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Cuando lo miró enfrentó su mirada.

– Caminemos por el jardín trasero. -Cuando ella no accedió inmediatamente, añadió-. Me gustaría hablar con usted.

Leonora dudó, luego inclinó la cabeza. Lo guió a través del salón -notó la pieza de bordado aún exactamente en el mismo lugar donde había estado anteriormente- para salir a través de la puertaventana y bajar hacia el césped.

Con la cabeza en alto, continuó caminando; se puso junto a ella. Y permaneció en silencio. Espero a que ella le preguntara acerca de sobre qué quería hablarle, aprovechando el momento para preparar una estrategia que la convenciera de que dejara el asunto del misterioso ladrón en sus manos.

El césped era frondoso y bien mantenido, los lechos que lo circundaban estaban llenos con extrañas plantas que nunca antes había visto. El difunto Cedric Carling debió ser un coleccionista además de una autoridad en horticultura…

– ¿Cuánto tiempo hace que murió su primo Cedric?

Lo miró.

– Hace más de dos años. -Hizo una pausa y luego continuó-. No puedo creer que haya nada valioso en sus papeles, o nos hubiéramos enterado hace tiempo.

– Es lo más probable. -Después de Humphrey y Jeremy, su agudeza era refrescante.

Caminaron a lo largo del prado; ella se detuvo donde un reloj de sol estaba situado sobre un pedestal justo en el borde de un frondoso lecho. Él se detuvo a su lado, un poco por detrás. La observó cuando extendió una mano y con la yema de los dedos trazó el grabado en la cara de bronce.

– Gracias por no mencionar mi presencia en el Número * 12 anoche. -La voz era baja pero clara; mantuvo la mirada en el reloj de sol-. O lo que pasó en el sendero.

Ella suspiró y levantó la cabeza.

Antes de que pudiera decir más, decirle que el beso no había significado nada, que había sido un tonto error, o alguna tontería parecida que él se vería forzado a probar que era incorrecta, levantó la mano, colocó la yema del dedo en su nuca, y lenta y deliberadamente, la deslizó recorriéndole hacia abajo la columna vertebral, todo el camino hasta debajo de la cintura.

A ella se le cortó el aliento, luego alzó el rostro hacia él, con los ojos, azules como las vincas, muy abiertos.

Le atrapó la mirada.

– Lo que pasó anoche, especialmente esos momentos en el sendero, son entre usted y yo.

Como siguió mirándolo fijamente, buscando algo en sus ojos, argumentó.

– Besarla y decírselo a alguien no está dentro de mi código, y definitivamente no es mi estilo.

Vio el destello de una reacción en sus ojos, la vio considerar el preguntarle mordazmente cual era precisamente su estilo, pero la precaución le retuvo la lengua; levantó la cabeza, y la inclinó arrogantemente mientras desviaba la mirada.

El momento se estaba volviendo embarazoso, y aún no había pensado en ninguna aproximación adecuada para desviarla de los allanamientos. Revolviendo en su mente, miró más allá de ella. Y vio la casa que estaba pasando la muralla del jardín, la casa vecina, la cual también, como el Número 12, compartía una pared con el Número 14.

– ¿Quién vive ahí?

Levanto la vista, siguiéndole la mirada.

– La anciana señorita Timmins.

– ¿Vive sola?

– Con una doncella.

Miró a Leonora a los ojos; que ya estaban llenos de especulación.

– Me gustaría visitar a la señorita Timmins. ¿Me presentaría?

Estaba encantada de hacerlo. Dejar atrás el desconcertante momento en el jardín. Su palpitante corazón aún tenía que desacelerarse para recuperar el ritmo normal y en su lugar adentrarse más en las investigaciones. Junto a Trentham.

Leonora nos sabía porqué encontraba su compañía tan estimulante. Ni siquiera estaba segura de aprobarlo, o que su tía Mildred lo hiciera, ni que hablar de su tía Gertie, si lo supieran. Era, después de todo, un militar. Las muchachas jóvenes podían perder la cabeza por unos hombros anchos y un magnifico uniforme, pero se suponía que las damas como ella eran demasiado sabias para caer victimas de ese tipo de ardides de caballeros. Inevitablemente eran segundos hijos, o hijos de segundos hijos, buscando hacerse camino en el mundo a través de un matrimonio ventajoso… excepto que Trentham era ahora un conde.

