– Ha desaparecido -dijo Rex-. No sé qué hacer.
La cajera se quedó pensativa unos instantes. No conseguía acordarse de nada más.
Rex se puso delante de la caja, sosteniendo la foto en alto.
– Señoras y señores, ¿podrían ustedes ayudarme, por favor? -dijo dirigiéndose a todos los presentes-. Mi mujer ha desaparecido hará una media hora. Entró para comprar algo y no ha regresado. ¿Podrían ustedes mirar la fotografía y decirme si la han visto?
Lo dijo en francés y lo repitió en inglés. Todos permanecieron en silencio, como cándidos turistas durante un acto conmemorativo en algún país extraño. En cuanto Rex acabó de hablar, la gente siguió con sus cosas.
Un hombre bajito de pelo ralo fue el único que le echó un vistazo a la foto. Rex lo reconoció. Era el hombre que había visto sentado al escritorio en el despacho que estaba enfrente de la puerta de los servicios de señoras, el encargado de la gasolinera TOTAL.
En su despacho, Rex le contó todo lo sucedido. El encargado anotó los datos personales de Saskia y después llamó a la policía. Les repitió todo, deletreándoles hasta la última letra de la dirección. Dijo un par de veces «oui» y colgó. La policía no iría hasta allí. ¿Por una desaparición de tres cuartos de hora? ¿Con la falta de personal que tenían?
– Usted dice que no se ha peleado con su mujer, y yo lo creo, señor, pero la policía… eso es otra cosa. Volveremos a intentarlo dentro de una hora.
– ¿Qué cree usted que puede haber pasado? -preguntó Rex.
Le permitió que hiciese una llamada gratis al hotel en Nuits St. Georges. Entre los objetos que había en el bolso de Saskia -un jersey, un espejo, una manzana, un trozo de regaliz-, encontró su agenda de viaje. El hotel se llamaba Cote d'Or. El encargado buscó el número de teléfono.
La voz espontánea de la recepcionista lo sorprendió: así que existía realmente… Saskia no había llegado aún. Rex le dijo que quizá se presentase sola.
En compañía del encargado, hizo una ronda por los surtidores. Y Saskia dio su siguiente paso: de los tres empleados que creían haberla visto, uno de ellos la había visto salir de la tienda con dos latas en la mano.
¿Y después?
Su mirada decía: «Que me maten si lo sé.» ¿Había visto a alguien con ella? No, a nadie en especial.
Sasída había estado muy cerca. Si él se hubiese quedado junto al coche la habría visto, pero se había ido. Y había hecho una foto. Rex echó a correr al interior de la tienda.
¿Era posible que hubiese sacado la instantánea en el mismo momento en que ella salía con las latas? Se paró al lado de un expositor giratorio con mapas de Michelin de color amarillo y sostuvo la foto a la luz.
La entrada de la tienda estaba oscura. No se podía distinguir muy bien, pero parecía como si la cabina del camión de Amaddei ocultara la puerta. Aparcados al lado de los contenedores de basura que había junto al césped, se veían varios coches con las puertas del maletero abiertas, y otros en el pequeño aparcamiento de delante de la rienda. En el césped había gente tumbada o sentada y también al lado de los vehículos. Rex contó en total diecisiete figuras humanas o puntitos que pudieran serlo. Podía afirmar sin temor a equivocarse que ninguno de aquellos diez puntitos era Saskia. ¿Sería uno de los otros? Encima de un coche verde, contrastando con el blanco del de Amaddei Fréres, se veían dos cabezas de alfiler. ¿Alguna de las dos podría describirse como pelirroja?
La cajera lo llamó. Se había acordado de algo más. Tal vez le sirviese de ayuda. Mientras le daba cambio, Saskia había estado todo el rato aferrando un manojo de llaves. Incluso se le habían caído. No había nadie más en la caja.
Rex volvió a salir fuera. Pasando más o menos por donde se veían las cabezas de alfiler en la foto, regresó lentamente al coche, que para entonces casi había desaparecido en la penumbra. Al primer vistazo, se percató de que algo no encajaba. No podía dar crédito a sus ojos: le habían robado las bicicletas. En la baca sólo vio algunas de las correas que las sujetaban.
