¡Llevamos ya demasiado aquí! Demasiado, os digo, sentados en la mierda. Nos vamos a atontolinar con ello.
– Bien dicho -dijo Cahir-. Muy bien dicho.
Geralt retrocedió con cuidado. Sin ruido. Como un murciélago. Atravesó los pasillos rápida y silenciosamente. Nadie le vio ni le oyó. Ni los soldados, ni los lacayos, ni los pajes. Ni siquiera temblaron las llamas de las velas cuando pasó junto a los candelabros. Las ratas le oyeron, alzaron sus morrillos bigotudos, se pusieron de patas. Pero no se espantaron. Le conocían.
Pasaba por allí a menudo.
En la alcoba olía a hechizos y encantamientos, a ámbar, a rosas y a mujer durmiendo. Pero Fringilla no dormía.
Él se sentó en la cama, retiró la colcha, la vista le hechizaba y le hacía perder el control.
– Por fin has llegado -dijo ella, estirándose-. Desnúdate y ven aquí deprisa. Muy, pero que muy deprisa.
Ella atravesó los pasillos rápida y silenciosamente. Nadie la vio ni la escuchó. Ni los soldados, que cotilleaban perezosamente en el cuerpo de guardia, ni los adormilados lacayos, ni los pajes. No temblaron ni siquiera las llamas de las velas cuando pasó junto a los candelabros. Las ratas la oyeron, alzaron sus hociquillos bigotudos, se pusieron de patas, la siguieron con sus negros ojos redondos. No se espantaron. La conocían. Pasaba por allí a menudo.
Había en el palacio de Beauclair un corredor, y al final de él una habitación de cuya existencia nadie sabía. Ni la actual señora del castillo, la condesa Anarietta, ni la primera dama del castillo, su tatatarabuela, la condesa Ademaría. Ni el famoso Pedro Faramond, el arquitecto que reformó de cabo a rabo el edificio, ni los maestros albañiles que trabajaron según el proyecto de Faramond. Bah, ni siquiera sabía de la existencia del corredor y la habitación el propio chambelán Le Goff, del que se pensaba que sabía todo sobre Beauclair.
El corredor y la habitación, enmascarados por una potente ilusión, sólo eran conocidos por los primigenios constructores del palacio, los elfos. Y luego, cuando ya no hubo elfos, y Toussaint se convirtió en condado, por un pequeño grupo de hechiceros ligados a la casa condal. Entre ellos Artorius Vigo, maestro de los arcanos mágicos, gran experto en ilusiones. Y su joven sobrina Fringilla, que poseía un talento especial para las ilusiones. Habiendo recorrido rápida y silenciosamente los pasillos del palacio de Beauclair, Fringilla Vigo se detuvo ante un fragmento de muro entre dos columnas adornadas con hojas de acanto. Un hechizo pronunciado en voz baja y un gesto rápido hicieron que la pared -que era una ilusión- desapareciera, desvelando un corredor en apariencia ciego. Sin embargo, al final del corredor había una puerta escondida por una ilusión. Y detrás de la tal puerta una oscura habitación.
Al entrar, sin perder tiempo, Fringilla puso en marcha el telecomunicador. El espejo oval se enturbió y luego brilló, iluminando la estancia, extrayendo de la oscuridad los gobelinos antiquísimos, pesados por el polvo, que cubrían las paredes. En el espejo apareció una sala enorme, hundida en un sutil chiaroscuro, una mesa redonda y unas mujeres sentadas a ella. Nueve mujeres.
– Os escuchamos, señora Vigo -dijo Filippa Eilhart-. ¿Algo nuevo?
– Por desgracia nada -respondió Fringilla, carraspeando-. Desde la última telecomunicación, nada. Ni un intento de escaneo.
– Mala cosa -dijo Filippa-. No oculto que contaba con que descubriríais algo. Por favor, decidnos… ¿se ha calmado ya el brujo? ¿Conseguiréis retenerlo en Toussaint al menos hasta mayo?
Fringilla Vigo guardó silencio durante un momento. No tenía la más mínima intención de contarle a la logia que sólo durante la última semana el brujo la había llamado por dos veces Yennefer, y ello, en momentos en los que ella había tenido todo el derecho a esperar que usara su propio nombre. Pero por su parte la logia tenía también derecho a esperar la verdad. La sinceridad. Y unas conclusiones útiles.
– No -dijo por fin-. Hasta mayo creo que no. Pero haré todo lo que esté en mi poder para retenerlo el mayor tiempo posible.
Capítulo 4
Era Korred, engendro de la numerosa familia de los estrigiformes (vid.), con arreglo a las regiones igualmente llamado korrigan, rutterkin, rumpelshtils, retortijo o mesmer. No más algo se puede decir dellos: que no se puede ser peor. Tan diablesco es él y bandido y seboso, tan hijo de perra, que ni del su aspecto ni de las sus costumbres habremos de escribir, puesto que en verdad os digo: apena perder el tiempo en tal hijo de una puta.
Physiologus
Por la sala de las columnas del castillo de Montecalvo se extendía un olor que era una mezcla del perfume de la madera de los antiguos recubrimientos, de las velas que se deshacían, de diez clases distintas de perfume. Diez mezclas de perfume especialmente elegidas usadas por las diez mujeres que estaban sentadas a la mesa redonda de roble en unos sillones con los brazos labrados en forma de cabeza de esfinge. Frente a ella, Fringilla Vigo veía a Triss Merigold, que llevaba un vestido azul celeste sujeto muy por debajo del cuello. Junto a Triss, manteniéndose en la sombra, estaba sentada Keira Metz. Sus enormes pendientes con citrinos de múltiples facetas rebrillaban de vez en cuando con miles de reflejos, atrapando la vista.