– Por supuesto.
– Menos luz en el hemisferio norte significa que la nieve yace más tiempo. La nieve blanca y brillante refleja la luz del sol, la temperatura cae aún más. La nieve yace gracias a ello aún más tiempo, en zonas cada vez más amplias no se funde del todo o lo hace sólo por muy poco tiempo. Cuanta más nieve y durante más tiempo, mayor es la superficie blanca y brillante que refleja…
– Lo he entendido.
– La nieve cae, cae y hay más cada vez. Date cuenta pues de que con las corrientes marinas viajan desde el sur masas de aire caliente que acaban sobre el frío continente norteño. El aire caliente se condensa y nieva. Cuanto mayor sea la diferencia de temperatura, más abundante será la nevada. Cuanto mayor sea la nevada, más nieve blanca que no se funde. Más frío. Mayor diferencia de temperatura y más abundante la condensación de las masas de aire…
– Lo he entendido.
– La capa de nieve se hace tan pesada como para convertirse en hielo prensado. En un glaciar. Sobre el que, como ya sabemos, sigue cayendo la nieve, apretándolo aún más. El glaciar crece, no sólo es cada vez más grueso sino que se extiende, cubriendo cada vez mayores territorios. Territorios blancos…
– Que reflejan los rayos solares. -Condwiramurs afirmó con la cabeza-. Frío, frío, aún más frío. El Frío Blanco profetizado por Itlina. ¿Pero es posible un cataclismo? ¿De verdad nos amenaza que el hielo que yace en el norte desde siempre comience de improviso a avanzar hacia el sur, aplastando, arrasando y cubriéndolo todo? ¿A qué velocidad crece la capa de hielo de los polos? ¿A qué velocidad?
– Como seguramente sabes -dijo Nimue con la vista clavada en el lago-, el único puerto que no se hiela en el golfo de Praxeda es Pont Vanis.
– Lo sé.
– Acrecentaré tu conocimiento: hace cien años no se congelaba ninguno de los puertos del golfo. Hace cien años, hay numerosos testimonios, en Talgar crecían pepinos y calabazas, en Caingorn se cultivaban girasoles y altramuces. Hoy día no se cultivan porque las verduras mencionadas no pueden crecer allí, simplemente hace demasiado frío. ¿Y sabes que en Kaedwen había viñedos? El vino de aquellas vides no debía de ser del mejor porque de los documentos conservados se extrae que era muy barato. Pero también le cantaban los poetas locales. Hoy en Kaedwen no crecen viñas en absoluto. Porque los inviernos actuales, a diferencia de los antiguos, traen fuertes heladas, y las heladas fuertes matan la vid. No sólo detienen su crecimiento sino que la matan. La destruyen.
– Lo entiendo.
– Sí -reflexionó Nimue-. ¿Qué voy a añadir más? Quizá que la nieve cae en Talgar a mitad de noviembre y baja hacia al sur a una velocidad de más de cincuenta millas por hora. ¿O que entre diciembre y enero hay tormentas de nieve en Alba, donde hace cien años la nieve era todo un acontecimiento? ¡Y que aquí la nieve se funde y los lagos se deshielan en floreal lo saben hasta los niños! Y los niños se extrañan de que a este mes se le llame el de las flores. ¿No te extrañaba a ti?
– No mucho -reconoció Condwiramurs-. Al fin y al cabo en mi tierra, en Vicovaro, no se llama floreal, sino abril. O en élfico: Birke. Pero entiendo lo que quieres sugerir. El nombre del mes procede de tiempos antiguos en los que en floreal verdaderamente todo florecía…
– Esos tiempos antiguos son como mucho cien, ciento veinte años. Eso es casi ayer, muchacha. Itlina tenía razón por completo. Su profecía se está cumpliendo. El mundo morirá bajo una capa de hielo. La civilización desaparecerá por culpa de una Destructora que podría, tendría la posibilidad de abrir un camino de salvación. Como sabemos por la leyenda, no lo hizo.
– Por causas que la leyenda no aclara. O aclara con ayuda de una moraleja tonta e ingenua.
– Eso es cierto. Pero un hecho es un hecho. El hecho es el Frío Blanco. La civilización del hemisferio norte está condenada a la destrucción. Desaparecerá bajo el hielo de un glaciar, bajo la nieve eterna. No hay sin embargo que dejarse llevar por el pánico, porque pasará algún tiempo antes de que esto suceda.
