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– Lo he visto hoy, para decirle que pronto encargaría el azul -estaba diciendo papá-. Ha vuelto a preguntar por tu hija.

– No hay ninguna prisa, ¿verdad que no? -respondió mamá-. Sólo tiene diecinueve años. Muchas chicas esperan más si quieren hacer una buena boda o que sus novios se decidan, o prepararse el ajuar. No es como si Jacques tuviera una fila de mujeres delante de la puerta esperando para casarse con él.

– El olor las mataría, como primera providencia -dijo papá.

Rieron los dos entre dientes.

Sujeté muy bien los cubos y no respiré por temor a que mis padres me oyeran. Luego noté que alguien que venía del jardín se detenía en el umbral detrás de mí.

– Es una propuesta de matrimonio, de todos modos -dijo papá-. La única que le han hecho. No podemos descartarla sin más ni más.

– Hay otras cosas que puede hacer además de casarse con un tintorero de glasto. ¿Es eso lo que quieres para tu hija?

– No es nada fácil encontrar marido para una muchacha ciega.

– No tiene por qué casarse.

– ¿Y ser una carga para el taller toda su vida?

Me estremecí. Estaba claro que no había sido tan útil como creía.

Quienquiera que estuviese detrás de mí se movió un poco y, al cabo de un momento, regresó en silencio al jardín, dejándome sola, con mis lágrimas silenciosas. Ésa es una función que mis ojos comparten con los de otras personas: producir lágrimas.

Christine du Sablon

No podía apartar los ojos de la ropa. La dama que toca el órgano lleva una espléndida túnica con un dibujo amarillo y granate. Toda la orla está adornada de perlas y piedras preciosas que hacen juego con las que lleva en torno al cuello. La túnica interior es azul, de mangas que se ensanchan y caen con gracia. Georges será capaz de lucirse con esas mangas, al pasar del azul oscuro al claro.

Hasta la criada que mueve el fuelle del órgano lleva una ropa preciosa: más elegante que todo lo que poseemos Aliénor o yo. Imagino que es así como visten las damas de honor parisienses. Por supuesto, su ropa es más sencilla que la de su señora, pero no deja de ser un muaré azul marino con ribete rojo -otra ocasión para que Georges se luzca- y largas mangas amarillas, redondas más que en pico. Si yo me pusiera un vestido así, esas mangas se me meterían en la sopa y se engancharían con los hilos de la urdimbre.

La dama de honor lleva además dos collares con colgantes de flores. No son tan lujosos como el de su señora, pero las cadenas son de oro. Y se adorna el tocado con joyas. Me gustaría tener alguna parecida. Aunque es cierto que poseo un collar de rubíes engastados en esmaltes: Georges me lo regaló cuando el taller pasó a ser suyo. Lo llevo en los banquetes del Gremio, y me paseo por la Grand-Place como una reina.

A veces pienso en lo acomodado de nuestra posición, aunque no lo aparentemos, y me pregunto qué diría Georges si decidiera ser una dama como las de los tapices. Qué pasaría si vistiera ropa elegante, comiera peladillas y tuviera damas de honor pendientes de mí, que me peinaran, me llevaran el devocionario, las cestas y los pañuelos, que ordenaran mis cosas y me calentaran la habitación. Se supone que la primera tarea diaria de Madeleine es encender el fuego, pero la mitad de las veces está todavía dormida cuando me levanto, y soy yo quien se ocupa de hacerlo.

No me parezco en nada a las damas de esas pinturas. Ni sé tocar el órgano, ni tengo tiempo para dar de comer a las aves, ni para trenzar claveles ni para mirarme en espejos. La única dama a la que entiendo un poco más es la que sujeta al unicornio. Eso es lo que yo haría: asegurarme de que lo tengo bien agarrado.

