Выбрать главу

Al tocarla ella se alzó con ímpetu, tumbando la jarra, por suerte ya vacía. Lanzó la mano a la espada, pero se tranquilizó casi al instante. Estaba en la posada de El Gato Negro, debía de haber estado soñando, dormitando sobre la mesa. La mano que tocó sus cabellos era la de la corpulenta ama. A Ciri no le gustaban aquel tipo de confianzas, pero de la mujer irradiaba una amabilidad y una bondad que no se podían pagar con desprecios. Se dejó acariciar la cabeza, escuchó la sonora y melodiosa lengua con una sonrisa.

Estaba cansada.

– Tengo que irme -dijo por fin.

La mujer sonrió, habló cantarína. ¿Cómo será posible, pensó Ciri, quién será el responsable de que en todos los mundos, lugares y tiempos, en todas las lenguas y dialectos, esta única palabra siempre es comprensible? ¿Y siempre parecida?

– Sí. Tengo que ir a buscar a mamá. Mi mamá me está esperando.

La posadera la acompañó hasta la calle. Antes de que Ciri se subiera a la silla, la abrazó de pronto con fuerza, la apretó contra su abundante pecho.

– Hasta la vista. Gracias por la hospitalidad. Vamos, Kelpa.

Cabalgó directamente hacia el arqueado puente sobre el tranquilo río. Cuando los cascos de la yegua golpearon sobre las piedras, se dio la vuelta. La mujer seguía de pie frente a la posada.

Concentración, los puños en las sienes. En los oídos un zumbido como en el interior de una concha marina. Un relámpago. Y una violenta nada, blanda y negra.

– ¡Bonne chance, ma filie! -gritó en su dirección Teresa Lapin junto al camino que llevaba de Melun a Auxerre-. ¡Suerte en tu viaje!

*****

Concentración, los puños junto a las sienes. Ruido en los oídos, como en el interior de una concha marina. Un relámpago. Y de forma brutal una blanda y negra nada. Lugares. Un lago. Una isla. La luna como si fuese un talero partido por la mitad, su brillo cae sobre el agua en una franja luminosa. En la franja una barca, en ella un hombre con una caña. En la terraza de una torre… ¿dos mujeres?

Condwiramurs no aguantó, gritó de la emoción, se cubrió de inmediato la boca con la mano. El Rey Pescador dejó caer la red con un chapoteo, blasfemó terriblemente y luego abrió la boca y también se quedó congelado. Nimue ni siquiera tembló. La superficie del lago, cruzada por un rayo de luz de luna, estalló como estalla una vidriera rota. Del estallido surgió un caballo negro. Con un jinete sobre su lomo. Nimue extendió la mano con serenidad, gritó un hechizo. El tapiz que estaba sobre un soporte ardió de pronto, se iluminó con una nube de lucecillas multicolores. Las lucecillas se reflejaron en el óvalo del espejo, bailotearon, se amontonaron sobre el cristal como abejas de colores y de pronto fluyeron en un espejismo irisado que se extendió en una niebla que provocó que todo se volviera tan claro como si fuera de día. La negra yegua se alzó de manos, relinchó con fuerza. Nimue extendió bruscamente las manos, gritó una fórmula. Condwiramurs, al ver la imagen que surgía en el aire y crecía, se concentró mucho. De inmediato la imagen se hizo más nítida. Se convirtió en un portal. Una puerta por la que se veía…

Una llanura repleta de barcos naufragados. Un castillo clavado en un agudo acantilado de piedra, enseñoreándose sobre el oscuro espejo de un lago de montaña…

– ¡Por allá! -Nimue lanzó un fuerte grito-. ¡Éste es el camino por el que has de seguir! ¡Ciri, hija de Pavetta! ¡Entra en el portal, sigue el camino que conduce a tu encuentro con el destino! ¡Que se cierre la rueda del tiempo! Que la serpiente Uroboros clave los dientes en su propia cola.

»¡No sigas vagando! ¡Apresúrate, apresúrate a ayudar a los tuyos! Éste es el camino verdadero, brujilla.

La yegua volvió a relinchar, otra vez golpeó con sus cascos en el aire. La muchacha en la silla giró la cabeza, mirándola consecutivamente a ella y a la imagen producida por el tapiz y el espejo. Se recogió los cabellos y Condwiramurs vio la fea cicatriz en su mejilla.

