Ciri ya había visto antes algún unicornio: en ocasiones, sobre todo al alba, se acercaban al lago que había junto a la Torre de la Golondrina. Pero nunca le permitían que se aproximara a ellos. Desaparecían como fantasmas.
A la cabeza de la manada marchaba un gran semental de un raro pelaje rojizo. De pronto se detuvo, relinchó de un modo sobrecogedor y se puso de manos. De una forma imposible para cualquier caballo, dio unos pasos sobre las patas traseras, agitando las delanteras en el aire.
Ciri se dio cuenta con asombro de que Avallac'h y las tres elfas estaban musitando algo, que salmodiaban a coro una extraña y monótona melodía.
¿Quién eres tú?
Sacudió la cabeza.
¿Quién eres?, la pregunta volvió a resonar dentro de su cabeza, palpitándole en las sienes. De pronto, el cántico de los elfos subió de tono. El unicornio alazán relinchó y toda la manada secundó su relincho. La tierra tembló cuando los animales echaron a correr. Cesó la canción de Avallac'h y las elfas. Ciri vio al sabio enjugarse el sudor de la frente con disimulo. El elfo la miró de reojo, comprendió que ella le había visto.
– Aquí no todo es tan bonito como parece -dijo secamente-. No todo.
– ¿Os dan miedo los unicornios? Pero si son muy listos y simpáticos.
El elfo no respondió.
– He oído decir -Ciri no se dio por vencida- que los elfos y los unicornios se quieren mucho.
Él volvió la cabeza.
– Considera entonces -dijo con frialdad- que lo que has visto ha sido una riña de enamorados.
Ella no hizo más preguntas.
Ya tenía bastante con sus propias preocupaciones.
Las cimas de las colinas estaban coronadas por menhires y cromlechs. A Ciri le recordaron a la piedra de Ellander, donde Yennefer le había enseñado lo que es la magia. Pero hacía ya mucho de aquello, pensó. Habían pasado siglos…
Una de las elfas volvió a gritar. Ciri miró en la dirección que había señalado. Antes de que le diera tiempo a comprobar que la manada guiada por el semental alazán había regresado, también gritó otra elfa. Ciri se puso de pie en los estribos. Desde el lado opuesto, saliendo de detrás de una colina, avanzaba otra manada. El unicornio que la guiaba era de pelaje azulejo rodado.
Avallac'h pronunció unas rápidas palabras en la lengua ellylon, que tan difícil le resultaba a Ciri, pero la muchacha pudo entender alguna cosa, sobre todo porque las elfas, obedeciendo a una orden, cogieron sus arcos. Avallac'h volvió el rostro hacia Ciri, y ésta notó como si alguien empezara a susurrar dentro de su cabeza. Era un murmullo muy parecido al que se escucha al poner una caracola junto al oído. Pero bastante más fuerte.
No te resistas, decía esa voz.
No te defiendas. Tengo que dar un salto, tengo que llevarte a otro sitio. Te amenaza un peligro mortal.
Desde la distancia les llegó un silbido y un grito prolongado. Poco después, la tierra empezó a temblar bajo unos cascos con herraduras.
Por detrás de la colina aparecieron unos jinetes. Todo un destacamento. Los caballos iban cubiertos con paramentos, los jinetes llevaban yelmos con cimeras. Mientras galopaban, las capas flameaban sobre sus hombros: su color, entre cinabrio, amaranto y carmesí, recordaba al resplandor de un incendio en el cielo débilmente iluminado del anochecer.
Gritos, silbidos. Los jinetes corrían hacia ellos sin romper la formación. Antes de que hubieran recorrido media legua, ya no quedaba un solo unicornio. Habían desaparecido en la estepa, dejando tras de sí una nube de polvo. El caudillo de los jinetes, un elfo de cabellos negros, montaba un semental bayo oscuro, grande como un dragón, engalanado, como todos los caballos del destacamento, con un paramento bordado de escamas de dragón; la bestia, además, llevaba en la frente un bucráneo cornudo verdaderamente diabólico. Como todos los elfos, el jinete moreno llevaba bajo la capa de color cinabrio-amaranto-carmesí una cota de malla formada por aros de un diámetro increíblemente pequeño, gracias a lo cual se ajustaba suavemente al cuerpo, como si fuera una prenda de lana.