Disponemos de dinero, pero Georges no lo gasta en cosas de calidad. Nuestro hogar es más grande que la mayoría, eso es cierto: hemos unido dos casas para disponer así de una cámara muy grande destinada a taller, y contamos con camas para el aprendiz y otras personas que nos ayudan. En cuanto a mí, tengo el collar y una buena cama de madera de nogal. La tela para nuestros vestidos, aunque sencilla, es de buena calidad y está bien cortada. Y tanto Aliénor como yo tenemos tres vestidos, mientras que otras sólo tienen dos, o uno. Las mangas no nos entorpecen el trabajo.

Georges, en lugar de alardear de nuestra riqueza, la utiliza para comprar diseños de tapices: posee más que la mayoría de los lissiers de esta ciudad. Y disponemos de dos buenos telares horizontales, mientras que otros talleres parecidos al nuestro no suelen tener más que uno. Mi marido paga generosamente para que se digan misas por nuestra familia y contribuye a los gastos para construir Notre Dame du Sablon.

Sólo de cuando en cuando he deseado que mi vestido fuera azul en lugar de marrón, y con un poco de seda en lugar de sólo lana. Me gustaría tener pieles para calentarme, tiempo que dedicar a peinarme y una dama de honor que lo hiciera como debe hacerse. Madeleine lo intentó una vez, pero parecía un nido de pájaros. Me gustaría que mis manos fuesen tan suaves como los pétalos de rosas en los que esas damas de los tapices ponen las suyas en remojo. Aliénor me ha hecho un ungüento con pétalos, pero manejo demasiada lana áspera para que se noten los resultados.

Me gustaría tener siempre un fuego junto al que sentarme, y más comida de la que necesito.

Pero sólo algunas veces pienso en esas cosas. Había estado tan ocupada enhebrando lizos en el taller con los demás, que me resultó muy agradable quedarme en el huerto un rato viendo lo que han pintado Nicolas des Innocents y Philippe. Hasta el momento el único cartón que habían ampliado era El Oído, y estaba clavado en la pared del huerto, donde los dos trabajan. Philippe ha hecho todos los dibujos, dado que Nicolas no entendía que tejemos de atrás adelante y necesitamos cartones que sean imágenes especulares de los tapices finales. Requiere un talento especial partir de un dibujo pequeño y ampliarlo y luego tejerlo de izquierda a derecha en lugar de derecha a izquierda. Todos nos hemos reído de la expresión en la cara de Nicolas al ver El Oído dibujado al revés. Pero ha llegado a acostumbrarse y ha conseguido pintarlo bien. Aunque presumido, es un artista excelente y aprende deprisa.

Aliénor y Nicolas estaban en el huerto cuando salí: él pintaba, ella, subida a una escalera, podaba los cerezos. Philippe había ido a casa de su padre a por más pinturas. Aunque se hallaban en extremos opuestos del huerto y pendientes de su trabajo, no me gustó verlos solos. No era mucho lo que podía hacer de todos modos: estoy demasiado ocupada para dedicarme a vigilar a mi hija. Es una chica sensata, aunque me he dado cuenta de que cambia cuando Nicolas entra en la habitación.

Nicolas trabajaba ya en el cartón siguiente y pintaba en un gran trozo de tela donde ya existía un esbozo a carboncillo. Se trataba de El Olfato, en el que la dama confecciona una corona nupcial con claveles, la flor de los esponsales. Esta dama debe de estar segura de que capturará al unicornio puesto que prepara ya su corona. Nicolas le pintaba el rostro, pero no había empezado aún con el vestido, que era lo que yo tenía más ganas de ver.

Al advertir mi presencia dejó de pintar y vino a colocarse a mi lado, delante de El Oído.

– ¿Qué os parece, madame? No habéis dicho nada. Muy bonito, n 'est-ce pas?

– Nunca esperáis a que os hagan un cumplido, ¿verdad que no? Disfrutáis igual si os los hacéis vos.

– ¿Os gusta su vestido?

Me encogí de hombros.

– El vestido está bien, pero todavía me parecen mejor las millefleurs. Philippe ha hecho ahí un trabajo espléndido y también con los animales entre la hierba.