Tristan se paseó adelante, su adiestrada mirada fija en el desventurado agente. Los ojos de Stolemore se dilataron. Desvió la mirada hacia Charles. El agente palideció y acto seguido se tensó.
Detrás de él, Tristan oyó a Charles moverse; no miró alrededor. Sus sentidos le indicaron que Charles había girado la puerta para cerrarla, después se oyó el traqueteo de anillas en la madera. La luz se difuminó cuando Charles corrió las cortinas de las ventanas delanteras.
La expresión de Stolemore, con los ojos llenos de aprensión, decía que había entendido muy bien su amenaza. Se asió al borde del escritorio y empujó la silla hacia atrás.
Por el rabillo del ojo, Tristan observó que Charles recorría la habitación con rapidez y ligereza, cruzaba los brazos, y se apoyaba contra el marco de la puerta con cortinas que daba acceso al interior de la casa. Su amplia sonrisa habría hecho honor a la de un demonio.
El mensaje estaba claro. Para escapar de la pequeña oficina, Stolemore tendría que pasar a través de uno u otro. Aunque el agente era un hombre robusto, más que Tristan o Charles, no cabía duda de que nunca lo haría.
Tristan sonrió, no con diversión, no obstante sí con suficiente cortesía.
– Todo lo que queremos es información.
Stolemore se mojó los labios, fijando la mirada en Charles.
– ¿De qué?
Su voz sonó áspera, con un fondo de miedo.
Tristan hizo una pausa apreciando el sonido, después contestó con suavidad.
– Quiero el nombre y todos los detalles que tenga de la persona que quiere comprar la casa del Número 14 de Montrose Place.
Stolemore se atragantó; otra vez retrocedió ligeramente, su mirada fija alternándose entre ellos.
– No hablo de mis clientes. ¿Qué valdría mi reputación si difundiera una información como esa?
De nuevo Tristan esperó, sus ojos sin separarse nunca de la cara de Stolemore. Cuando el silencio se volvió tenso, junto con los nervios de Stolemore, inquirió suavemente
– ¿Y qué supone usted que le va a costar no complacernos?
Stolemore se puso aún más pálido; las señales de la paliza, administrada por las mismas personas que protegía, eran claramente visibles bajo su pálida piel. Se dirigió a Charles, como si calibrara sus oportunidades; un instante más tarde, miró hacia Tristan. La perplejidad se dibujó en sus ojos.
– ¿Quién es usted?
Tristan contestó con tono uniforme, sin cambios.
– Somos caballeros a los que no les gusta ver que se abusa de los inocentes. Basta decir que las recientes actividades de su cliente no encajan bien con nosotros.
– Ciertamente -agregó Charles, su voz era un siniestro ronroneo-. Se podría decir que está consiguiendo que perdamos la calma.
Las últimas palabras estaban cargadas de amenazas.
Stolemore recorrió con la mirada a Charles, entonces rápidamente miró hacia Tristan.
– De acuerdo, se lo diré, pero con la condición de que ustedes no le digan que he sido yo quien les ha facilitado su nombre.
– Le puedo asegurar que cuando le agarremos, no perderemos el tiempo en discutir cómo le encontramos -Tristan elevó las cejas-. Ciertamente, puedo garantizar que tendrá demasiada presión como para prestar atención a eso.
Stolemore ahogó un bufido nervioso. Trató de alcanzar un cajón del escritorio.
Tristan y Charles se desplazaron en un silencio letal; Stolemore se congeló, luego los recorrió nerviosamente con la mirada, en esta nueva posición estaba directamente entre ellos.
– Es solamente un libro -graznó-. ¡Lo juro!
Transcurrió un latido, después Tristan inclinó la cabeza.
– Sáquelo.
Respirando apenas, Stolemore sacó muy lentamente un libro grande del cajón.
La tensión se alivió una fracción; el agente colocó el libro encima del escritorio y lo abrió. A tientas, pasó rápidamente las páginas, después dirigió su dedo hacia abajo sobre una de ellas, y se detuvo.
– Escríbalo -dijo Tristan.
Stolemore asintió.
