– Continuad, por favor, señora Vigo -le apremió Filippa Eilhart-. Tenemos ganas de conocer el final de la historia. Y hacedlo a prestos pasos.
Filippa -excepcionalmente- no llevaba joya alguna a no ser por un enorme camafeo de sardónice sujeto a su vestido bermellón. Fringilla ya había oído el rumor, sabía quién le había regalado el camafeo y qué silueta era la que representaba. Sheala de Tancarville, que estaba sentada al lado de Filippa, iba vestida de negro, con los leves toques de los brillantes. Margarita Laux-Antille llevaba sobre atlas de color granate un grueso collar de oro sin piedras, mientras que Sabrina Glevissig, por su parte, llevaba en el collar, los pendientes y los anillos sus queridos ónices, que iban a juego con el color de sus ojos y de su vestimenta.
Las que más cerca estaban sentadas de Fringilla eran las dos elfas, Francesca Findabair e Ida Emean aep Sivney. La Margarita de Dolin tenía como siempre aspecto de reina, aunque ni su peinado ni su vestido color carmín imponían hoy excepcionalmente por su lujo, mientras que en la pequeña diadema y en el collar lanzaban rojos destellos no los rubíes, sino modestos aunque exquisitos granates. Ida Emean, por su parte, iba vestida con muselinas y tules de tonos "otoñales, telas tan delicadas y ligeras que incluso con la apenas perceptible corriente producida por el movimiento del aire impulsado por la calefacción central se movían y agitaban como anémonas.
Assire var Anahid, como de costumbre últimamente, despertaba el asombro con su modesta pero distinguida elegancia. En el escote no demasiado grande de un ajustado vestido verde oscuro, la hechicera nilfgaardiana llevaba una cadena de oro y un único cabosón de esmeralda en un marco de oro. Sus bien cuidadas uñas, pintadas con esmalte de un color verde muy oscuro, le añadían a la composición el sabor de la verdadera extravagancia hechiceril.
– Estamos esperando, señora Vigo -recordó Sheala de Tancar-ville-. El tiempo corre. Fringilla carraspeó.
– Llegó diciembre -continuó con la narración-. Llegó Yule, luego Año Nuevo. El brujo se había tranquilizado ya hasta el punto de que el nombre de Ciri no aparecía ya en cada conversación. Las excursiones en busca de monstruos que realizaba regularmente daban la impresión dé absorberlo del todo. Bueno, puede ser que no del todo…
Dejó que se extinguiera su voz. Le pareció que en los ojos azulados de Triss Merigold aparecía un brillo de odio. Pero podía tratarse sólo del reflejo de las crepitantes llamas de las velas. Filippa bufó, jugueteando con su camafeo.
– Sin tanta modestia, por favor, señora Vigo. Estamos en nuestro círculo. En un círculo de mujeres que saben para qué, aparte de para el placer, sirve el sexo. Todas lo usamos como herramienta cuando hace falta. Continuad, por favor.
– Incluso si durante el día guardaba las apariencias de ser reservado, altivo y orgulloso -continuó Fringilla-, por las noches estaba por completo en mi poder. Me lo contaba todo. Rendía un homenaje a mi feminidad que, para su edad, hay que reconocerlo, resultaba hasta generoso. Y luego se dormía. En mis brazos, con los labios en mis pechos. Buscando un sustituto del amor materno que nunca había hallado.
Esta vez, estaba segura, no había sido el reflejo de la luz de las velas. Pues estupendo, pensó, envidiadme. Envidiadme. Hay razón para ello.
– Estaba -repitió- por completo en mi poder.
– Vuelve.a la cama, Geralt. ¡Pero si todavía está gris del copón!
– Tengo una cita. Tenemos que ir a Pomerol.
– No quiero que vayas a Pomerol.
– He quedado. He dado mi palabra. El apoderado de la bodega me esperará a la puerta.
– Estas cacerías de monstruos tuyas son estúpidas y ridículas. ¿Qué es lo que quieres demostrar matando a una máscara más del infierno? ¿Tu masculinidad? Conozco mejores modos. Venga, vuelve a la cama. No irás a ningún Pomerol. Por lo menos no tan pronto. El apoderado puede esperar. Al fin y al cabo, ¿quién es el tal apoderado? Yo quiero hacer el amor contigo.
