Выбрать главу

Trentham no tenía opción; se hacía a un lado y dejaba al viejo caer al suelo de piedra, o lo agarraba. Mirando desde arriba, Leonora vio la decisión tomada, vio a Trentham quedarse de pie y dejar al viejo caer contra él. Lo estabilizó, lo habría puesto de pie y salido detrás del hombre alto, y habría corrido hacia el estrecho pasillo, pero él viejo forcejeaba, luchando.

– ¡Estése quieto!

La orden fue dicha con un golpe seco. El viejo se puso tieso y obedeció.

Dejándolo tambaleándose sobre sus pies, Trentham fue tras el hombre alto.

Una puerta se cerró de golpe mientras Trentham desaparecía por el pasillo. Un instante más tarde, lo oyó maldecir.

Apresuradamente, Leonora bajó las escaleras, empujó a un lado al viejo y corrió hacia el fondo de la cocina, hacia las ventanas que daban desde el camino hasta el portón de atrás.

El hombre alto -tenía que ser su "ladrón"-, corrió desde el interior de la casa y se zambulló en el camino. Por un instante fue iluminado por un débil rayo de luna; con los ojos muy abiertos, ella absorbió todo lo que pudo, entonces el hombre desapareció más allá de los setos que rodeaban el jardín de la cocina. El portón hacia el callejón quedaba atrás.

Con un vistazo hacia el interior, se echó atrás, repitió todo lo que había visto en su mente, enviándolo a la memoria.

Una puerta se cerró de golpe, entonces Trentham apareció en el pavimento exterior. Las manos en las caderas, inspeccionó el jardín.

Ella dio un golpecito en la ventana; cuando él miró en su dirección, apuntó hacia el camino. Él se giró, luego bajó la escalinata y trotó hacia el portón, sin correr.

Su "ladrón" había escapado.

Girándose hacia el viejo, ahora sentado al fondo de la escalera, aún resollando y tratando de coger aliento, frunció el ceño.

– ¿Qué hace usted aquí?

Él habló, pero no respondió, murmurando una gran cantidad de charla pomposa en forma de excusas pero sin lograr clarificar el punto vital. Vestido con una chaqueta de friso vieja, con igualmente viejas y gastadas botas y deshilachadas manoplas en las manos, desprendía un aroma a mugre y moho fácilmente detectable en la cocina recién pintada.

Cruzó los brazos, dando golpecitos con el pie mientras lo miraba.

– ¿Porque irrumpió aquí?

Él emitió unos ruidos confusos, masculló y murmuró un poco más.

Ella estaba al límite de su paciencia cuando Trentham regresó, entrando por la puerta desde el negro pasillo.

Parecía disgustado.

– Tuvo la previsión de llevarse ambas llaves.

El comentario no fue hecho para nadie en particular; Leonora comprendió que el fugitivo había atrancado la puerta lateral contra Trentham. Mientras él se paraba con las manos en los bolsillos y estudiaba al viejo, ella se preguntaba cómo, sin llaves, había conseguido pasar por esa puerta cerrada con llave.

Henrietta se había sentado a unos metros del viejo; éste la miraba con recelo.

Entonces Trentham comenzó el interrogatorio.

Con unas pocas preguntas bien formuladas obtuvo la información de que el viejo era un mendigo que normalmente dormía en el parque. La noche se había vuelto tan áspera que había buscado abrigo; sabía que la casa estaba vacía, por eso había venido. Probando las ventanas de atrás, había encontrado una con la cerradura suelta.

Con Trentham firme como una deidad vengativa a un lado y Henrietta, la mandíbula enorme con los dientes como pinchos, en el otro, el viejo sentía claramente que no tenía opción a no confesarlo todo. Leonora suprimió un bufido indignado; aparentemente ella no había parecido suficientemente intimidante.

– No quería causar ningún daño, señor. Sólo quería librarme del frío.

Trentham aguantó la mirada fija del viejo, entonces asintió con la cabeza.

– Muy bien. Una última pregunta. ¿Dónde estaba cuando el otro hombre tropezó con usted?

