– He traído al Conde de Trentham para que la visitara. Él y algunos amigos han comprado la casa que está a continuación de la suya, la Número 12.
Con incierta mansedumbre, los prolijos rizos grises ordenadamente peinados y arreglados y las perlas envueltas alrededor del cuello, la señorita Timmins le extendió tímidamente la mano a Trentham. Nerviosamente murmuró un saludo.
Trentham hizo una reverencia.
– ¿Cómo está señorita Timmins? Espero que se encuentre bien durante estos meses tan fríos.
La señorita Timmins se agitó, pero aún así aferró la mano de Trentham.
– Sí, ciertamente. -Pareció cautivada por sus ojos. Después de un momento se aventuró a decir-. Ha sido un invierno horrible.
– Más tormentas de lo habitual, sin lugar a dudas. -Trentham sonrió, desplegando todo su encanto-. ¿Podemos sentarnos?
– ¡Oh! Sí, por supuesto. Por favor, háganlo. -La señorita Timmins se inclinó hacia delante-. Escuché que es usted militar, milord. Dígame, ¿estuvo en Waterloo?
Leonora se hundió en la silla y observó, atónita, como Trentham… un militar confeso, cautivaba a la anciana señorita Timmins, que generalmente, no se encontraba a gusto con los hombres. Además Trentham parecía saber exactamente qué decir, precisamente lo que una anciana dama consideraría un tema de conversación apropiado. Exactamente qué pedacitos de cotilleo le gustaría oír.
Daisy trajo el té; mientras lo bebía, Leonora cínicamente se preguntó qué trataba de conseguir Trentham.
Su respuesta llegó cuando él dejó su taza y asumió un semblante más serio.
– A decir verdad, tenía un propósito para visitarla aparte del placer de conocerla, madame. -Atrapó la mirada de la señorita Timmins-. Últimamente ha habido una serie de incidentes en la calle, ladrones tratando de forzar las entradas.
– ¡Oh Dios mío! -La señorita Timmins hizo repiquetear la taza en el plato-. Debo decirle a Daisy que revise dos veces si todas las puertas están cerradas.
– En cuanto a eso, ¿me pregunto si tendría inconveniente en que le eche un vistazo a la planta baja y al sótano, para asegurarnos que no hay forma de que irrumpan? Dormiría mucho más tranquilo si supiera que su casa es segura, dado que Daisy y usted están solas aquí.
La señorita Timmins parpadeó, luego le dedicó una brillante sonrisa.
– Bueno pero por supuesto, querido. Que considerado de su parte.
Después de unos pocos comentarios de índole general, Trentham se puso de pie. Leonora se levantó, también. Comenzaron a salir, mientras la señorita Timmins le decía a Daisy que su Señoría el Conde le daría un vistazo a la casa para cerciorarse que era segura.
Daisy también se quedó encantada.
Cuando se marchaba, Trentham le aseguró a la señorita Timmins que no debía preocuparse ya que si descubría algún cerrojo inadecuado, se ocuparía él mismo de reemplazarlo.
A juzgar por la mirada que lucía la señorita Timmins en los cansados ojos mientras le apretaba la mano en señal de despedida, su Señoría el Conde había hecho una conquista.
Sintiéndose perturbada, cuando alcanzaron las escaleras y Daisy se hubo adelantado, Leonora se detuvo y miró a Trentham a los ojos.
– Espero que tenga intenciones de honrar esa promesa.
La mirada de él fue firme y permaneció de esa forma; eventualmente respondió,
– Lo haré. -Examinó su rostro, luego añadió-. Lo que dije era cierto. -Pasando a su lado, comenzó a bajar las escaleras-. Efectivamente dormiré más tranquilo sabiendo que este lugar es seguro.
Ella le frunció el ceño a su nuca, el hombre era un completo enigma y luego lo siguió bajando las escaleras.
Lo siguió mientras sistemáticamente comprobaba cada una de las ventanas y puertas de la planta baja, luego bajó al sótano e hizo lo mismo allí. Era cuidadoso y, a sus ojos, un frío profesional, como si las premisas de seguridad contra intrusos hubieran sido una tarea frecuente en su anterior ocupación. Era cada vez más difícil desecharlo… calificándolo como solo un militar más.
