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Nimue sonrió, asintió. Y dio un paso, deteniéndose delante del siguiente cuadro. Acuarela. Simbolismo. Dos siluetas de mujer sobre una montaña. Por encima de ellas, unas gaviotas, bajo ellas, en las faldas de la montaña, un corro de sombras.

– Ciri y Triss Merigold, la visión de Kaer Morhen.

Sonrisa, asentimiento, un paso, otro cuadro. Un jinete al galope, por una fila de alisos deformados, que estiraban hacia él los brazos de sus ramas. Condwiramurs sintió cómo la atravesaba un escalofrío.

– Ciri… Humm… Creo que es su cabalgata para encontrarse con Geralt en la granja del mediano Hofmeier.

La siguiente imagen, un óleo oscurecido. Una escena de batalla.

– Geralt y Cahir defienden el puente del Yaruga.

A continuación fue más rápido.

– Yennefer y Ciri, su primer encuentro en el santuario de Melitele. Jaskier y la dríada Eithné en el bosque de Brokilón. La compaña de Geralt durante la tormenta de nieve en el paso de Malheur…

– Bravo, perfecto -la cortó Nimue-. Conoces estupendamente las topeadas. Ahora ya sabes la otra razón por la que tú estás aquí y no otra persona.

Por encima de la mesita de ébano a la que se sentaron colgaba un enorme lienzo de batallas que presentaba, por lo que parecía, la batalla de Brenna, algún momento clave de la lucha o bien una escena más bien hortera con la muerte de algún héroe. El lienzo, fuera de toda dada, era obra de Nicolás Certos, se podía reconocer por la expresión, elperfecto cuidado por el detalle y los efectos de iluminación típicos del artista.

– Cierto, conozco las leyendas acerca del brujo y la bruja -respondió Condwiramurs-. Las conozco, no dudo en decirlo, fragmentariamente. Siendo una cría, amaba estas historias, las leía una y otra vez. Y soñaba con ser Yennefer. Seré sincera, sin embargo: incluso si se trató de un amor a primera vista, incluso si fue un estallido de pasiones… no fue un amor eterno.

Nimue alzó las cejas.

– Conocí la historia -siguió Condwiramurs- en los resúmenes populares y las versiones para niños, chuletas recortadas y adecentadas ad usum delphini. Luego continué de forma natural con las versiones completas y serias. Dilatadas hasta la frontera de la redundancia y a veces más allá. Entonces mi pasión fue sustituida por una reflexión flemática y la pasión salvaje dio paso a algo parecido a la obligación matrimonial. No sé si entiendes a qué me refiero.

Nimue le confirmó que lo comprendía con un movimiento de cabeza apenas perceptible.

– Resumiendo, prefiero aquellas leyendas que se atienen más a las convenciones legendarias, no mezclan la ficción con la realidad y no intentan aunar la simple y sincera moral del cuento de hadas con la verdad histórica, que es profundamente inmoral. Prefiero las leyendas sin los prólogos de los enciclopedistas, arqueólogos e historiadores. Aquéllas cuyo convencionalismo está libre de experimentos. Prefiero que si el príncipe sube a la cumbre de la Montaña de Cristal y besa a la bella durmiente, ésta se despierte y los dos vivan después eternamente felices. Así, y no de otro modo, tienen que acabarse las leyendas… ¿De qué pincel es este retrato de Ciri? ¿Ese en pied?

– No existe retrato alguno de Ciri. -La voz de la pequeña hechicera era imparcial hasta el hueso-. Ni aquí ni en ningún lugar del mundo. No se ha conservado ningún retrato, ni una miniatura pintada por alguien que hubiera podido ver a Ciri, conocerla o siquiera recordarla. El retrato en pied representa a Pavetta, la madre de Ciri, y lo pintó el enano Ruiz Dorrit, pintor de palacio de los señores de Cintra. Se sabe que Dorrit pintó a Ciri a la edad de diez años, también en pied, pero la tela, llamada Infanta con galgo, se perdió, por desgracia. Volvamos sin embargo a la leyenda y a tus relaciones con ella. Y a lo que, en tu opinión, debiera ser la forma de terminarse de la leyenda.

– Debe terminarse bien -dijo Condwiramurs con una convicción un tanto agresiva-. El bien y la justicia tienen que triunfar, el mal ha de recibir un castigo ejemplar, el amor ha de unir a los amantes como coronación de sus vidas. ¡Y ninguno de los héroes positivos puede morir, rayos! ¿Y la leyenda de Ciri? ¿Cómo termina?