Fue a sentarse en el bordillo, junto al contenedor de basura azul fluorescente.
– ¿Dónde estás? -musitó y rompió a llorar incontroladamente-. ¿Volveré a verte? -Se sintió solo, como un visitante del espacio a quien hubiesen abandonado.
Se sentó en el coche y encendió la luz. Las cosas de Saskia seguían en su sirio: la chaqueta sobre el respaldo, la labor de punto en la guantera, sobre el libro, y al lado la libreta: «¡¡512!! ¡Demasiado pronto, pero qué más da!»
Del cenicero sobresalía una colilla con rastros de carmín; junto al libro estaban sus cigarrillos y el mechero. Rex encendió uno y le dio una calada profunda. Era su primer cigarrillo en siete años. Un ligero mareo le oprimió la frente y la garganta.
Llevaba más de una hora desaparecida. Le pareció que la tenía frente a él, asustada, respirando por la nariz. Ya no había la menor posibilidad de que todo aquello fuese un malentendido del que los dos pudiesen luego reírse a gusto. No podía estar pasándole nada que no significase que estaba en apuros. Ella lo necesitaba. A Rex lo enloquecía el dolor de no poder ayudarla.
Pensándolo fríamente, las cosas sólo podían haber sucedido de una forma. La habían arrastrado o engañado para hacerla entrar en un coche y la habían secuestrado. Era atractiva, pero no tenía aspecto de rica. Seguramente habrían visto el coche viejo en el que viajaba…, así que tenía que tratarse de una violación. De modo que en esos instantes la estaban violando. ¿Y después? Quizá la matasen. En ese caso, tarde o temprano acabarían por encontrar el cadáver. Pero ella no sería tan tonta para oponer resistencia. Lo más probable era que la dejasen tirada en algún lugar apartado, y después de algunas horas llegaría al hotel por sus propios medios. Sí, eso era lo más probable. Ni siquiera podía decirse que las vacaciones estuviesen irremisiblemente perdidas.
Con el bolso de ella bajo el brazo, Rex reconstruyó sus propios movimientos desde el momento en que la había visto por última vez. Anotó el tiempo. Después cronometró el trayecto de ella. Hasta el interior de la tienda. A la máquina de bebidas, buscar los francos, pedir cambio… Bastante entretenido. Sacar dos latas. ¿Y qué pasaba con la máquina de café? ¿Le habría apetecido de repente tomar un café?
Sí, ¿por qué no? Bien. Tomar café, salir fuera, detenerse a echar el último vistazo.
Los tiempos coincidían. Podía haberla fotografiado, pero no aparecía en la foto.
El encargado llamó a la policía. Rex tuvo que ponerse al teléfono y dar una descripción de Saskia, la primera vez que lo hacía.
Esperó. Con el auricular pegado a la oreja, miró cómo el encargado copiaba cifras sin parar en una hoja suelta junto a la caja registradora. Después de un rato que se le hizo eterno, la voz regresó: Saskia Ehlvest no estaba ingresada en ningún hospital de los alrededores. No había nada que hacer por el momento. Estaba demasiado oscuro para iniciar la búsqueda y cabía la posibilidad de que diera señales de vida en las próximas horas. Si a la mañana siguiente seguía sin aparecer, Rex debía volver a llamar y abrirían una investigación. Le pidieron que no lo hiciera antes de las ocho.
Anocheció.
La cajera se fue. El empleado de la gasolinera que había sido la última persona en verla también se fue a casa, a dormir. Rex era el único en la estación de servicio que había visto a Saskia alguna vez. Llamó al hotel, pero ella no llegaba, y no llegaba. Llamó a la policía. Su nombre no figuraba en el registro de ningún hospital.
Rex prosiguió describiendo elipses desde el coche hasta la tienda, pero en ninguno de sus trayectos la encontró. Muy esporádicamente, la Autoroute segregaba algún que otro coche. Un silencio suave y susurrante se posó sobre la gasolinera TOTAL.