Al final, le hizo señas a Daisy.
– Esto está mejor de lo que esperaba. ¿Siempre se ha preocupado por posibles intrusos?
– Oh, sí, milord. Siempre. Desde que yo llegué a servirla, y de eso ya han pasado seis años.
– Bueno, si cierra todos los cerrojos y pasa todas las trancas, estarán tan a salvo como se puede aspirar a estar.
Dejando a una agradecida y confiada Daisy, bajaron por el sendero del jardín. Al alcanzar la verja, Leonora, que había estado perdida en sus propios pensamientos, miró a Trentham.
– ¿Es verdad que la casa es segura?
La miró, luego mantuvo la verja abierta.
– Tan segura como puede llegar a serlo. No hay forma de detener a un ladrón decidido. -Se le puso a la par mientras caminaban por la acera-. Si usa la fuerza, rompiendo una ventana o forzando una puerta, logrará entrar, pero no creo probable que nuestro hombre actúe tan directamente. Si tenemos razón al pensar que es al Número 14 al que quiere acceder, entonces para llegar allí, a través del Número 16, tendrá que pasar desapercibido durante algunas noches para poder hacer un túnel a través de las paredes de los sótanos. No conseguirá hacerlo si hace demasiado evidente su entrada.
– Entonces en tanto Daisy esté atenta, todo debería ir bien.
Cuando él no respondió, Leonora lo miró. Él percibió su mirada, la miró a su vez. Y le hizo una mueca.
– Cuando entrábamos, me estaba preguntando cómo introducir un hombre en la casa, al menos hasta que hubiéramos captado el rastro del ladrón. Pero a ella le asustan los hombres, ¿no es cierto?
– Sí. -Se quedó azorada al ver cuán perceptivo era-. Usted es uno de los pocos con los que la he visto hablar algo más aparte de las más nimias trivialidades.
Él asintió, y bajó la vista.
– Se sentiría muy incómoda con un hombre bajo su techo, así que es un hecho afortunado que esos cerrojos sean tan fuertes. Tendremos que depositar nuestra fe en ellos.
– Y hacer todo lo posible para atrapar al ladrón pronto.
Su voz estaba matizada por la determinación.
Llegaron a la verja del Número 14. Tristan se detuvo, la miró a los ojos.
– ¿Supongo que no tiene sentido que insista en que deje todo el asunto del ladrón en mis manos?
Sus ojos azules como las vincas se endurecieron.
– Ninguno.
Exhaló, desvió la mirada hacia la calle. No tenía inconveniente en mentir por una buena causa. Ni tampoco tenía inconvenientes en usar distracciones, a pesar del riesgo inherente.
Antes de que pudiera apartarse, le tomó la mano. Giró la cabeza y la miró fijamente. Le sostuvo la mirada mientras la acariciaba con los dedos, luego ensanchó la abertura de su guante, le levantó la muñeca, con la parte interna ahora expuesta, y se la llevó a los labios.
Sintió el estremecimiento que la recorrió, vio cómo levantaba la cabeza y se le oscurecían los ojos.
Sonrió, lenta e intencionadamente. Suavemente decretó.
– Lo que hay entre usted y yo se queda entre usted y yo, pero no ha terminado.
Ella tensó los labios; tiró, pero él no la soltó, en cambio, le acarició lánguidamente, con el pulgar, el lugar donde la había besado.
Ella retuvo el aliento y siseó.
– No estoy interesada en devaneos.
Con los ojos fijos en los de ella, enarcó una ceja.
– Ni yo tampoco. -Le interesaba distraerla. Ambos estarían mejor si ella se concentrara en él en lugar de en el ladrón-. Por el bien de nuestro conocido… por el bien de su salud mental… estoy dispuesto a hacer un trato.
Sus ojos brillaron con sospecha.
– ¿Qué trato?
Escogió cuidadosamente las palabras.
– Si promete limitarse a mantener los ojos y oídos atentos, si se limita a observar, escuchar e informarme a mí de todo cuando la visite la próxima vez, yo accederé a compartir con usted todo lo que descubra.