– Milord, el constructor de Montrose Place ha enviado a un niño con un mensaje.
Tristan miró a su mayordomo, Havers, que había venido a situarse junto a su codo. Alrededor de la mesa el parloteo cesó; dudó y luego se encogió de hombros interiormente.
– ¿Qué mensaje?
– El constructor piensa que ha habido algunos desperfectos, nada importante, pero le gustaría que usted viera el daño antes de que lo repare.
Manteniendo la mirada de Tristan, el silencioso Havers le transmitió el hecho de que el mensaje había sido bastante más dramático.
– El niño está esperando en el vestíbulo, por si desea enviar una respuesta.
Con un presentimiento resonando como una campana, los instintos alerta, Tristan lanzó su servilleta sobre la mesa y se levantó. Inclinó la cabeza hacia Ethelreda, Millicent, y Flora, todas ellas ancianas primas lejanas.
– Si me perdonáis, señoras, tengo negocios que atender.
Se volvió, dejándolas ansiosas en el cuarto, envuelto en un silencio embarazoso.
Una risa nerviosa estalló como una tormenta cuando caminaba por el corredor.
En el vestíbulo, se envolvió en su abrigo y recogió sus guantes. Con una inclinación de cabeza hacia el chico del constructor, que permanecía sobrecogido, los ojos agrandados de asombro mientras observaba el rico mobiliario del vestíbulo, se volvió hacia la puerta principal mientras un lacayo la mantenía abierta.
Tristan salió al exterior y bajó las escaleras hasta Green Street; con el chico del constructor tras él, se dirigió hacia Montrose Place.
– ¿Ve lo que quiero decir?
Tristan asintió. Él y Billings estaban en el patio trasero del número 12. Agachándose, examinó los diminutos arañazos en el cerrojo del ventanal trasero de lo que, dentro de poco, sería el Bastion Club. Una parte de los “desperfectos” que Billings le había pedido que viera.
– Su operario tiene buena vista.
– Sí. Y ha habido una o dos cosas extrañas. Herramientas removidas de dónde las dejamos siempre.
– ¿Oh? -Tristan se enderezó-. ¿Dónde?
Billings señaló hacia el interior. Juntos, entraron en la cocina. Billings atravesó un pequeño corredor hasta una puerta lateral oscura; señaló hacia el suelo delante de ella.
– Dejamos nuestras cosas aquí por la noche, fuera de la vista de ojos indiscretos.
La cuadrilla del constructor estaba trabajando; Los golpes y un continuo scritch-scratch bajaban de los pisos superiores. Había unas pocas herramientas delante de la puerta, pero las marcas en la fina capa de polvo donde las otras habían estado eran claramente visibles.
Junto con una huella de pisada, muy cerca de la pared.
Tristan se agachó; una mirada más de cerca confirmó que la huella estaba hecha por la suela de cuero de la bota de un caballero, no por las pesadas botas que llevaban los albañiles.
Él era el único caballero que había estado en la casa recientemente, ciertamente dentro del intervalo de tiempo en que la capa de fino serrín había caído, y no había estado en ningún lugar cerca de esta puerta. Y la huella era muy pequeña; definitivamente de un hombre, pero no suya. Levantándose, miró la puerta. Había una pesada llave en el cerrojo. La sacó, se volvió, y regresó a la cocina, donde las ventanas dejaban entrar la luz a raudales.
Los goterones de cera eran visibles, a lo largo del tallo de la llave y de sus dientes.
Billings miraba con atención por encima de su hombro; la sospecha oscureció su expresión.
– ¿Un molde?
Tristan gruñó.
– Eso parece.
– Encargaré cerraduras nuevas. -Billings estaba indignado-. Nunca había sucedido nada semejante antes.
Tristan dio vueltas a la llave en sus dedos.
– Sí, consiga cerraduras nuevas. Pero no las instale hasta que le dé la orden.
Billings le echó una ojeada, luego asintió.
– Sí, milord. Eso haré. -Hizo una pausa, luego añadió-. Hemos acabamos con el segundo piso, ¿le gustaría echar un vistazo?