El sol se había puesto del todo, de la superficie del lago había desaparecido el brillo cegador. Ahora, sobre el agua caía un haz de una luz más blanda y suave. Sobre la torre de Inis Vitre salió la luna, clara como un talero partido por la mitad.
– ¿Cuánto tiempo? -preguntó Condwiramurs-. ¿Cuánto tiempo, según tú, habrá de pasar? Es decir, ¿cuánto tiempo tenemos?
– Mucho.
– ¿Cuánto, Nimue?
– Como unos tres mil años.
En el lago, en la barca, el Rey Pescador golpeó con el remo y maldijo. Condwiramurs suspiró ruidosamente.
– Me has tranquilizado un poco -dijo al cabo-. Pero sólo un poco.
El siguiente lugar fue uno de los más horribles que Ciri hubiera visto, con toda seguridad se situaba entre los primeros diez, y hasta a la cabeza de ellos. Era un puerto, un canal del puerto, vio barcos y galeras junto a muelles y palangres, vio un bosque de mástiles, vio velas colgando pesadas en el aire inmóvil. Alrededor se retorcían y alzaban columnas de humo, un humo apestoso.
El humo se alzaba también desde unas torcidas chozas que estaban junto al canal. Se oían desde allí voces, el sonido de un niño llorando.
Kelpa brincó, tirando con fuerza de la testa, retrocedió, golpeando con sus cascos sobre los adoquines. Ciri miró abajo y vio ratas muertas. Estaban por todos lados. Unos roedores muertos, retorcidos de dolor, con pálidas patitas rosas.
Algo está mal ¿qué, pensó, sintiendo cómo la atrapaba el pánico. Huir. Huir de aquí lo más rápido posible.
Junto a un poste donde había redes y cuerdas colgadas estaba sentado un hombre con la camisa abierta, con la cabeza torcida sobre el hombro. Unos pasos más adelante yacía otro. No tenían aspecto de estar durmiendo. Ni siquiera temblaron cuando los cascos de Kelpa resonaron sobre las piedras a su lado.
Ciri bajó la cabeza al pasar junto a unos trapos colgados de las cuerdas y que emitían un fuerte olor a grasa.
En la puerta de una de las chabolas se veía una cruz pintada con cal o pintura blanca. Por detrás de su tejado se elevaba hacia el cielo un humo negro. El niño seguía llorando, alguien gritó a lo lejos, alguien más cercano tosió y bufó. Un perro aullaba. Ciri sintió cómo le picaban las manos. Miró.
Tenía las manos como el carbón, cubiertas de los negros puntos de unas pulgas. Gritó con todas sus fuerzas. Temblando por completo a causa del miedo y el asco, comenzó a retorcerse y agitarse, moviendo las manos con violencia. Kelpa, asustada, se echó al galope, Ciri por poco no cayó. Apretando los lados de la yegua con sus muslos, se peinó y desenredó sus cabellos, se limpió la chaqueta y la camisa. Kelpa entró al galope en una calleja cubierta de humo. Ciri gritó de horror.
Cabalgaba por el infierno, por el hades, por la más pesadillesca de las pesadillas. Entre casas marcadas con cruces blancas. Entre montones de harapos humeantes. Entre muertos que yacían aislados y muertos que yacían en montones, unos sobre otros. Y entre espectros vivos, demacrados, medio desnudos, con las mejillas quebradas por el dolor, retorciéndose entre el estiércol, gritando en una lengua que no entendía, alzando hacia ella unos brazos delgados, cubiertos de horribles costras sangrientas.
¡Huir! ¡Huir de aquí!
Incluso en la oscura nada, en el no ser del archipiélago de lugares, Ciri siguió percibiendo largo tiempo el hedor y el humo en sus fosas nasales. El siguiente lugar también era un puerto. También aquí había un muelle, había un canal, en el canal, cocas, barcas, escúters, barcos, y sobre ellos un bosque de mástiles. Pero allí, en aquel lugar, junto a los mástiles, chillaban alegres las gaviotas y apestaba normal y como en casa: a madera húmeda, a agua del mar, y también a pescado en todas sus tres variantes principales: fresco, pasado y frito.