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– Claude, por favor.

Hice caso omiso de tío Léon y me volví hacia Nicolas.

– ¿Cuál es, monsieur? Quisiera verlo.

Sin pronunciar una palabra empujó hacia mí uno de los dibujos desde el otro lado de la mesa.

Me tranquilizó ver que mamá no resultaba tan bonita como yo. Tampoco su vestido era tan elegante como el mío. Ni soplaba el viento a través de la escena: el estandarte no ondulaba, y el león y el unicornio parecían mansos en lugar de adoptar una postura rampante, como en mi dibujo. De hecho, todo estaba muy quieto, si se exceptúa que mamá sacaba un collar del cofrecillo que sostenía una de sus damas de honor. Ya no me importó que también mamá estuviera en los tapices: la comparación me favorecía.

Pero si tío Léon se salía con la suya, ni el rostro de mamá ni el mío sobrevivirían. Tendría que hacer algo, pero ¿qué? Aunque había amenazado a Léon con repetir a mi padre sus palabras, estaba segura de que papá no me escucharía. Era terrible oír que a mamá y a mí se nos consideraba espinas, pero Léon tenía razón: mamá no había traído al mundo un heredero, puesto que mis hermanas y yo no éramos varones. Siempre que papá nos veía se acordaba de que toda su fortuna pasaría algún día a mi marido y a mi hijo, que no llevarían el apellido ni utilizarían el escudo de armas de Le Viste. Aquella certeza lo había vuelto aún más frío con nosotras. También estaba yo al tanto, por Béatrice, de que papá no compartía ya la cama con mi madre.

Nicolas trató de salvarnos a mamá y a mí.

– Sólo cambiaré sus rostros si monseigneur me lo pide -afirmó-. No me basta con que lo pidáis vos. Hago cambios para el cliente, no para el representante del cliente.

Tío Léon lo fulminó con la mirada, pero antes de que pudiera responder oímos pasos en el corredor.

– ¡Vete! -susurró Léon, pero ya era demasiado tarde para escapar. Nicolas me puso la mano en la cabeza, me empujó suavemente, y tuve que arrodillarme. Durante un momento mi cara quedó cerca de su abultada entrepierna. Alcé los ojos y vi que sonreía. Luego me metió debajo de la mesa.

Esta vez el sitio estaba aún más frío, más duro y más oscuro que antes, pero no tendría que soportarlo mucho tiempo. Los pies de papá vinieron directamente hacia la mesa, donde se situó junto a Léon, con Nicolas a un lado. Me quedé mirando las piernas de Nicolas. Parecía tener otra postura distinta ahora que me sabía allí debajo, aunque no sabría decir en qué consistía exactamente la diferencia. Era como si sus piernas tuvieran ojos y me vigilaran.

Las de papá eran como todo éclass="underline" tan rectas e indiferentes como las de una silla.

– Mostradme los bocetos -dijo.

Alguien buscaba entre los dibujos, moviéndolos por la mesa.

– Aquí están, monseigneur -dijo Nicolas-. Como veis, es posible mirarlos en este orden. Primero la dama se pone el collar para seducir al unicornio. En el siguiente toca el órgano para atraer su atención. Aquí da de comer a un periquito y el unicornio se ha acercado más, aunque todavía mantiene la posición rampante y la cabeza vuelta. Casi está seducido, pero necesita más tentaciones.

Me fijé en la pausa antes de que Nicolas dijera «da de comer». De manera que me he convertido en el gusto, pensé. Paladéame, entonces.

– Luego la dama teje una corona de claveles para una boda. Su propia boda. Como podéis ver, el unicornio está tranquilamente sentado. Por fin -Nicolas golpeó la mesa-, el unicornio se recuesta en el regazo de la dama y los dos se miran. En el último de los tapices lo ha amansado y lo sujeta por el cuerno. Como veis, los animales del fondo están ahora encadenados: se han convertido en esclavos del amor.

Cuando Nicolas terminó hubo un silencio, como si esperase que hablara mi padre. Pero papá no dijo nada. Lo hace con frecuencia, se calla para que la gente se sienta insegura. También funcionó en esta ocasión, porque al cabo de un momento Nicolas empezó a hablar de nuevo, dando sensación de nerviosismo.

