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Tony Blake emitió un despectivo sonido.

– Al menos no tienes una madre francesa y créeme, cuando se trata de perseguir a alguien hasta el altar, se llevan la palma.

– Brindo por eso. -Charles levantó su jarra hacia Tony.

– ¿Pero eso significa que tú también has vuelto a este lado del mar para descubrir que has sido distinguido?

Tony arrugó la nariz.

– Cortesía de mi padre, por la cual me he convertido en el Vizconde Torrington, tenía la esperanza de que todavía quedasen años para que ocurriera, pero… -se encogió de hombros-. Lo que no sabía es que durante la pasada década el viejo había hecho varias inversiones. Esperaba heredar un sustento decente, no había esperado conseguir una gran fortuna. Y entonces descubro que la alta sociedad al completo lo sabe. De camino hacia aquí me detuve brevemente en la ciudad para ver a mi madrina -se estremeció-. Fui prácticamente asaltado. Fue horrible.

– Es porque perdimos a demasiados en Waterloo.

Deverell clavó la mirada en su jarra; todos se quedaron en silencio unos minutos, recordando a sus camaradas caídos, entonces levantaron las copas y bebieron.

– Debo confesar que estoy en una situación parecida. -Deverell dejó la copa en la mesa-. Cuando dejé Inglaterra no tenía ninguna expectativa, sólo para descubrir a mi regreso que un primo lejano había estirado la pata, y que ahora soy el Vizconde Paignton, con las casas, la renta, y como tú, la alarmante necesidad de una esposa. Puedo arreglármelas con la tierra y los fondos, pero las casas, y no digamos las obligaciones sociales… son una telaraña peor que cualquier complot francés.

– Y las consecuencias de fallar podrían llevarte a la tumba -agregó St. Austell.

Se oyeron sombríos murmullos de asentimiento alrededor. Todos los ojos se volvieron hacia Tristan.

Él sonrió.

– Eso ha sido toda una letanía, pero me temo que puedo superar todas vuestras historias. -Bajó la mirada, dándole vueltas a su jarra entre las manos-. También yo regresé para encontrarme con que había sido distinguido con un título, dos casas y un pabellón de caza, y que ahora soy considerablemente rico. Sin embargo, ambas cosas son el hogar de un surtido de señoras, tías abuelas, primas, y algunos familiares más lejanos. Las heredé de mi tío abuelo, el recientemente difunto tercer Conde de Trentham, que odiaba a su hermano -mi abuelo- y también a mi difunto padre, y a mí. Sus razones eran que éramos unos derrochadores que no sabían hacer nada y que íbamos y veníamos a placer, viajando por el mundo, etc. A decir verdad, debo decir que ahora que he conocido a mis tías abuelas y a su ejército femenino, entiendo al viejo. Debió haberse sentido atrapado por su posición, sentenciado a vivir la vida rodeado de una tribu de mujeres adorables y entrometidas.

Un escalofrío, un estremecimiento, recorrió la mesa.

La expresión de Tristan se volvió sombría.

– Por lo tanto, cuando murió el hijo de su hijo, y luego su propio hijo y se dio cuenta de que yo lo heredaría todo, concibió una diabólica cláusula que añadió a su testamento. He heredado el título, la tierra y las casas, junto al dinero; pero si no me caso en un año, me quedaré con el título, la tierra y las casas y todo lo que eso conlleva consigo, pero el dinero, y los fondos necesarios para mantener las casas, serán entregados a diferentes obras benéficas.

Todos se quedaron en silencio, entonces Jack Warnefleet preguntó.

– ¿Qué pasaría con la horda de mujeres?

Tristan alzó la vista, los ojos entrecerrados.

– Eso es lo más diabólico de todo; seguirían siendo mis huéspedes, en mis casas. No tienen ningún otro sintió donde ir, y difícilmente podría dejarlas en la calle.

Todos los demás lo miraron, la comprensión de su apuro dibujada en las caras.

– Eso es una crueldad. -Gervase hizo una pausa, entonces preguntó-. ¿Cuándo termina tu año?