Tristan miró hacia arriba. Asintió.
– Sólo pondré esto donde estaba.
Así lo hizo, alineando cuidadosamente la llave exactamente como estaba, de forma que no impidiera que otra llave fuera insertada desde el exterior. Indicando a Billings que fuera delante, lo siguió arriba por las escaleras de la cocina hasta la primera planta. Allí, los trabajadores estaban ocupados preparando lo que sería una confortable sala de estar y un acogedor comedor con los acabados finales de pintura y barniz. Las otras habitaciones de ese piso eran una pequeña sala junto a la puerta principal, que los miembros del club habían estado de acuerdo en que debería ser reservada para recibir a cualquier fémina con la que pudieran verse forzados a reunirse, una pequeña oficina para el conserje del club y otra oficina mayor hacia la parte posterior, para el mayordomo.
Subiendo las escaleras en pos de Billings, Tristan hizo una pausa en el primer piso para recorrer brevemente con la mirada la pintura y el barnizado, siguiendo hacia la biblioteca y la sala de reuniones, antes de dirigirse hacia el segundo piso, donde estaban ubicados los tres dormitorios. Billings le guió a través de cada habitación, señalando los acabados y toques específicos que habían encargado, todo en su lugar.
Las habitaciones olían a nuevo. A fresco y limpio, incluso a substancial y sólido. A pesar del frío del invierno, no había indicio de humedad.
– Excelente. -En el dormitorio más grande, el que estaba encima de la biblioteca, Tristan enfrentó la mirada de Billings-. Usted y sus hombres deben ser elogiados.
Billings inclinó la cabeza, aceptando el cumplido con el orgullo de un artesano.
– Entonces -Tristan se volvió hacia la ventana; igual que la biblioteca de abajo, disfrutaba de una vista excelente del jardín trasero de los Carling- ¿Cuánto falta para que el ala del servicio sea habitable? A consecuencia de nuestra visita de anoche, quiero meter a alguien aquí tan pronto como sea posible.
Billings lo consideró.
– No es mucho más lo que hay que hacer en los dormitorios del ático. Podríamos concluirlos mañana por la tarde. La cocina y las escaleras de servicio tardarán uno o dos días más.
Con la mirada fija en Leonora andando a lo largo del jardín trasero con su perra tras ella, Tristan asintió.
– Excelente. Enviaré a por nuestro mayordomo, estará aquí mañana a última hora. Su nombre es Gasthorpe.
– ¡Señor Billings!
La llamada subía por las escaleras. Billings se dio la vuelta.
– Si no hay nada más, milord, debería atender eso.
– Gracias, pero no. Todo me parece muy satisfactorio. Encontraré yo mismo la salida. -Tristan inclinó la cabeza como despedida; con otra respetuosa inclinación de cabeza en respuesta, Billings se marchó.
Los minutos pasaron. Con las manos en los bolsillos del abrigo, Tristan permaneció frente a la ventana, mirando fijamente la grácil figura que paseaba por el jardín de abajo. Intentaba decidir por qué, qué era lo que lo llevaba a actuar como lo hacía. Podía racionalizar sus acciones, ciertamente, pero ¿eran sus razones lógicas toda la verdad? ¿Realmente toda?
Observó a la perra presionar el costado de Leonora, la vio mirar hacia abajo y levantar una mano para acariciar la cabeza enorme del perro, levantada con adoración canina.
Con un bufido, se marchó dando media vuelta; con una última ojeada, se dirigió escaleras abajo.
– Buenos días. -Dirigió su sonrisa más seductora al viejo mayordomo, añadiendo sólo un indicio de conmiseración masculina por los caprichos femeninos-. Deseo hablar con la señorita Carling. Está paseando por el jardín trasero en este momento, me reuniré allí con ella.
Su título, su porte, el corte excelente de su abrigo y su franca audacia, vencieron; tras una leve vacilación, el mayordomo inclinó la cabeza.
– Por supuesto, milord. Si desea venir por aquí…