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– Gracias a mí -Fringilla interrumpió por fin el silencio-, Geralt ha conocido la ascendencia de Ciri, los secretos e intrigas de su genealogía, sabidos tan sólo por unos pocos. Gracias a mí conoce algo de lo que hace un año no tenía ni idea. Gracias a mí dispone de información y la información es un arma. Gracias a mí y mi protección mágica está a salvo de los escáners y así de los asesinos a sueldo, Gracias a mí y a mi magia ya no le duele la rodilla y la puede doblar. En el cuello lleva un medallón realizado con mis artes, puede que no tan bueno como el original de los brujos, pero algo es algo. Gracias a mí y sólo a mí, en la primavera o el verano, informado, seguro, sano, preparado y armado estará en condiciones de enfrentarse al enemigo. Si alguno de los presentes ha hecho por Geralt más, le ha dado más, que lo diga. Con gusto le haré un homenaje. Nadie habló. Las gallinas picoteaban las botas de Cahir, pero el joven nilfgaardiano no les prestaba atención.

– Ciertamente -dijo con énfasis-, nadie le ha dado a Geralt más que vos.

– No sé yo cómo sabía que ibais a responder así.

– No se trata de eso, doña Fringilla -empezó el vampiro. La hechicera no le dejó terminar.

– ¿De qué entonces? -preguntó agresiva-. ¿De que está conmigo? ¿Que nos unen los sentimientos? ¿De que yo no quiero que se vaya de aquí ahora? ¿Que no quiero que lo destruya su sentimiento de culpa? ¿El mismo sentimiento de culpa, de penitencia, que os empuja a vosotros al camino?

Regis guardó silencio. Cahir tampoco tomó la palabra. Angouléme les miraba, evidentemente sin entender demasiado.

– Si el que Geralt recupere a Ciri -dijo al cabo la hechicera- está escrito en los libros del destino, así será. Independientemente de que el brujo se vaya hacia la montaña o se quede en Toussaint… El destino persigue a las personas. No al revés. ¿Lo entendéis? ¿Lo entendéis vos, don Regis Terzieff-Godefroy?

– Mejor de lo que vos pensáis, señora Vigo. -El vampiro hizo girar entre sus dedos una loncha de salchicha-. Pero para mí, si me perdonáis, el destino no es un libro escrito por la mano del Gran Demiurgo, ni la voluntad del cielo, ni una sentencia ineludible emitida por no sé qué providencia, sino el resultado de muchos hechos, acontecimientos y acciones que en apariencia no tienen nada en común. Estaría dispuesto a estar de acuerdo con vos en lo de que el destino persigue a las personas… y no sólo a las personas. Sin embargo, no me convence la opinión de que no puede ser al revés. Porque tal opinión no es más que cómodo fatalismo, es un cántico de alabanza a la apatía y la desidia, almohadas de plumas y el cautiverio de un cálido regazo de dama. En pocas palabras: vivir en un sueño. Y la vida, señora Vigo, puede que sea un sueño y puede que se termine con un sueño… Pero es un sueño que hay que soñar activamente. Por eso, señora Vigo, nos está esperando el camino.

– Camino libre. -Fringilla se levantó, casi tan violentamente como no hacía mucho Milva-. ¡Venga! En los desfiladeros os esperan la nieve, la helada y el destino. Y esa expiación que os es tan necesaria. ¡Camino libre! Pero el brujo se queda aquí. ¡En Toussaint! ¡Conmigo!

– Pienso -le repuso el vampiro con serenidad- que estáis en un error, señora Vigo. El sueño que el brujo sueña es, lo reconozco con una reverencia, un sueño encantador y hermoso. Pero todo sueño, si se sueña demasiado tiempo, se transforma en pesadilla. Y se despierta uno con un grito.

Las nueve mujeres, sentadas a la enorme mesa redonda del castillo de Montecalvo, clavaron sus ojos en Fringilla Vigo. En Fringilla, que de pronto había comenzado a tartamudear.

– Geralt se fue a las bodegas de Pomerol el ocho de enero temprano. Y volvió… creo que el ocho por la noche… O bien el nueve por la mañana… No lo sé… No estoy segura…

– Más ordenado -pidió Sheala de Tancarville con la voz suave-. Por favor, más ordenado, señora Vigo. Y si hay algún fragmento de la narración que os produzca daño, simplemente os lo saltáis.