– Avallac'h -dijo, haciendo un saludo militar.
– Eredin.
– Me debes un favor. Ya me lo pagarás cuando te lo pida.
– Te lo pagaré cuando me lo pidas.
El elfo moreno desmontó. Avallac'h le imitó y ordenó con un gesto a Ciri que hiciera otro tanto. Subieron por una colina situada entre unas peñas blancas de formas prodigiosas cubiertas de evónimo y de matas rastreras de arrayán en flor. Ciri les observaba. Los dos medían lo mismo, o sea, ambos eran de una estatura descomunal. Pero Avallac'h tenía una cara dulce, mientras que el rostro del moreno hacía pensar en un ave rapaz. El rubio y el moreno, pensó Ciri. El bueno y el malo. La luz y la oscuridad…
– Permite que te presente, Zireaeclass="underline" éste es Eredin Bréacc Glas.
– Mucho gusto. -El elfo hizo una reverencia, Ciri le correspondió. Con escaso garbo.
– ¿Cómo has sabido -preguntó Avallac'h- que estábamos en peligro?
– No tenía ni idea. -El elfo observaba atentamente a Ciri-. Estamos patrullando la llanura, porque se ha corrido la voz de que los unicornios se han vuelto inquietos y agresivos. No se sabe por qué. Mejor dicho, ahora ya se sabe. Es por ella, está claro.
Avallac'h ni le dio la razón ni se la quitó. Pero Ciri, en un gesto arrogante, le aguantó la mirada al elfo de negros cabellos. Durante unos instantes se estuvieron mirando fijamente, ninguno de los dos quería ser el primero en bajar los ojos.
– Así que se trata de la Antigua Sangre -constató el elfo-. Aen Hen Ichaer. ¿La herencia de Shiadhal y Lara Dorren? Cuesta creerlo. Pero si es una cría dh'oine. Una hembra humana joven.
Avallac'h no respondió. No se le alteraba la expresión; parecía indiferente.
– Supongo -prosiguió el elfo moreno- que no estarás equivocado. Bah, lo tomaré como un axioma: dicen las malas lenguas que tú nunca te equivocas. En esta criatura, oculto en su interior, se encuentra el gen de Lara. Es verdad, si se examina meticulosamente, se pueden detectar ciertos rasgos que dan testimonio del linaje de la muchacha. Lo cierto es que hay algo en sus ojos que recuerda a Lara Dorren. ¿A que sí, Avallac'h? ¿Quién mejor que tú para apreciarlo?
Tampoco en esta ocasión respondió Avallac'h. Pero Ciri advirtió una sombra de rubor en su cara pálida. Se sorprendió mucho. Y le dio que pensar.
– En resumen -el moreno torció el gesto-, en esta joven dh'oine hay algo valioso, algo preciado. Ya me doy cuenta. Es la misma sensación que si hubiera encontrado una pepita de oro en un montón de estiércol.
Los ojos de Ciri echaban chispas de rabia. Avallac'h volvió lentamente la cabeza.
– Hablas -dijo despacio- igualito que un ser humano, Eredin.
Eredin Bréacc Glas sonrió enseñando los dientes. Ciri ya había visto antes esa clase de dentadura, muy blanca, con dientes muy menudos, muy diferentes a los humanos, todos idénticos, sin colmillos. Había visto dentaduras como ésa en los elfos muertos que yacían alineados en el patio del cuerpo de guardia de Kaedwen. También se había fijado en los dientes de Chispas, parecidos a aquéllos. Pero en la sonrisa de Chispas aquellos dientes parecían bonitos, en cambio a Eredin le daban un aspecto siniestro.
– ¿Y esta mocosa -dijo el elfo-, que por cierto está intentando matarme con la mirada, conoce ya el motivo por el que está aquí?
– Desde luego.
– ¿Y está dispuesta a cooperar?
– Aún no del todo.
– No del todo -repitió-. Ja, eso no está bien. Porque la naturaleza de la cooperación requiere que ésta sea completa. Si no es completa, sencillamente no puede salir bien. Y ya que nos separa media jornada a caballo de Tir ná Lia, convendría saber a qué podemos atenernos.