Sonrió. Tenía unos dientes grandes, muy echados hacia delante, a causa de un mal encaje de los maxilares y la mandíbula retrasada. Era a consecuencia de ello que balbuceaba.
– El Viejo del Bosque no teme a los peregrinos -repitió-. Ni a los ladrones. El Viejo del Bosque es pobre, menesteroso. El Viejo del Bosque es tranquilo, a nadie amenaza. ¡Hey!
Sonrió de nuevo. Cuando sonreía parecía no estar compuesto más que de dientes delanteros.
– ¿Y tú, señora mía, no temes al Viejo del Bosque?
Ciri bufó.
– Pues hazte a la idea de que no. Tampoco soy de las miedosas.
– ¡Hey, hey, hey! ¡Lo que dices!
Dio un paso hacia ella, apoyándose en el bastón. Kelpa bufó. Ciri tiró de las riendas.
– No le gustan los extraños -advirtió-, Y sabe morder.
– ¡Hey, hey! El Viejo del Bosque lo sabe. ¡Yegua mala, remala! Y por curiosidad, ¿de dónde viene la señora? ¿Y adonde, por así decirlo, se encamina?
– Es una larga historia. ¿Adonde lleva este camino?
– ¡Hey, hey! ¿No lo sabe la señora?
– No respondas a una pregunta con una pregunta, si no te importa. ¿Adonde llegaría por este camino? ¿Qué lugar es éste? ¿Y qué… qué época?
El vejete de nuevo sacó los dientes, los movió como una nutria.
– Hey, hey -balbuceó-. Lo que dices. ¿Qué época, pregunta la señora? ¡Oy, de lejos, se ve, de lejos vino la señora hasta el Viejo del Bosque!
– De muy lejos, cierto -afirmó ella con indiferencia-. De otros…
– Tiempos y lugares -terminó él-. El Viejo lo sabe. El Viejo se lo imagina.
– ¿El qué? -preguntó excitada-. ¿El qué te has imaginado? ¿Qué sabes?
– El Viejo del Bosque sabe mucho.
– ¡Habla!
– ¿La señora está hambrienta? -Sacó los dientes-. ¿Sedienta? ¿Fatigada? Si se quiere, el Viejo del Bosque la llevará a su cabaña, alimentará, dará de beber. Y la alojará.
Hacía mucho tiempo que Ciri no había tenido ni tiempo ni cabeza para pensar en el descanso y la comida. Ahora, las palabras del extraño viejo hicieron que se le encogieran las tripas, se le hiciera un nudo en los intestinos y la lengua le desapareciera allá lejos. El vejete la observó desde por debajo del círculo de su sombrero.
– El Viejo del Bosque -balbuceó- tiene en la choza comida. Tiene agua de la fuente. Tiene hasta paja para la yegua, ¡yegua mala que quería morder al buen Viejo! ¡Hey! Todo hay en la choza del Viejo del Bosque. Y hablar de lugares y tiempos se podrá… No es lejos, no. ¿Usará de ello la señora peregrina? ¿No desatenderá la hospitalidad de este menesteroso Viejo pobrejo?
Ciri tragó saliva.
– Guíame.
El Viejo del Bosque se dio la vuelta y se encaminó por un sendero apenas visible entre la espesura, midiendo el camino con enérgicos golpes de su bastón. Ciri le iba siguiendo, inclinando la cabeza ante las ramas y tirando del bocado de Kelpa, que ciertamente se había empeñado en morder al viejo o al menos en comerse su sombrero. Pese a las aseveraciones, no estaba cerca en absoluto. Cuando llegaron al lugar, a un claro, el sol estaba ya casi en su cénit.
La choza del Viejo resultó ser una chabola pintoresca sobre unos palos, con un tejado que evidentemente había sido reparado a menudo y con ayuda de lo primero que se tenía a mano. Las paredes de la choza estaban cubiertas con pieles que parecían de cerdo. Delante de la choza había una construcción de madera en forma de cadalso, una mesa baja y un tronco con un hacha clavada en él. Detrás de la choza había un hogar de piedra y barro sobre el que había unas grandes ollas ennegrecidas.
– Ésta es la casa del Viejo del Bosque. -El anciano señaló con su bastón, no sin cierto orgullo-. Aquí vive el Viejo del Bosque. Aquí duerme. Aquí prepara la comida. Si hay qué preparar. Arduo, pero arduo es hallar comida en despoblado. ¿La señora peregrina gusta de las gachas de harina?
– Gusta. -Ciri de nuevo tragó saliva-. De todo gusta.
– ¿Con carnecilla? ¿Con manteca? ¿Con torreznos?