– Deseo señalaros, monseigneur, que en todos los casos el unicornio está acompañado por el león, como representante de la nobleza, la fortaleza y el valor, que complementan la pureza y la timidez del unicornio. El león es un ejemplo de noble fiera domada.

– Por supuesto el fondo se llenará de millefleurs, monseigneur -añadió Léon-. Los tejedores de Bruselas harán el dibujo: es su especialidad. Nicolas, aquí, sólo lo ha esbozado.

Otra pausa. Descubrí que estaba conteniendo el aliento mientras esperaba a saber si papá se fijarla en los retratos de mamá y mío.

– No hay suficientes escudos de armas -dijo por fin.

– El unicornio y el león sostienen banderas y estandartes de Le Viste en todos los tapices -dijo Nicolas. Parecía molesto. Le di un codazo en la pierna para recordarle que no tenía que utilizar semejante tono con mi padre y movió los pies.

– En dos de los dibujos sólo hay un estandarte -dijo papá.

– Podría añadir escudos para que los llevaran el león y el unicornio, monseigneur -Nicolas debía de haber captado mi insinuación, porque parecía más sereno. Empecé a acariciarle la pantorrilla.

– Las astas de los estandartes y las banderas deberían acabar en punta -afirmó papá-. No en redondo como los habéis dibujado.

– Pero… las lanzas son para la guerra, monseigneur -Nicolas habló como si alguien lo estuviera estrangulando. Me reí sin hacer ruido y subí la mano hasta el muslo.

– Quiero astas en punta -repitió papá-. Hay demasiadas mujeres y flores en estos tapices. Las astas han de tener aire militar, y algo más que nos recuerde la guerra. ¿Qué sucede con el unicornio cuando la dama lo captura?

Afortunadamente, Nicolas no tuvo que responder, porque no podría haber hablado. Había colocado mi mano sobre su bulto, que estaba tan duro como la rama de un árbol.

– ¿No lo lleva la dama hasta el cazador que cobra la pieza? -continuó papá. Le gusta responder a sus propias preguntas-. Deberíais añadir otro tapiz para completar la historia.

– Creo que no hay sitio en la Grande Salle para otro tapiz -dijo tío Léon.

– Entonces habrá que reemplazar a una de esas mujeres. La de los claveles, o la que da de comer al pájaro.

Bajé la mano.

– Es una idea excelente, monseigneur -dijo tío Léon. Se me escapó un grito ahogado. Por suerte Nicolas también hizo un ruido, de manera que no creo que papá me oyera.

Acto seguido tío Léon demostró exactamente por qué es tan bueno para los negocios.

– Una idea excelente -repitió-. Sin duda el vigor de la escena de caza contrastaría bien con la insinuación más sutil de las lanzas. Porque no queremos pasarnos de sutiles, ¿verdad que no?

– ¿Qué queréis decir con pasarnos de sutiles?

– Se puede insinuar, por ejemplo, la caza o, si se prefiere, la batalla, con las lanzas (un toque muy adecuado, monseigneur, si se me permite decirlo), los escudos guerreros que Nicolas ha sugerido que se añadan, y tal vez algo más. ¿Qué tal una tienda, como la que se instala en las batallas para el Rey? Eso nos recordaría al Rey además de la guerra. Pero, claro está, quizá fuera demasiado sutil. Quizá fuera mejor un cazador que matara al unicornio.

– No; quiero la tienda del Rey.

Me senté sobre los talones, llena de asombro ante la habilidad de tío Léon. Acababa de enganchar a papá como un pez, sin que papá se diera cuenta y lo había llevado exactamente a donde quería.

– La tienda ha de ser muy grande y deberá estar en uno de los tapices de mayor tamaño -dijo Léon con rapidez y energía, para evitar que papá cambiara de idea-. La dama con las joyas o la dama con el periquito. ¿Qué preferís, monseigneur?

Nicolas intentó hablar pero papá lo interrumpió.

– Las joyas…, más majestuosa que la otra.

Antes de que yo pudiera gritar de nuevo, Nicolas buscó bajo la mesa con el pie e hizo presión sobre uno mío. No hice ningún ruido y dejó el pie allí, dándome golpecitos.