Por la cocina, asentando cuidadosamente sus patas uñosas, caminaba la gallina pintarazada. Olía a caldo de pollo.

Se abrieron las puertas con un chasquido. Geralt entró en la cocina. En su rostro, moreno a causa del viento, tenía un cardenal y una costra de color violeta y negro a causa de la sangre coagulada.

– Venga, compaña, a hacer las maletas -anunció sin preliminar alguno-. ¡Nos vamos! Dentro de una hora, ni un minuto después, quiero veros a todos en la colina, detrás de la ciudad, allí donde está el poste. Con el equipaje, a caballo, listos para un camino largo y difícil.

Aquello bastó. Como si hubieran estado esperando aquella noticia desde hacía mucho tiempo, como si desde hacía mucho tiempo hubieran estado preparados.

– ¡En un pispás! -gritó Milva, levantándose-. ¡Yo andaré lista en media horilla!

– Yo también. -Cahir se levantó, soltó la cuchara, miró al brujo con atención-. Pero querría saber de qué se trata. ¿Un capricho? ¿Una pelea de amantes? ¿O partimos de verdad?

– Partimos de verdad. Angouléme, ¿por qué pones esa cara?

– Geralt, yo…

– No tengas miedo, no te dejaré. He cambiado de opinión. A ti hay que vigilarte, mocosa, no hay que apartar la vista de ti. Venga, he dicho, a prepararse, llenad las alforjas. Y de uno en uno, para no levantar sospechas, al otro lado de la ciudad, junto al poste en la colina. Nos encontraremos allí dentro de una hora.

– ¡Al punto, Geralt! -gritó Angouléme-. ¡Joder, por fin!

En un abrir y cerrar de ojos sólo quedaron en la cocina Geralt y la gallina pintarazada. Y el vampiro, que continuaba sorbiendo tranquilamente el caldo de pollo con croquetas.

– ¿Estás esperando una invitación especial? -preguntó el brujo con voz fría-. ¿Por qué sigues sentado? ¿En vez de ponerle los arreos a la muía Draakul? ¿Y de despedirte del súcubo?

– Geralt -dijo Regis tranquilo, al tiempo que extraía una segunda ronda de la cazuela-. Para despedirme del súcubo necesito el mismo tiempo que tú para despedirte de tu morenilla. Suponiendo que tengas intenciones de despedirte de tu morenilla. Y dicho sea entre nosotros: a los jóvenes los podrás mandar a hacer el equipaje con gritos, violencias y empujones. Para mí necesitas algo más, aunque no sea más que a causa de mi edad. Te pido alguna explicación.

– Regis…

– Explicación, Geralt. Cuanto antes comiences, mejor. Te ayudaré. Ayer por la mañana, como habíais quedado, te encontraste en las puertas con el apoderado de las viñas de Pomerol…

*****

Alcides Fierabrás, el apoderado de los viñedos de Pomerol de negra barba a quien había conocido en El Faisán en la vigilia de Yule, estaba esperando al brujo junto a la puerta, con una muía, aunque iba vestido y aderezado como si tuviera intención de viajar allá lejos, lejos, al confín del mundo, hasta la Puerta de Solveigi y el desfiladero de Elskerdeg.

– En cualquier caso no es que esté cerca -respondió al ácido comentario de Geralt-. Vos, señor, venís del ancho mundo y por ello pareceos que nuestro pequeño Toussaint es un rinconcete, pensáis que aquí de frontera a frontera se puede tirar un gorro y seco incluso. Mas estáis en yerro. A los viñedos de Pomerol, adonde nos encaminamos, no es corto el camino, si al mediodía llegamos, habrá que tenerlo por gran éxito.

– Yerro es entonces -dijo el brujo con sequedad- el ponerse en marcha tan tarde.

– Cierto, yerro será. -Alcides Fierabrás le miró y se sopló los bigotes-. Mas no sabía que fuerais de los de levantarse al romper el alba. Porque esto no es normal en aquí entre los grandes señores.

– No soy un gran señor. En camino, señor apoderado, no perdamos tiempo en pláticas vanas.

– De los mismos labios me lo habéis quitado.

Atravesaron la ciudad para acortar el camino. Geralt al principio quiso protestar, tenía miedo de que se quedaran atascados en algunas de las callejas llenas de gente que tan bien conocía. Sin embargo, como se vio, el apoderado Fierabrás conocía mejor tanto la ciudad como la hora en que no había tráfico en las calles. Cabalgaron deprisa y sin problemas.