– En Julio.

– Así que tienes la próxima temporada para elegir. -Charles dejó su jarra sobre la mesa y la empujó lejos-. Estamos todos en gran parte en el mismo barco. Si yo no encuentro una mujer para entonces, mis hermanas, mis cuñadas, y mi querida madre me volverán demente.

– No va a ser fácil, os aviso. -Tony Blake lanzó un vistazo alrededor de la mesa-. Después de escapar de mi madrina, busqué refugio en Boodles -sacudió la cabeza-. Fue un error. A la hora, no uno, sino dos caballeros que nunca antes había visto se me acercaron y ¡me invitaron a cenar!

– ¿Te abordaron en tu club? -Jack expresó la sorpresa común.

Tony asintió gravemente.

– La cosa fue peor. Entré en casa y descubrí una pila de invitaciones, literalmente de un pie de alta. El mayordomo dijo que habían empezado a llegar el día antes de que enviase noticias de que había llegado, había avisado a mi madrina de que podría dejarme caer por el lugar.

Se hizo el silencio mientras todos digerían aquello, lo extrapolaron, lo consideraron…

Christian se inclinó hacia delante.

– ¿Quién más ha estado en la ciudad?

Todos los demás negaron con la cabeza. Habían vuelto recientemente a Inglaterra y habían ido directamente a sus haciendas.

– Muy bien -continuó Christian-. ¿Significa eso que la próxima vez que aparezcamos por la ciudad, seremos acosados como Tony?

Todos se lo imaginaron…

– En realidad -dijo Deverell- es probable que sea mucho peor. Hay muchas familias de luto en estos momentos; incluso si están en la ciudad, no andarían por ahí abordando gente. El número de invitaciones debería ser menor.

Todos miraron a Tony, quién sacudió la cabeza.

– No lo sé… no pude esperar a descubrirlo.

– Pero como dice Deverell, debería ser así. -La cara de Gervase se endureció-. Aunque el duelo terminará a tiempo de la próxima temporada, y entonces las arpías estarán por todas partes, buscando a sus próximas víctimas, más desesperadas e incluso más decididas.

– ¡Maldición! -Charles habló por todos ellos-. Vamos a ser -hizo gestos- precisamente el tipo de objetivos que intentamos no ser durante toda la última década.

Christian asintió, serio, formal.

– Quizás sea un escenario diferente, pero es todavía un tipo de guerra, por la manera en que las señoras de la alta sociedad juegan a este juego.

Meneando la cabeza, Tristan se sentó hacia atrás en su silla.

– Es triste el día en que, habiendo sobrevivido a todo lo que los franceses nos arrojaron, nosotros, los héroes ingleses, volvemos a casa sólo para enfrentarnos con un peligro aún mayor.

– Una amenaza para nuestros futuros como no lo es ninguna otra, y una en la que, gracias a nuestra devoción al rey de nuestro país, no tenemos tanta experiencia como un hombre joven -añadió Jack.

Se hizo el silencio.

– Ya sabeis… -Charles St. Austell removió su jarra en círculos-. Nos hemos enfrentado a cosas peores antes, y ganamos. -Alzó la vista, mirando alrededor-. Todos somos casi de la misma edad, ¿cuánto hay? ¿Cinco años de diferencia? Todos nos enfrentamos a una amenaza similar, y tenemos objetivos parecidos en mente, por razones similares. ¿Por qué no unirnos para ayudarnos los unos a los otros?

– ¿Uno para todos y todos para uno? -preguntó Gervase.

– ¿Por qué no? -Charles miró alrededor otra vez-. Tenemos la suficiente experiencia en asuntos estratégicos; seguramente podemos, y debemos, enfocar esto como cualquier otra batalla.

Jack se incorporó.

– No será como si compitiésemos unos con otros -también él miró alrededor, encontrándose con los ojos de todos-. Somos parecidos hasta cierto punto, pero todos somos diferentes también, y venimos de familias diferentes, de diferente condados, y no hay pocas mujeres sino demasiadas rivalizando por nuestras atenciones, ese es nuestro problema.