– ¡Confía en mí, Ciri! -gritó Nimue-. ¡Si ya me conoces! ¡Ya me has visto antes!

– Lo recuerdo -escucharon-. Confío, gracias.

Vieron cómo la yegua, al espolearla, trotó con un paso leve y bailarín hacia la claridad del portal. Antes de que la imagen se deshiciera y se borrara, vieron cómo la muchacha de los cabellos grises las despedía con la mano, vuelta en la silla hacia ellas. Y luego todo desapareció. La superficie del lago se serenó poco a poco, el rayo de luz de luna volvió a quedarse quieto.

Había un silencio tan grande que les parecía que oían hasta la ronca respiración del Rey Pescador.

Conteniendo las lágrimas que le pulsaban en los ojos, Condwiramurs abrazó con fuerza a Nimue. Sintió cómo temblaba la pequeña hechicera. Se mantuvieron abrazadas durante algún tiempo. Sin palabras. Luego las dos se dieron la vuelta y miraron el lugar donde había desaparecido la Puerta de los Mundos.

– ¡Suerte, brujilla! -gritaron a la vez-. ¡Suerte en tu viaje!

Fin del volumen primero

Volumen II

Capítulo 8

No lejos de aquel barrizal, lugar de aquella terrible batalla en la que casi toda la fuerza del norte se enfrentaba a casi toda la potencia del agresor nilfgaardiense, había dos aldeas de pescadores: Culos Viejos y Brenna. Mas como para entonces Brenna estaba quemada hasta los cimientos, de inmediato se comenzó a hablar de «la batalla de Culos Viejos». No obstante, hogaño nadie habla si no es de la «batalla de Brenna», y dos son las causas de ello. Primo, Brenna, hoy rehecha, es aldea grande y próspera, mientras que Culos Viejos no se repobló y hasta sus huellas se perdieron entre la ortiga, el carrizo y la bardana. Secundo, tal nombre digno no era de estar conectado con aquella famosa, epocal y al mismo tiempo trágica lucha. Porque y cómo es esto: hete aquí una batalla en la que más de treinta miles de personas dejaron la vida, y allí, no sólo Culos, sino que además Viejos. Por ello en todos los escritos históricos y militares no más que se acostumbra a hablar de la batalla de Brenna, lo mismo en los de nuestras tierras como en las fuentes nilfgaardienses, las cuales, notabene, muchas son más que las nuestras.

Reverendo Jarre de Ellander el Viejo,

Annales seu Cronicae Incliti Regni Temeriae

*****

– Cadete Fitz-Oesterlen, suspenso. Siéntese, por favor. Quiero llamar la atención del señor cadete sobre que la falta de conocimiento de las famosas e importantes batallas de la historia de la propia patria es una ironiza para todo patriota y buen ciudadano, pero en el caso de un futuro oficial es simplemente una ignominia. Me permito además una pequeña consideración, cadete Fitz-Oesterlen. Desde hace veinte años, es decir, desde que soy profesor en esta escuela, no recuerdo ningún examen en el que no haya caído una pregunta acerca de la batalla de Brenna. La ignorancia de este hecho cierra prácticamente las posibilidades de una carrera militar. Pero cuando se es barón no hay ninguna obligación de ser oficial, se pueden probar las fuerzas en la política. O en la diplomacia. Lo que le deseo de todo corazón, cadete Fitz-Oesterlen. Y nosotros volvemos a Brenna, señores. ¡Cadete Puttkammer!

– ¡Presente!

– Al mapa, por favor. Continúe. Desde el lugar en el que al señor barón se le fue la olla.

– ¡A la orden! La razón por la que el mariscal de campo Menno Coehoorn decidió realizar una maniobra y una marcha rápida al oeste fueron los informes de los servicios secretos que hablaban de que el ejército de los norteños iba en ayuda de la fortaleza de Mayenna, que estaba sitiada. El mariscal decidió cortarles el camino a los norteños y obligarlos a una lucha decisiva. Con este objetivo se dividieron las fuerzas del grupo de ejércitos Centro. Parte de ellas las dejó junto a Mayenna, con el resto de las fuerzas se lanzó a una marcha rápida…