– Mmm.
– Pues no se ve -el Viejo le lanzó una mirada apreciativa- que la señora haya probado últimamente de la carne y los torreznos, oh, no. Delgaducha señora, delgaducha. ¡Piel y huesos! ¡Hey, hey! ¿Y qué es eso? ¿Detrás de la señora?
Ciri se dio la vuelta, dejándose atrapar por el truco más viejo y primitivo del mundo. Un terrible golpe del nudoso bastón le acertó directamente en la sien. Sus reflejos bastaron sólo para alzar la mano, la mano amortiguó en parte un golpe capaz de romper el cráneo como un huevo. Pero igualmente se encontró Ciri en la tierra, aturdida, atontada y completamente desorientada.
El Viejo, sonriendo, se lanzó a ella y le dio con el bastón otra vez. Ciri consiguió cubrir la cabeza con las manos de nuevo, el resultado fue que ambas se le quedaron inermes. La izquierda estaba rota con toda probabilidad, el hueso del metacarpo se había quebrado de seguro.
El viejo, saltando, la alcanzó por el otro lado y le dio con el palo en la tripa. Ella gritó, haciéndose un ovillo. Entonces él se lanzó sobre ella como un halcón, le dio la vuelta poniéndole el rostro contra la tierra, la sujetó con sus rodillas. Ciri se tensó, lanzándose hacia atrás con fuerza y fallando, dio un violento golpe con el codo y acertó. El Viejo bramó rabioso y le asestó un trompazo en la nuca con tanta fuerza que le clavó el rostro en la arena. Le agarró por los cabellos cerca del cuello y apretó contra la tierra las narices y la boca. Ella sintió que se ahogaba. El vejete se arrodilló sobre ella, aún apretándole la cabeza contra la tierra, le arrancó la espada de la espalda y la arrojó. Luego comenzó a forcejear con los pantalones, encontró la hebilla, la desató. Ciri aulló, ahogándose y escupiendo arena. Él la apretó más fuerte, la inmovilizó, apretando sus cabellos en un puño. Con un fuerte tirón le bajó los pantalones.
– Hey, hey -balbuceó, jadeando-. Pero vaya culete que le ha caído en gracia al Viejo. Uh, uuh, hace mucho, mucho que el Viejo no tenía uno así.
Ciri, sintiendo el asqueroso contacto de sus secas manos ganchudas, aulló con la boca llena de arena y agujas de pino.
– Quédate tranquila, señora. -Escuchó cómo le echaba saliva, humedeciéndole las nalgas-. El Viejo ya no es joven, no de una vez, poco a poco… Pero sin miedo, el Viejo hará lo que hay que hacer. ¡Hey, hey! Y luego el Viejo comerá, hey, comerá… Tocinillo…
Se detuvo, gritó, ladró.
Al sentir que la presión se aligeraba, Ciri se retorció, se liberó y se alzó como un muelle. Y vio lo que había pasado.
Kelpa, acercándose con sigilo, había agarrado al Viejo del Bosque con los dientes por su coleta y lo había alzado hacia arriba. El viejo aullaba y graznaba, se agitaba, daba patadas y golpes con los pies, por fin consiguió liberarse, dejando en los dientes de la yegua un largo mechón gris. Quiso agarrar su bastón, pero Ciri de un puntapié lo alejó del alcance de sus manos. Con otro puntapié quiso saludarle en donde se merecía, pero los pantalones bajados casi hasta la mitad de los muslos le impedían los movimientos. El tiempo que le costó el subírselos lo utilizó muy bien el Viejo. Con unos cuantos saltos se acercó al tronco, sacó de él el hacha, la agitó espantando a Kelpa, todavía rabiosa. Bramó, mostró sus horribles dientes y se lanzó contra Ciri, alzando el hacha para golpear.
– ¡El Viejo te va a encular, mozuela! -aulló salvaje-. ¡Y aunque el Viejo te haya de esmenuzar de arriba abajo! ¡Al Viejo igual le da, toda o en porciones!
Pensó que iba a dar cuenta de él con facilidad. Al cabo, no era más que un viejo y cascado abuelete.
Se equivocaba del todo.
Pese a sus monstruosas alpargatas saltaba como una cabra, se retorcía como un conejo y manejaba el hacha de torcido mango con la habilidad de un carnicero. Cuando la oscura y afilada hoja casi la rozó algunas veces, Ciri se dio cuenta de que lo último que la podía salvar era la huida.
Pero la salvaron un afortunado cúmulo de circunstancias. Al retroceder, tropezó con su espada. La alzó como un rayo.