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– No me acuerdo. -Condwiramurs se detuvo. Nimue sonrió-. Bueno, vale. -La adepta respingó con fuerza, impidiendo a la Dama del Lago cualquier comentario burlón-. Cierto, a veces me olvido. Nadie es perfecto. Te repito que mis sueños son visiones, no un catálogo de biblioteca…

– Lo sé -la interrumpió Nimue-. No estamos haciendo un examen de tus capacidades como soñadora, estamos analizando la leyenda. Sus enigmas y flecos. Y al fin y al cabo no nos va mal, ya en los primeros sueños has descubierto quién era la muchacha del retrato, el doble de Ciri con el que Vilgefortz intentó engañar al emperador Emhyr…

Se interrumpieron porque el Rey Pescador entró en la cocina. Haciendo una reverencia y gruñendo, tomó pan de un aparador, una vasija doble y un rollo de lienzo. Salió, sin olvidar inclinarse y gruñir.

– Cojea mucho -dijo Nimue en apariencia desganada-. Lo hirieron gravemente. Un jabalí le machacó la pierna en una cacería. Por eso pasa tanto tiempo en la barca. Entre remos y pescados la herida no le molesta y en la barca olvida su cojera. Es un hombre bueno y muy honrado. Y yo…

Condwiramurs guardó silencio con cortesía.

– Necesito un hombre -aclaró con imparcialidad la pequeña hechicera.

Yo también, pensó la adepta. Rayos, en cuanto vuelva a la academia me dejaré engatusar por alguien. El celibato está bien, pero no más de un semestre.

Nimue carraspeó.

– Si has terminado de desayunar y de soñar, vamos a la biblioteca.

*****

– Volvamos a tu sueño.

Nimue abrió la carpeta, repasó unas acuarelas hechas a la sepia, extrajo una. Condwiramurs la reconoció al instante.

– ¿La audiencia de Loe Grim?

– Por supuesto. El doble es presentado en el palacio imperial. Emhyr finge que se deja engañar, pone buena cara al mal tiempo. Éstos son, mira, los embajadores de los reinos del norte, para los que se interpreta este espectáculo. Aquí contemplamos a los duques nilfgaardianos para los que era una afrenta el que el emperador rechazara a sus hijas, despreciara las ofertas de alianzas. Ansiosos de venganza, susurran, apiñados los unos hacia los otros, rumian ya traiciones y muerte. La muchacha está de pie, con la cabeza inclinada, el artista, para acentuar el misterio, la embutió en un pañizuelo que le cubría los rasgos de la cara.

»Y nada más sabemos sobre la falsa Ciri -continuó al cabo la hechicera-. Ninguna de las versiones de la leyenda describe lo que le sucedió después al doble.

– Habría que imaginarse, sin embargo -dijo Condwiramurs con acento triste-, que la suerte de la muchacha no fue para dar envidia. Cuando Emhyr consiguió el original, y sabemos que lo consiguió, se libró de la falsificación. Cuando soñé, no percibí tragedia y, de hecho, debiera haber sentido algo si… Por otro lado, lo que veo en sueños no tiene por qué ser verdad. Como todo ser humano, sueño ilusiones. Deseos. Nostalgias… Y miedos.

– Lo sé.

Discutieron hasta la hora de la comida, examinando carpetas y fascículos de grabados. La pesca se le debía de haber dado bien al Rey Pescador, porque para almorzar había salmón a la parrilla. Para cenar también.

Condwiramurs durmió mal por la noche. Había comido demasiado. No había soñado nada. Estaba un tanto enfurecida y avergonzada por ello, pero Nimue no mostró preocupación alguna. Tenemos tiempo, dijo. Tenemos todavía muchas noches. La torre de Inis Vitre tenía varios cuartos de baño, bastante lujosos, de claros mármoles y brillante hojalata, calentados por un hipocausto que se encontraba en algún lugar del sótano. Condwiramurs no sentía embarazo de ocupar los baños durante horas, pero también se encontraba a veces con Nimue en la sauna, una pequeña cabaña de madera con un desembarcadero que salía hacia el lago. Mojadas, respirando el vapor que exhalaban las piedras regadas con agua, se sentaban ambas en unos banquitos, golpeándose de buena gana con unas escobillas de abedul mientras un sudor salado les corría hasta los ojos.