Tristan ya había leído y memorizado la entrada. Cuando Stolemore acabó y deslizó la hoja de papel con la dirección por el escritorio, le sonrió -de modo encantador esta vez- y la recogió.
– De esta forma -mantuvo la mirada fija en cómo Stolemore doblaba el papel y lo introducía en el bolsillo de su abrigo- si alguien le pregunta, puede jurar con la conciencia tranquila, que no ha dicho a nadie su nombre o dirección. ¿No le parece? Había solamente un hombre, ¿correcto?
Stolemore inclinó la cabeza en la dirección en la que la hoja de papel había desaparecido.
– Solamente él. Un trabajo sucio. Apariencia de caballero, cabello muy oscuro, piel pálida, ojos marrones. Vestido con elegancia pero no con la calidad de Mayfair. Le tomé por un noble rural; se comportaba con la suficiente arrogancia. De aspecto joven, pero es bastante mezquino y con un temperamento abrupto. -Stolemore se pasó una mano por las magulladuras que tenía al lado de un ojo-. Si nunca más le vuelvo a ver, será demasiado pronto.
Tristan inclinó la cabeza.
– Ya veremos cómo podemos arreglarlo.
Cambiando de dirección, caminó hacia la puerta. Charles siguió sus pasos.
Ya fuera en la calle, hicieron una pausa.
Charles hizo una mueca.
– Aunque me gustaría mucho venir y echar una ojeada a nuestro fuerte -su sonrisa malvada apareció- y a nuestro detestable vecino, tengo que regresar urgentemente a Cornwall.
– Te doy las gracias -Tristan le tendió la mano.
Charles la estrechó.
– Cuando quieras -un indicio de auto menosprecio tiñó su sonrisa-. A decir verdad, lo he disfrutado, aunque menos de lo que pensaba. Siento como, literalmente, me estoy oxidando en el campo.
– La adaptación nunca es fácil, en realidad lo es menos para nosotros que para otros.
– Por lo menos tú tienes algo en lo que mantenerte ocupado. Todo lo que tengo yo son ovejas, vacas y hermanas.
Tristan se rió de la patente repulsión de Charles. Le golpeó ruidosamente en el hombro, y partieron, Charles volvió hacia Mayfair mientras Tristan avanzaba en la dirección opuesta.
Hacia Montrose Place. Todavía no eran las diez en punto. Consultaría a Gasthorpe, el ex sargento mayor que había contratado como mayordomo del Bastion Club, que supervisaba los últimos detalles para tener preparado el club a disposición de sus patrocinadores, más tarde haría una visita a Leonora, tal y como había prometido. Como había prometido, debatirían qué hacer a continuación
A las once en punto, llamó a la puerta del Número 14. El mayordomo le indicó el camino hacia el salón; Leonora se levantó del sofá rosa cuando entró.
– Buenos días -hizo una reverencia cuando él se inclinó de forma respetuosa sobre su mano.
El sol había logrado liberarse de las nubes. Los brillantes rayos que tocaban el follaje en la parte trasera del jardín atrajeron la mirada de Tristan.
– Camine conmigo por el jardín -él retuvo su mano-. Me gustaría ver el muro trasero.
Ella vaciló, después inclinó la cabeza; su intención era ir delante, pero él no soltó sus dedos. En lugar de eso, cerró su mano más firmemente sobre la de ella. Leonora le lanzó una breve mirada cuando pasaron juntos por las puertas francesas. Abriéndolas, las traspasaron; cuando comenzaron a bajar las escaleras, Tristan puso la mano de Leonora en su brazo, consciente de los latidos ligeramente erráticos de su pulso, y la forma en que temblaban sus dedos.
Ella levantó la cabeza.
– Necesitamos pasar a través del arco de los setos -dijo Leonora-. El muro está en la parte posterior del huerto.
Los jardines eran extensos. Con Henrietta paseando detrás de ellos, anduvieron por el camino central, más allá de filas de coles, seguidas por hileras interminables en barbecho, largos montículos cubiertos de hojas y otros restos esperando, dormitando, hasta que regresase la primavera.
Él se detuvo.
– ¿Dónde estaba parado cuando vio al hombre?