– Por allí. -El viejo señaló al otro lado de la cocina-. Cuánto más lejos de la ventana más caliente. El sinvergüenza me arrastró hasta aquí. Pensé que estaba planeando echarme.

Apuntaba hacia una pequeña despensa.

Leonora echó una mirada a Trentham.

– La despensa comparte, más allá, las paredes del sótano con el numero 14.

Él asintió, se volvió hacia el viejo.

– Tengo una propuesta para usted. Estamos a mediados de Febrero, las noches serán heladas durante unas cuantas semanas. -Echó una mirada alrededor-. Hay sábanas y otras envolturas aquí para esta noche. Puede buscar un lugar para dormir. -Su mirada regresó al viejo-. Gasthorpe será el mayordomo aquí, tomará la residencia mañana. Traerá mantas y empezará a hacer habitable este sitio. No obstante, todos los cuartos de los sirvientes están en el ático.

Trentham se detuvo, luego continuó.

– En vista del inoportuno interés de nuestro amigo por este sitio, quiero a alguien durmiendo aquí. Si está dispuesto a actuar como nuestro portero nocturno, puede dormir aquí cada noche legítimamente. Daré orden de que sea tratado como uno de los empleados. Puede quedarse y estar caliente. Improvisaremos una campanilla para que todo lo que tenga que hacer si alguien intenta entrar es tocarla, y Gasthorpe y los sirvientes se encargarán de cualquier intruso.

El viejo pestañeó como si no pudiera comprender la sugerencia, no estaba seguro de no estar soñando.

Sin permitirse mostrar ningún rastro de compasión, Tristan preguntó.

– ¿En qué regimiento sirvió usted?

Vio como los viejos hombros se enderezaban, mientras la cabeza del viejo se levantaba.

– Noveno. Me licenciaron por invalidez después de La Coruña.

Tristan asintió.

– Como muchos otros. No fue uno de nuestros mejores combates, de hecho tuvimos suerte de poder salir.

Los viejos ojos reumáticos se agrandaron.

– ¿Usted estuvo allí?

– Así es.

– Sí. -Él anciano asintió. -Entonces lo sabe.

Tristan esperó un momento, luego preguntó.

– ¿Entonces lo hará?

– ¿Mantenerme alerta por usted cada noche? -El viejo lo miró, luego asintió nuevamente-. Sí, lo haré. -Miró alrededor-. Será extraño después de todos estos años, pero… -Se encogió de hombros, y se levantó de las escaleras.

Le hizo una reverencia a Leonora, después se movió delante de ella, mirando la cocina con nuevos ojos.

– ¿Cuál es su nombre?

– Biggs, señor. Joshua Biggs.

Tristan alcanzó el brazo de Leonora y la empujó hacia la escalera.

– Lo dejaremos de servicio, Biggs, pero dudo que haya más disturbios esta noche.

El viejo miró hacia arriba, levantó la mano en un saludo militar.

– Sí, señor. Pero estaré aquí si los hay.

Fascinada por el intercambio, Leonora volvió su atención al presente en cuanto llegaron al vestíbulo de en frente.

– ¿Piensa qué el hombre que huyó era nuestro ladrón?

– Dudo mucho que tengamos más de un hombre, o grupo de hombres, intentando conseguir acceder a su casa.

– ¿Grupo de hombres? -Miró a Tristan, maldiciendo la oscuridad que ocultaba su cara-. ¿En serio lo piensa?

Él no respondió inmediatamente; a pesar de no ser capaz de ver, estaba segura que estaba frunciendo el ceño.

Llegaron a la puerta principal; sin soltarla, Tristan la abrió, encontró la mirada de ella mientras salían hacia el porche principal, Henrietta trotando detrás de ellos. La débil luz de la luna los alcanzó.

– Estuvo mirando, ¿qué vio?

Cuando ella dudó, ordenando sus pensamientos, él le pidió,

– Descríbamelo.

Soltándole el codo, le ofreció el brazo; distraídamente Leonora le puso la mano en la manga y bajaron las escaleras. Frunciendo el ceño en concentración, anduvo a su lado hacia el portón principal.

– Era alto, usted lo vio. Pero me quedé con la impresión de que era joven. -Le lanzó una mirada sesgada-. Más joven que usted.