– Perdona. No tengo tiempo. Di mi palabra.
– ¡Quiero hacer el amor contigo!
– Si quieres hacerme compañía en el desayuno, comienza a vestirte.
– Tú ya no me quieres, Geralt. ¿No me quieres? ¡Contesta!
– Ponte el vestido gris perla, el que tiene adornos de nutria. Te sienta muy bien.
– Estaba por completo bajo mi hechizo, cumplía cada uno de mis deseos -repitió Fringilla-. Hacía todo lo que le pedía. Así era.
– Lo creemos -dijo secamente Sheala de Tancarville-. Seguid, por favor.
Fringilla tosió tras un puño.
– El problema -continuó- era su compañía. Esa partida extraña. Cahir Mawr Dyffiyn aep Ceallach, que me miraba y hasta enrojecía de esfuerzos para conseguir recordarme. Pero no podía recordarme porque yo solía ir a Darn Dyffra, el castillo familiar de sus abuelos, cuando él tenía sólo seis o siete años. Milva, muchacha de apariencia brutal y dura, pero a la que me fue dado descubrir dos veces llorando, escondida en un rincón del establo. Angouléme, una niña rebelde. Y Regis Terzieff-Godefroy. Personaje al que no supe sacar tabla. Ellos, toda la banda, ejercían una influencia sobre él que no pude eliminar. Bueno, bueno, pensó, no alcéis tanto las cejas, no torzáis las bocas. Esperad. Éste no es el final del cuento. Aún habréis de oír acerca de mi triunfo.
– Todas las mañanas -siguió- estas gentes se encontraban en la cocina, la cual estaba en el sótano del palacio de Beauclair. El cocinero mayor les tenía gusto, no se sabe bien por qué. Siempre preparaba algo para ellos, tan abundante y tan delicioso que el desayuno solía durar dos y a veces tres horas. Muchas veces comía con ellos, junto con Geralt. Por eso sé qué absurdas solían ser las conversaciones que desarrollaban. Por la cocina, asentando asustadizas sus patas uñosas, caminaban dos gallinas, una negra y otra pintarazada. Echando largas miradas a la compañía que desayunaba, las gallinas picoteaban las migas del suelo.
La compañía, como cada mañana, se reunía en la cocina del palacio. El cocinero mayor les tenía gusto, sin saber por qué, y siempre tenía algo delicioso para ellos. Aquel día eran huevos revueltos, sopa de salchichas, berenjenas cocidas, paté de conejo, ganso relleno y salchichas blancas con ensalada de remolacha y rábano, y además muchas bolas de queso de cabra. Todos comían rápido y en silencio. Excepto Angouléme, la cual chachareaba.
– Y yo sus digo que pongamos acá un burdel. En cuántico que solventemos lo que haya que solventar, volvemos acá y ponemos una casa de trato. Di ya un vistazo al pueblo. Hay de to. Barberías conté unas nueve, y framacias ocho. Mientras que lupanares no más que uno hay y éste sucio, cagadero os digo y no lupanar. No es competencia. Nosotros ponemos una mancebía de lujo. Compramos una casa baja con güerto…
– Angouléme, ten piedad.
– … sólo para clientela de postín. Yo seré la madama. Os digo, vamos a ganar un güevo y a vivir como señorones. Al cabo un día me elegirán de alcaldesa y entonces de seguro que no os dejaré moriros, porque como me elijan pues yo os elijo a vosotros antes de un suspiro.
– Angouléme, te lo hemos pedido. Come pan con paté.
Durante un instante reinó el silencio.
– ¿Qué es lo que vas a cazar hoy, Geralt? ¿Un trabajo difícil?
– Los testigos presenciales -el brujo alzó la cabeza de su plato- dan descripciones contradictorias. Así que o bien un priskirniko, es decir un trabajo bastante difícil, o un golondrino, es decir medio difícil, o bien un moscón, o sea medio fácil. Puede ser incluso que el tajo salga más bien fácil, puesto que la última vez que se vio al monstruo fue por Lammas el año pasado. Pudo haberse ido de Pomerol a tomar por saco.
– Lo que bien le deseo -dijo Fringilla, mientras roía unos huesos de ganso.