– Si no he entendido mal -Condwiramurs se limpió el rostro-, mi práctica en Inis Vitre consistirá en soñar todos los huecos de las leyendas sobre el brujo y la bruja, ¿no?

– Has entendido bien.

– ¿De día, a base de contemplar grabados y discutir, tengo que cargarme para soñar, para que en la noche pueda soñar una versión verdadera, desconocida para todo el mundo, de estos acontecimientos?

Esta vez Nimue no consideró necesario confirmarlo. Tan sólo se atizó unas cuantas veces con la escobilla, se levantó y vertió agua sobre las piedras ardientes. El vapor borboteó, su calor les privó de aliento por un segundo.

Nimue se echó por encima el resto del agua del balde. Condwiramurs admiró su figura. Aunque era pequeña, la hechicera era de proporcionada constitución. Las formas y tactos de su piel podían muy bien ser la envidia de una veinteañera. Condwiramurs, por no ir más lejos, tenía veinticuatro años. Y la envidiaba.

– Pero incluso si sueño algo -continuó, limpiándose de nuevo el rostro sudoroso-, ¿cómo vamos a estar seguras de que he soñado la versión verdadera? Ciertamente, no sé…

– De esto hablaremos luego -le cortó Nimue-. Fuera. Estoy ya harta de estar sentada en esta olla. Vamos a refrescarnos. Y luego hablaremos.

Aquello también era parte del ritual. Salieron corriendo de la sauna, con sus pies desnudos repiqueteando sobre las tablas del desembarcadero, luego saltaron al lago, lanzando fieros chillidos. Una vez que se hubieron remojado, se subieron al desembarcadero, se escurrieron los cabellos.

El Rey Pescador, alarmado por los chapoteos y los chillidos, miró desde su bote, las vio, haciéndose sombra en los ojos con la mano, pero al momento se dio la vuelta y se afanó de nuevo en sus aparejos de pesca. Condwiramurs consideró aquel comportamiento como insultante y reprensible. Su opinión acerca del Rey Pescador había cambiado bastante cuando advirtió que el tiempo que no pasaba pescando lo dedicaba a la lectura. Iba con el libro hasta al retrete y se trataba nada más y nada menos que del Speculum aureum, obra seria y difícil. Así que si bien era cierto que en los primeros días en Inis Vitre Condwiramurs se había asombrado un tanto de las inclinaciones de Nimue, ya hacía mucho que había dejado de hacerlo. Estaba claro que el Rey Pescador sólo era zafio y patán en apariencia. Era una comedia para preservar su seguridad.

Por eso mismo, pensó Condwiramurs, es un insulto y una afrenta imperdonable el volverse hacia las cañas y los cebos cuando por el desembarcadero desfilan dos mujeres desnudas, con unos cuerpos dignos de ninfas de los que los ojos no debieran poder apartarse.

– Si sueño algo -volvió al tema mientras se secaba los pechos con una toalla-, ¿qué garantía tendremos de que se trata de la versión verdadera? Conozco todas las versiones literarias de la leyenda, desde Medio siglo de poesía, de Jaskier, hasta La dama del lago, de Andrés Ravix. Conozco al reverendo Jarre, conozco todos los trabajos científicos sobre el tema, por no hablar de las versiones populares. Todas estas lecturas han dejado su huella, no soy capaz de eliminar esto de mis sueños. ¿Hay alguna posibilidad de traspasar la ficción y soñar la verdad?

– La hay.

– ¿Cuánta?

– La misma que tiene el Rey Pescador. -Nimue, con un movimiento de cabeza, señaló a la barca en el lago-. Tú misma ves que echa sus anzuelos sin descanso. Saca yerbas, raíces, tocones sumergidos, troncos, botas viejas, ahogados y el diablo sabe qué más. Pero de vez en cuando pesca algo.

– Feliz pesca, entonces -suspiró Condwiramurs mientras se vestía-. Echemos el anzuelo y a pescar. Busquemos las verdaderas versiones de la leyenda, rajemos la tapicería y el forro, golpeteemos el cofre en busca de un falso fondo. Pero, ¿y si no hay falso fondo? Con todos mis respetos, Nimue, no somos los primeros en esta pesquera. ¿Qué posibilidad tenemos de que algún pormenor o detalle haya escapado a los batallones de expertos que han pescado aquí antes de nosotros? ¿De qué nos hayan dejado siquiera un pececillo?