Interiormente, frunció el ceño. Probablemente eso lo excluía de la censura general.

Independientemente, mientras caminaba enérgicamente a su lado bajando por la calle, con la mano enguantada en su manga, la sensación de su fuerza absorbiéndola, la excitación de la cacería hirviéndole a fuego lento en las venas, no tenía otras cuestiones en mente aparte de que se sentía inmensamente más viva cuando estaba con él.

Cuando se había enterado que estaba de visita, le había dado pánico. Estaba segura que venía a quejarse por la trasgresión de la noche anterior al haber ido al Número 12. Y posiblemente, y peor aún, para hacer mención de alguna forma a la indiscreción compartida cuando estaban en el sendero. En vez de ello, no había hecho ni la más mínima alusión a su intervención en las actividades nocturnas; aunque estaba segura de que había percibido su agitación, no había dicho ni hecho nada para importunarla.

Esperaba algo mucho peor de un militar.

Al llegar a la verja del Número 16, Trentham la abrió de par en par y la traspasaron, caminando lado a lado por el sendero subieron los escalones hasta el pequeño porche delantero. Hizo sonar la campana y la oyó repiquetear a lo lejos en el interior de la casa, que era más pequeña que la del Número 14, y tenía una terraza similar en estilo a la del Número 12.

Sonaron pisadas acercándose, luego llegó el sonido de cerrojos siendo descorridos. La puerta se abrió apenas una rendija; y se asomó el rostro dulce de una criada.

Leonora sonrió.

– Buenos días, Daisy. Sé que es un poco temprano, pero si la señorita Timmins tiene unos minutos disponibles, tenemos un nuevo vecino, el Conde de Trentham, a quien le gustaría conocerla.

A Daisy se le agrandaron los ojos mientras examinaba a Trentham, que estaba de pie al lado de Leonora y bloqueaba el sol.

– Oh, sí, señorita. Estoy segura de que la recibirá, siempre le gusta estar enterada de lo que está pasando. -Abriendo la puerta completamente, Daisy les hizo señas para que entraran-. Si esperan en la salita, iré a decirle que están aquí.

Leonora lideró el camino hacia la salita y se sentó en una silla.

Trentham no tomó asiento. Comenzó a pasearse. Deambulando. Mirando las ventanas.

Examinando los cerrojos.

Ella frunció el ceño.

– Que…

Se interrumpió cuando Daisy entró apresuradamente.

– Dice que estará encantada de recibirlos. -Fue hacia Trentham-. Por aquí, si gustan acompañarme, los llevaré con ella.

Subieron las escaleras, siguiendo a Daisy; Leonora era consciente de las miradas que Trentham dirigía a uno y otro lado. Si no lo conociera, pensaría que él era el ladrón y que estaba buscando la mejor forma de entrar…

– Oh. -Deteniéndose en lo alto de las escaleras, se giró para enfrentarlo. Y le susurró-. ¿Piensa que la próxima vez el ladrón podría intentar entrar aquí?

Él frunció el ceño y le hizo señas de que continuara caminando. Con Daisy liderando el camino, tuvo que apresurarse para ponerse a la par. Trentham apenas tuvo que alargar el paso. Con él a sus talones, se deslizó dentro del salón de dibujo de la señorita Timmins.

– Leonora, querida mía. -Gorjeó la voz de la señorita Timmins-. Que amable de tu parte venir a visitarme.

La señorita Timmins era una anciana frágil que raramente se aventuraba a salir de la casa. Leonora la visitaba con frecuencia; en el último año, había notado que el brillo de los dulces ojos azules de la señorita Timmins se estaba desvaneciendo, como una llama que estuviera ardiendo ténuemente.

Devolviéndole la sonrisa, presionó la mano en forma de garra de la señorita Timmins y luego dio un paso atrás.

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* (Nota de corrección) Aunque en castellano los números de las calles van en minúscula, en este texto veréis que en ocasiones están en mayúscula, debido a que lo considero nombre propio, al referirse a las casas como si fuera su nombre.