– Precisamente. ¿Cómo?

Condwiramurs se quedó muda por un instante. No se esperaba aquella pregunta, olía a prueba, examen, trampa. Calló para no que no la pillaran.

¿Cómo termina la leyenda de Ciri y Geralt? Pues si lo sabe todo el mundo. Miró una acuarela de tonos oscuros que presentaba una barca borrosa deslizándose por la superficie de un lago borroso por los vapores. La barca iba propulsada por una mujer que empujaba con una larga pértiga, una mujer que sólo era visible como una silueta negra.

Precisamente así termina la leyenda. Precisamente así.

Nimue leyó sus pensamientos.

– No es tan seguro que fuera así, Condwiramurs. No es tan seguro.

– La leyenda -comenzó Nimue- la conocí de labios de un cuentista vagabundo. Soy moza de aldea, la cuarta hija de un carretero de pueblo. Los días en los que estuvo en nuestra aldea el cuentista Silbón, viejo vagabundo, fueron los más hermosos de mi niñez. Se podía descansar de las fatigas, contemplar con los ojos del alma aquellos prodigios de cuento de hadas, ver aquel mundo tan lejano… Un mundo hermoso y milagroso… Más lejano y milagroso que el mercado de la ciudad que estaba a nueve millas…

«Tenía por entonces como seis o siete años. Mi hermana mayor tenía catorce. Y ya estaba doblada de agacharse para trabajar. ¡El destino de la hembra! ¡Para esto nos preparaban desde pequeñas a las muchachas! ¡Agáchate! Agacharse eternamente, agacharse y doblarse para trabajar, para cuidar del niño, a causa del peso de la tripa que tu hombre te ha hecho apenas te has recuperado del parto…

«Fueron estos relatos de viejo los que hicieron que comenzara a desear algo más que afanarse y agacharse, soñar con algo más que parir, que el marido y los hijos. El primer libro que compré con lo que saqué de la venta de moras que recogí en el bosque fue la leyenda de Ciri. Una versión, como bien dijiste, adecentada, para niños, un ladrillo ad usum delphini. Era una versión que ni pintada para mí. Apenas sabía leer. Pero ya entonces sabía lo que quería. Quería ser como Filippa Eilhart, como Sheala de Tancarville, como Assire var Anahid…

Las dos miraron un guache que presentaba en un sutil claroscuro la sala de un castillo, una mesa y unas mujeres que estaban sentadas a una mesa. Unas mujeres legendarias.

– En la academia -siguió Nimue- en la que ingresé al segundo intento, me ocupé del mito tan sólo en lo relativo a la Gran Logia que aparecía en la asignatura de Historia de la Magia. Al principio no tenía demasiado tiempo para leer por placer, tenía que empollar para… para mantener el paso con las hijas de los condes y banqueros a las que Indo les era fácil, que se reían de una mozuela de aldea…

Enmudeció, separó los dedos con un chasquido.

– Por fin -continuó-, encontré tiempo para la lectura, pero entonces me di cuenta de que las peripecias de Geralt y Ciri me interesaban bastante menos que en mi infancia. Apareció un síndrome parecido al que tú describías. ¿Cómo lo has llamado? ¿Obligaciones matrimoniales? Así fue hasta el momento…

Enmudeció, se pasó la mano por el rostro. Condwiramurs advirtió con asombro que la mano de la Dama del Lago temblaba.

– Tenía dieciocho años, creo, cuando… cuando sucedió algo. Algo que ocasionó que la leyenda de Ciri reviviera dentro de mí. Que hizo que comenzara a ocuparme de ella seriamente y con afán científico. Que me impulsó a sacrificarle mi vida.

La adepta guardaba silencio, aunque en su interior estaba ardiendo de curiosidad.

– No finjas que no lo sabes -dijo Nimue con aspereza-. Todos saben que la Dama del Lago está poseída por una obsesión casi enfermiza por la leyenda de Ciri. Todos cotillean acerca de esta vena que al principio había sido inocente, pero que se convirtió luego en algo parecido a una dependencia narcótica o incluso una manía. En esos cotilleos, mi querida Condwiramurs, hay mucho de verdad. Y tú, puesto que te he elegido como asistente, también caerás en la manía y la dependencia. Ya que te lo exigiré. Por lo menos durante el tiempo de la práctica. ¿Entiendes?